Sinclair Lewis - Eso no puede pasar aquí

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Eso no puede pasar aquí" es una sátira política en la que se describe la América rural y provinciana que surge tras el crac bursátil de 1929. Los personajes y los hechos que se relatan en la novela son como juegos de espejos de los reales en una América en la que Roosevelt pierde las elecciones presidenciales, y un partido totalitario toma el poder en un momento decisivo de la historia del siglo xx, con el auge de los totalitarismos en Europa y el New Deal aún sin terminar de implantarse. La novela cuenta la historia del director de un periódico de Vermont, Doremus Jessup, y de su oposición al candidato a la presidencia Buzz Windrip, quien detrás de un discurso populista y demagógico, sustentado por los supuestos ideales americanos, oculta su verdadera intención de crear una sociedad totalitaria a imagen de las europeas pero con rasgos norteamericanos. El libro incluye un detallado glosario realizado por Amaya Bozal en el que deconstruyendo el juego de espejos podemos apreciar la gran variedad de nombres, hechos y fechas que hacen de esta novela casi una historia subterránea y contracultural de los EEUU. Cuando Sinclair Lewis escribió Eso no puede pasar aquí tenía buenas razones para creer que lo que oía, veía o leía podía acabar como esta fábula fascista en el país de la Libertad.

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Es toda esta uniformidad la que sus paisanos del Midwest consideran ideal, necesaria (uniformidad que estilísticamente también dan las listas, a las que recurre Lewis muy a menudo); la verdadera América que construye su glorioso país sin hacerse demasiadas preguntas o llamar la atención de la comunidad. La América con la que choca Caroline, su inquieta protagonista, nativa de Saint Paul, la segunda ciudad más importante de Minnesota. La América de su marido, Will Kennicott, doctor de esa pequeña ciudad en la que todo permanece como debe de ser, pero que a ojos de su mujer “dan muestra de su tiranía bajo cien apariencias distintas con denominaciones siempre pomposas, como ‘la sociedad civilizada, la familia, la iglesia, los negocios sólidos, los partidos, el país, etc.’”.

Regiones y época de crecimiento industrial y consolidación del puritanismo. Como Zenith, la ciudad-alegoría de su otra gran novela, Babbitt (1922), epítome del hombre de negocios de la clase media americana que alcanza el éxito, el tan nombrado para todo sueño americano, siempre y cuando se pueda cuantificar en valor monetario. Y esta es precisamente la crítica de Lewis en Babbitt, que el crecimiento no debe de ser –o no solo– económico, sino también espiritual, en valores, en cultura, en conocimiento. Pero la crítica de Lewis no siempre es acusadora, sus principales personajes –que en varias ocasiones se han señalado como la representación literaria del mismo Lewis, el anónimo ciudadano de Sauk Centre, pequeña localidad también de Minnesota– son hombres de la calle, con defectos y virtudes, no solo defectos, pues son producto de una educación y entorno social concretos, y no tanto de sí mismos. Son ciudadanos de éxito que no han querido preguntarse qué otras cosas se han dejado atrás a cambio de su amable y ejemplar vida. Según palabras de Paul Morand para el prólogo a la edición francesa de Babbitt : “Sinclair Lewis détesteĺexceptionnel. Il a le culte du non-héros.” Cierto, sus antihéroes, vulgares, se adentran en lo estándar para desmenuzar y cuestionar esos mismos estándares aceptados por la feliz clase media norteamericana, quizá la representación social de eso que se ha dado en llamar “la inocencia americana”. Para el norteamericano medio que describe Lewis en sus novelas, cambiar, salirse de los estándares aprobados por la mayoría, es complicado. Recuerda Susan Sontag en Estilos radicales cómo Gertrude Stein afirmó que Estados Unidos es el país más viejo del mundo, a lo que añade Sontag: “Ciertamente, es el más conservador. Es el que más tiene que perder con el cambio.”

El miedo común al cambio es el que describe Lewis, la cerrazón en ver más allá de lo local, de lo convenido, de lo que narraba la literatura norteamericana anterior a Lewis y que representaba ante todo, literariamente hablando, William Dean Howells, pluma del idealismo práctico, del “realismo sonriente” que evita detenerse en “los detalles sórdidos de la vida moderna” (Henry F. May, 1959). Un idealismo que tenía su reflejo en la vida cultural norteamericana, en contra de cualquier cosa que entendieran como sensacionalista, en contra del lenguaje coloquial, precisamente el lenguaje que introduce Lewis en sus novelas. Y en este contexto, el Midwest representaba un lugar ejemplar, de gente educada, donde conciliar el campo con algunas –pocas– virtudes de la ciudad, y donde la moralidad rige su progreso. El “Social Gospel” y la clase media protestante son ejes de esta sociedad cuyos hijos comienzan a prestar más atención a las películas del cine y otras atracciones de fines de semana o los coches, cada vez más veloces, y el baile, los hijos de Babbitt, quienes tendrán enfrente a otra generación posterior, los hijos de Los padres pródigos (1938), “niños bien” jugando a la revolución, “que ‘hacen’ un poco de comunismo de la misma forma que practican tenis o golf”, como aquellos universitarios nuestros de las Últimas tardes con Teresa .

Señala Lionell Trilling que, para la metafísica norteamericana, la realidad (palabra fundamental según él para comprender el espíritu americano) es siempre “realidad material, ardua, resistente, informe, impenetrable, repulsiva”, a la vez que pareciese que tienen una especial resistencia a contemplar de cerca la realidad. Trilling ve cierta astucia en la obra y crítica de Lewis, si bien advierte limitada su tarea de comprensión social. Detenerse en esos detalles de la realidad, ponerlos en duda, es un ejercicio de creación y de imaginación subjetiva que la mentalidad americana a la que se enfrenta Lewis no acepta fácilmente, ni siquiera como ejercicio literario. La americanidad de los hombres gentiles de esa sociedad del medio-oeste no puede ser puesta en duda, ni desde dentro, ni mucho menos desde fuera.

Luego llegarían El doctor Arrowsmith (1925), Elmer Granty (1927) o Dodsworth (1929), entre otras. En esta última se relata el sueño europeo de todo americano. El mundo de fuera, la vieja civilización que nutre durante siglos la sociedad norteamericana y que, una vez se establecen en su territorio, deben olvidar toda raíz europea para formar parte de ese indispensable proceso de americanización. El anciano Sam Dodsworth abandona su Zenith natal para viajar sin demasiadas ganas con Fran, su joven y –claro– bella esposa, a Europa, la Europa monumental y de lujosas mercancías para la alta sociedad norteamericana con la que Fran quiere tener contacto, la Europa “sexy”. La novela sirve para enfrentar el pensamiento europeo al norteamericano y donde queda claro que ser crítico con su propio país no quiere decir, en el caso de Lewis, ser antiamericano.

Lewis afirmó amar a América, aunque no le gustaba. Él también había hecho el obligado viaje a Europa muchos años antes, un viaje exterior que según él mismo solo supuso una huida de la realidad. El verdadero viaje, subrayó, era “por los pueblos de Minnesota, en una granja de Vermont, en un hotel de Kansas City o Savannah, escuchando el zumbido diario habitual de lo que son las personas más fascinantes y exóticas del mundo: los ciudadanos comunes y corrientes de los Estados Unidos, con su amabilidad con los extranjeros y sus bromas pesadas, su pasión por el progreso material y su tímido idealismo”. El mundo que en muchos aspectos desdeñaba pero que también amaba lo suficiente para evidenciar lo que creía eran sus defectos. Son palabras autobiográficas de tan solo un año después de la publicación de Dodsworth , y con motivo de la recepción del Premio Nobel (1930), el primer norteamericano en conseguirlo hasta entonces.

Para su discurso de agradecimiento, de nuevo el miedo: “El miedo americano a la Literatura” fue su título. En él se explaya, se defiende, agradece y, una vez más, se enfrenta a la Academia, a algunos que critican más a su persona que a su obra, a los gentiles en la literatura de su país que le precedieron, a detractores que incluso piensan que darle el premio a él, a alguien que se ha atrevido a poner en duda algunos valores norteamericanos, es una ofensa al país que, a su pesar, representa. A la vez, termina elogiando a la generación de escritores siguientes que sale poco a poco del provincialismo, la generación de Hemingway, Wolf, Dos Passos, Faulkner. Merece la pena leerlo entero.

Entraban los años treinta. Una década entera en la que, no solo la clase trabajadora, sino también la clase media tenía pocas expectativas a la hora de encontrar un trabajo. Exactamente como hoy. La década de los regímenes totalitarios de todos los colores. Pero la proliferación de estos movimientos políticos no es espontánea, como todos sabemos, sobre todo en el caso de Europa. En el caso norteamericano, los años veinte no fueron solo los “locos años veinte”, también fueron los años de la prohibición, de movimientos ultraconservadores y de corte fundamentalista como los que se describen en Eso no puede pasar aquí y en otros libros mencionados de Lewis. Así, en la línea crítica del autor, se pasa del provincianismo de los años veinte al conservadurismo extremo de corte fascista de los años treinta, aunque sin perder su naturaleza e idiosincrasia locales en esta novela.

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