Sinclair Lewis - Eso no puede pasar aquí

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Eso no puede pasar aquí" es una sátira política en la que se describe la América rural y provinciana que surge tras el crac bursátil de 1929. Los personajes y los hechos que se relatan en la novela son como juegos de espejos de los reales en una América en la que Roosevelt pierde las elecciones presidenciales, y un partido totalitario toma el poder en un momento decisivo de la historia del siglo xx, con el auge de los totalitarismos en Europa y el New Deal aún sin terminar de implantarse. La novela cuenta la historia del director de un periódico de Vermont, Doremus Jessup, y de su oposición al candidato a la presidencia Buzz Windrip, quien detrás de un discurso populista y demagógico, sustentado por los supuestos ideales americanos, oculta su verdadera intención de crear una sociedad totalitaria a imagen de las europeas pero con rasgos norteamericanos. El libro incluye un detallado glosario realizado por Amaya Bozal en el que deconstruyendo el juego de espejos podemos apreciar la gran variedad de nombres, hechos y fechas que hacen de esta novela casi una historia subterránea y contracultural de los EEUU. Cuando Sinclair Lewis escribió Eso no puede pasar aquí tenía buenas razones para creer que lo que oía, veía o leía podía acabar como esta fábula fascista en el país de la Libertad.

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“En verdad os digo, queridos amigos, que el problema en este país es que muchos de sus habitantes son egoístas. De los ciento veinte millones de estadounidenses, el noventa y cinco por ciento solo piensan en sí mismos, ¡en lugar de recurrir y ayudar a los empresarios responsables para que nos devuelvan la prosperidad! ¡Todos esos sindicatos corruptos y egoístas! ¡Avariciosos! ¡Solo piensan en cuántos salarios pueden arrancarle a su desafortunado patrón, con la de responsabilidades que este tiene que soportar!”

“¡Lo que este país necesita es disciplina! La paz es un sueño maravilloso..., ¡pero a veces quizá sea una quimera inalcanzable! No estoy tan segura..., quizá esto les sorprenda, pero quiero que me escuchen como a una mujer que les revelará la auténtica verdad, en lugar de soltarles un discurso empalagoso y sentimental. ¡No estoy segura de que tengamos que participar otra vez en una guerra de verdad para aprender un poco de disciplina! No queremos todas esas intelectualidades elitistas ni todos esos libros. No es que estén mal en su propia área, pero, ¿no son, después de todo, más que un juguete entretenido para los adultos? No. Si este gran país quiere mantener su elevada posición en el Congreso de las Naciones, lo que todos nosotros debemos fomentar es la disciplina. La fuerza de voluntad. ¡El carácter!”

Luego se giró con gracia hacia el general Edgeways y se rio:

“Nos acaba de contar cómo podemos garantizar la paz, pero..., ¡venga, general!, entre nosotros, rotarios y rotarias, ¡admítalo! Con su gran experiencia, ¿no piensa sinceramente que quizá, solo quizá, cuando un país se ha vuelto loco por el dinero, como todos nuestros sindicatos y trabajadores con su propaganda para aumentar los impuestos sobre la renta (para que los ahorradores y trabajadores tengan que pagar por los vagos), entonces, quizá, una guerra venga bien para salvar sus almas holgazanas y forjarles algo el carácter? ¡Venga, muéstrenos de qué pasta está hecho, general!”

A continuación, se sentó dramáticamente y los aplausos llenaron la sala como una nube de suaves plumas. El público gritó: “¡Venga, general! ¡Levántese!” y “Le ha puesto en evidencia, ¿qué va a hacer?” o solo un tolerante “¡Arriba, general!”.

El general era bajo y redondo; su cara roja, suave como el culito de un bebé, estaba adornada con unas gafas de montura de oro blanco. Sin embargo, ofreció el resoplido autosuficiente de los militares y una sonrisa viril.

“Bueno, señores”, dijo mientras soltaba una carcajada de pie y agitaba su dedo índice a la Sra. Gimmitch de manera amistosa, “como ustedes están empeñados en sacarle los secretos a este pobre soldado, mejor será que confiese que, aunque detesto la guerra, pienso que existen cosas peores. ¡Ay, amigos míos, mucho peores! ¡Como un Estado de supuesta paz, donde las organizaciones laborales están llenas de conceptos enfermizos que se transmiten como gérmenes desde la Rusia roja y anarquista! Un Estado donde los profesores universitarios, los periodistas y los escritores famosos están promulgando en secreto esos mismos ataques sediciosos... ¡contra la antigua y espléndida Constitución! Un estado en el cual, al ser alimentado con estas drogas mentales, ¡el pueblo es flojo, cobarde, codicioso y carente del fiero orgullo del guerrero! ¡Un estado así es mucho peor que la guerra más monstruosa!”.

“Supongo que, quizás, algunas de las cosas que dije en mi anterior discurso resultaban un poco obvias y ‘manidas’, como decíamos cuando mi brigada estaba acuartelada en Inglaterra. ¿Que Estados Unidos solo quiere paz y no meterse en los líos extranjeros? ¡No! Lo que realmente me gustaría que hiciéramos es salir y decirle a todo el mundo: ‘Bueno chicos, ya no importa el aspecto moral del asunto. ¡Tenemos poder! ¡Y el poder no necesita excusas!’”

“No admiro todo lo que Alemania e Italia han hecho, pero hay que reconocer que han sido lo suficientemente sinceros y realistas como para decir a las otras naciones: ‘Ocupaos de vuestros propios asuntos, ¿de acuerdo? ¡Nosotros tenemos fuerza y voluntad, y para cualquiera que posea esas cualidades divinas, usarlas constituye no solo un derecho, sino un deber!’ Nadie en este mundo de Dios ha amado nunca a un debilucho, ¡ni siquiera él mismo se ama!”

“¡Y yo les traigo buenas noticias! Este evangelio de fuerza limpia y agresiva se está extendiendo por todo el país entre los jóvenes más selectos. Hoy en día, en 1936, menos del 7% de las instituciones universitarias carecen de unidades de entrenamiento militar bajo una disciplina tan rigurosa como las de los nazis. Y, aunque en el pasado las autoridades las imponían, ahora son los jóvenes fuertes los que exigen el derecho a que les adiestren en las virtudes y habilidades bélicas. También cabe destacar que a las chicas, con su instrucción en enfermería, producción de máscaras de gas, etc., no les falta ni una pizca del entusiasmo de sus hermanos. ¡Y todos los profesores realmente inteligentes están con ellos!”

“Aquí, hace solo tres años, un porcentaje de estudiantes asquerosamente amplio estaba formado por descarados pacifistas que querían apuñalar a su propio país por la espalda. Pero ahora, cuando los desvergonzados payasos y los defensores del comunismo intentan celebrar reuniones pacifistas..., bueno, amigos míos, en los últimos cinco meses, desde el uno de enero, al menos setenta y seis de estas orgías exhibicionistas han sido asaltadas por sus propios compañeros. Y al menos cincuenta y nueve estudiantes rojos y desleales han recibido su justo merecido: ¡les dieron una paliza tan brutal que nunca volverán a izar la bandera manchada de sangre del anarquismo en este país libre! ¡Y eso, amigos míos, son BUENAS NOTICIAS!”

Cuando el general se sentó, entre un éxtasis de aplausos, la alborotadora del pueblo, la Sra. Lorinda Pike, se puso en pie de un salto y volvió a interrumpir el festín de amor:

“Escuche, Sr. Edgeways, si usted cree que puede quedarse tan fresco después de estos sádicos disparates sin...”

No pudo decir ni una palabra más. Francis Tasbrough, el dueño de la cantera y el industrial más importante de Fort Beulah, se levantó presuntuosamente, hizo callar a Lorinda con un brazo extendido y retumbó con su voz de bajo al estilo del himno “Jerusalem, the Golden”: “¡Un momento, por favor, querida señora! Todos nosotros en esta región nos hemos acostumbrado a sus principios políticos. Pero, como presidente, lamentablemente es mi deber recordarle que el general Edgeways y la Sra. Gimmitch han sido invitados por el club para que nos expresen sus puntos de vista, mientras que usted, si me disculpa, ni siquiera está emparentada con ningún rotario, sino que se encuentra aquí simplemente como invitada del reverendo Falck, quien nos honra con su presencia más que cualquier otro miembro. Por tanto, si no le importa... ¡Muchas gracias, señora!”

Lorinda Pike se había dejado caer en la silla con la palabra en la boca. El Sr. Francis Tasbrough no se dejó caer; se sentó como el arzobispo de Canterbury en el trono arzobispal.

Doremus Jessup saltó para calmar a todos, pues era amigo íntimo de Lorinda y, desde su más tierna infancia, había jugado con Francis Tasbrough y le había detestado.

Aunque Doremus Jessup, editor del Daily Informer , era un hombre de negocios competente y un redactor de editoriales ingenioso y directo al más puro estilo de Nueva Inglaterra, todavía se le consideraba el excéntrico más destacado de Fort Beulah. Formaba parte de la junta de la escuela y la junta de la biblioteca, y presentaba a gente como Oswald Garrison Villard, Norman Thomas y el almirante Byrd cuando acudían a la población para dar conferencias.

Jessup era un hombre bastante bajo, flaco, sonriente, bien bronceado, con un diminuto bigote gris y una plateada barbita bien recortada (en una comunidad en que lucir una barba equivalía a confesarse granjero, veterano de la Guerra Civil o adventista del séptimo día). Sus detractores afirmaban que llevaba la barba solo para parecer “intelectual” y “diferente”, para aparentar ser un “artista”. Quizá tuvieran razón. De todas maneras, Jessup se levantó de un salto y murmuró:

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