Carlo Collodi
Metamorfosis acuáticas
(Pinocho, 1883)
Ray Bradbury
La sirena de niebla
(The Saturday Evening Post, 1951)
Patricia Highsmith
Moby Dick II o la ballena misil
(Catástrofes, 1987)
Antonio Tabucchi
Una ballena ve a los hombres
(Dama de Porto Pim, 1983)
VI
Llegar
Juan José Saer
Bravo mundo nuevo
(El entenado, 1983)
William Henry Hudson
Rumbo a una palabra
(Días de ocio en la Patagonia, 1893)
Charles Baudelaire
El puerto
(El Spleen de París, 1869)
León Tolstói
Françoise
–I–
–II–
Isaak Bábel
¡Fallaste, capitán!
Manuel Rojas
Guardia nocturna
(Lanchas en la bahía, 1932)
Héctor Pedro Blomberg
Las dos irlandesas
Bernardo Kordon
Lo imborrable
(Los navegantes, 1972)
Arnaldo Calveyra
Canción del marinero inmigrante
publicado en 2002)
Marcelo Carnero
La noche en que el muro de Berlín cayó en La Boca
(2018, inédito)
VII
Lenguas de mar
Jules Michelet
La voz de la eternidad
(El mar, 1861)
Marcel Schwob
El mayor Stede Bonnet, pirata de alma
(Vidas imaginarias, 1896)
Benito Pérez Galdós
Locos de guerra y mar
(Trafalgar, 1873)
C.E. Feiling
Por el canal
(Un poeta nacional, 1993)
Juan Mattio
Clandestinos
(Tres veces luz, 2016)
Joseph Conrad
Rumbo al origen
(Crónica personal, 1919)
VIII
Derivas
Gottfried Bürger
La Luna y los libros de viajes
(Las aventuras del barón de Münchhausen, 1786)
Lord Dunsany
Historia de mar y tierra
(El libro de las maravillas, 1912)
Arthur Conan Doyle
El capitán del Estrella Polar
(El capitán del Estrella Polar y otros cuentos, 1890)
Claudia Aboaf
Del lado oscuro
(Medio grado de libertad, 2003)
IX
Náufragos
Jonathan Swift
El náufrago más grande del mundo
por el cirujano de a bordo Lemuel Gulliver, 1726)
Blaise Cendrars
Islas
(Hojas de ruta, 1924)
Horacio Butler
El sobreviviente insistente
(Butler, conversaciones con María Esther Vázquez, 1982)
Ambrose Bierce
La tripulación del bote salvavidas
(Fábulas fantásticas, 1899)
X
Hazañas
Biblia, versión Reina-Valera
De cómo calmar las aguas
Homero
De cómo escapar a la música
(La Odisea, siglo VIII a.C.)
Antonio Pigafetta
De cómo ganar tiempo
(Relación del primer viaje alrededor del mundo, 1524)
Robert Fitz Roy
¿Con esa cara?
(de su diario personal)
Charles Darwin
¿Con este barco?
(de su diario personal)
Atribuido a sir Ernest Shackleton
El marketing de la catástrofe
(c. 1913)
Victoria Esplugas
Aguas profundas
(MIER CO LES, 2016)
Vito Dumas
Comienza a morir todo en torno
(Los cuarenta bramadores. La vuelta al mundo
por la ruta imposible, 1944)
Horacio Castillo
Navegante solitario
(Alaska, 1993)
XI
Volver
Herman Melville
John Marr
(Billy Budd y otros textos, 1913)
Joshua Slocum
Una peregrinación
(Navegando en solitario alrededor del mundo, 1900)
Marlon Brando y Donald Cammell
Juego de damas
(Fan Tan, 2005)
Javier Guiamet
La Gran Ruta
(2012, inédito)
Planeta mar
“La tierra es azul como una naranja” asegura un verso de Paul Éluard. Tamaña afirmación puede escandalizar al sentido común, pero no la desautoriza la cosmografía: el tercer planeta del sistema solar es casi esférico, levemente achatado en los polos, hinchado en su ecuador, casi tres cuartas partes de él son agua y un noventa por ciento de esa agua está en los mares y océanos. A través de ellos tuvieron lugar durante siglos migraciones, tráficos comerciales, guerras. No hubo gran imperio que no fundara su prosperidad sobre cimientos líquidos. La sal de ultramar condimenta epopeyas: la Odisea de los antiguos griegos, las Eddas de los nórdicos, la Eneida de los romanos, los Lusíadas de los portugueses, los Viajes recopilados por Hakluyt que son la dispersa epopeya de Inglaterra. También hay viajes por mar en Esquilo, en la Biblia, en Shakespeare, en Cervantes. Y la literatura popular del siglo XIX –desde los viajeros extraordinarios de Verne a los piratas de Salgari, pasando por incontables émulos del náufrago Robinson– celebró las aventuras marítimas mediante océanos de tinta. Pero el conocimiento y la soberanía humanas sobre el azul no se lograron sin esfuerzo, sin lucha, sin dolor. “Oh, mar, cuánta de tu sal son lágrimas de Portugal” escribió Fernando Pessoa.
La historia de la literatura universal –postuló Borges– no es sino la historia de la diversa entonación de unas pocas metáforas. La repetida y variada presencia del mar a través de lenguas, de géneros y de tiempos no desmiente su hipérbole. Acaso la más antigua de esas pocas metáforas sea la que vincula vida humana y aventura marítima: la navigatio vitae, que considera la existencia como navegación, como peregrinaje a través de un ámbito de máxima inestabilidad, a merced de sus criaturas, de sus tormentas y de sus calmas no menos peligrosas. La posibilidad implícita es el naufragio, pero a cambio la navegación ofrece el encuentro con lo nuevo, con la terra incognita o la tierra prometida. El mar fue siempre posibilidad y desafío, anhelo y nostalgia. “Lejos del mar y de la hermosa guerra, que así el amor lo que ha perdido alaba”, escribió Borges –ya viejo y ciego– al inicio de “Blind Pew”, soneto dedicado a un personaje de La Isla del Tesoro de R.L. Stevenson.
No todas las culturas entonaron de la misma manera el tópico de la navigatio vitae. En España, el imperio que a partir de 1492 empezó a revelar a Europa un mundo nuevo, tan inmenso que se llegó a afirmar que en él nunca se ponía el sol, primó el polo del naufragio por sobre el de la promesa. Las coronas de Castilla y Aragón parecieron adherir a la máxima romana espetada alguna vez por Pompeyo –quien lo narra es Plutarco– a una tripulación remisa ante el mar agitado: “navigare necesse est, vivere nie necesse” (navegar es necesario, vivir no es necesario). Consigna que no expresa inclinación popular alguna, sino que plantea una candente razón de Estado: el imperio, para serlo, debía convertir al Mediterráneo en Mare Nostrum. Algo bien diferente al regocijo implícito en la exclamación “Thalassa, thalassa” (¡el mar, el mar!) en la que prorrumpieron los soldados griegos de regreso de una expedición al Asia Menor, según informa la Anábasis de Jenofonte. Al divisar la extensión azul sintieron que ya habían regresado a casa.
El mar irrumpe como una amenaza en las letras hispánicas hacia el siglo XV, cuando faltaba muy poco para el descubrimiento de América: “Nuestras vidas son los ríos / que van a dar en la mar / que es el morir...”, escribe Jorge Manrique en las Coplas a la muerte de su padre. Desde entonces, con frecuencia, mar, barcos y navegaciones fueron asociados en el idioma castellano a imágenes dolientes. Una cantiga anónima dice: “¡Ay, mar brava, esquiva / de ti doy querella / facesme que viva / con tan gran mansella [...] por servir señores / en ti es metido. / Dime, ¿adónde es ido? / ¿Do volvió la vela?”. En esa misma línea, Juan de Dueñas escribe un largo poema, La nao de amor, en el que rechazo y naufragio se identifican en una sucesión de imágenes catastróficas: “... dejome desamparado / en los desiertos más fieros / de los mares engolfados”. Ya por el siglo XVI, Lope de Vega –quien fue soldado de Marina en una escuadra descubridora, y padeció el desbande de la Armada Invencible vencida por un temporal en el Canal de La Mancha–, afina y complejiza esa cadena asociativa en La Dorotea: “¡Pobre barquilla mía, / entre peñascos rota, / sin velas desvelada / y entre las olas sola! / ¿Adónde vas perdida? / ¿Adónde, di, te engolfas? / Que no hay deseos cuerdos / con esperanzas locas”. En Vida retirada, advierte Fray Luis de León: “Ténganse su tesoro / los que de un flaco leño se confían: / no es mío ver al lloro / de los que desconfían / cuando el cierzo y el ábrego porfían. // La combatida antena / cruje, y en ciega noche el claro día / se torna; al cielo suena / confusa vocería, / y la mar enriquecen a porfía”. Antes de perder el mar en batallas, bulas, tratados y guaridas de prestamistas, España parece haberlo ido perdiendo en sus letras. Resulta significativo que el ciclo de Episodios Nacionales de Benito Pérez Galdós –máxima expresión del realismo español, comparable a La comedia humana de Balzac– se inicie con la novela Trafalgar, publicada en 1873, a casi setenta años de la batalla del mismo nombre en la que Nelson derrotó a la flota combinada franco-española, con lo cual se inició en los mares un período de absoluta supremacía británica.
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