Ahora bien, estas ciudades latinoamericanas, que resultan clave para pensar una historia de América Latina, no son las únicas experiencias urbanas del continente. Sin embargo, la producción que comentamos elude en su trabajo a otras ciudades: aquellas que no son capitales nacionales, o –al menos– puertos que permiten la vinculación con otros países y la inserción en el mercado mundial. Estas ciudades son ignoradas u olvidadas, y su ser-urbanas se simplifica mediante el rótulo del “tradicionalismo” que se esgrime como clave explicativa de las sociedades del “interior” de los países. Este tipo de operaciones –de vasta circulación en las ciencias sociales del continente– es especialmente intenso en relación con las ciudades, ya que éstas suelen acoplarse a la innovación y la modernidad. Al circunscribir al “interior” provincial, en general –y a sus ciudades, en particular–, al vasto e impreciso campo de lo tradicional, se cancela la necesidad de formas específicas de comprensión de sus actores, espacios y relaciones.
Desde esta perspectiva, llegar al “interior” implica un viaje prolongado en el espacio pero también en el tiempo. Esta figura del extrañamiento –y la condena al pasado que ella implica– recorre la producción científica (i.e. la idea de “interior tradicional” de la sociología argentina, ejemplarmente el trabajo de Gino Germani [1969]), artística (i.e. el proceso de desplazamiento del héroe en “Los pasos perdidos” de Alejo Carpentier (2008) o la descripción de una ciudad polvorienta y detenida en el tiempo, y hasta el mismo título, de la novela “El lugar perdido” [Huidobro, 2007]) y periodística (i.e. cualquiera de los relatos de partidos de fútbol jugados en las provincias de la Argentina y transmitidos en vivo por canales televisivos de distribución nacional y sede en Buenos Aires).
Entre los textos que hemos trabajado en la primera parte de este apartado, la exclusión/extrañamiento mencionado se especifica de diversos modos.
José Luis Romero tematiza esta versión de las “sociedades tradicionales” para el caso de las ciudades no-capitales del continente mediante su adscripción a la categoría de “ciudades estancadas” que el autor trabaja en el capítulo sobre “Las ciudades burguesas”, en el que aborda el entresiglo XIX-XX (1880-1930) (Romero, 1986, p. 250). Aquí las ciudades de provincias –salvo unas pocas, generalmente puertos– se oponen a las capitales en el contrapunto “transformación/estancamiento”. Para el autor, las ciudades que quedaron al margen de la modernización “conservaron su ambiente provinciano”, que describe del siguiente modo:
No cambiaron cuando otras cambiaban, y esa circunstancia les prestó el aire de ciudades estancadas. Muchas de ellas lograron, sin embargo, mantener el ritmo de su actividad mercantil al menos dentro de su área de influencia, pero mantuvieron también su estilo de vida tradicional sin que se acelerara su ritmo. Las calles y las plazas conservaron su paz, la arquitectura su modalidad tradicional, las formas de la convivencia sus normas y sus reglas acostumbradas. Ciertamente el horizonte que ofrecían no se ensanchó, cuando en otras ciudades parecía crecer la posibilidad de la aventura, de la fortuna fácil y el ascenso social. Por contraste las ciudades ajenas a las eruptivas formas de la modernización pudieron parecer más estancadas de lo que eran en realidad. (Romero, 1986, p. 258, mi énfasis).
El mismo autor, luego, abunda en estas características:
Lo típico de las ciudades estancadas o dormidas no fue tanto la intacta permanencia de su trazado urbano y su arquitectura como la perduración de sus sociedades. De hecho, se conservaban en ellas los viejos linajes y los grupos populares tal como se habían constituido en los lejanos tiempos coloniales o en la época patricia. Poco o nada había cambiado y, ciertamente, nada estimulaba la transformación de la estructura de las clases dominantes, ni la formación de nuevas clases medias ni la diversificación de las clases populares. (…) Todo lo contrario ocurrió en las ciudades que, directa o indirectamente, quedaron incluidas en el sistema de la nueva economía. Las viejas sociedades comenzaron a transmutarse. (Ibíd., p. 259, mi énfasis).
Jesús Martín-Barbero (1998), directamente, enmudece en relación a ciudades no capitales. Que están excluidas, además, de los imaginarios urbanos de Armando Silva (2000), y de la modernidad periférica de Sarlo (1999).16
Lo que produjo esta exclusión es una serie de consecuencias de diferente tipo. Parte de los trabajos sobre estas (otras) ciudades retoman acríticamente la producción de los que aquí hemos denominado “clásicos” eludiendo la distancia que existe entre las experiencias urbanas metropolitanas y las no-metropolitanas. El efecto, en ocasiones, es catastrófico. Otros, directamente los eluden y caen en la tentación provinciana (en Reino Unido se hablaría de “parroquial”) de intentar explicar sus ciudades sobre la base de su clausura (en este caso, teórica), en una abundancia descriptiva que no quiere –o no puede– sistematizar conclusiones en un horizonte teórico más problemático o más profundo. La producción más interesante, en cambio, dialogará tensamente con esos resultados, y propondrá sus propias mediaciones locales de los avances teóricos y las propuestas metodológicas del propio continente.
Como vemos, la situación –y sus consecuencias– son parecidas al diálogo desigual que se establece entre la producción teórica de los países centrales y la de los países periféricos. Agravada, en este caso, por la situación de doble dependencia, que parece también duplicar la dimensión colonizada de la producción académica de y sobre ciudades no capitales de Latinoamérica. Esto es, una forma específica de jerarquización del conocimiento sobre ciudades asociada a la configuración del colonialismo interno (Stavenhagen, 1963; González Casanova, 2006).
José Luis Romero (1986) emprende en su análisis el relevamiento de una erudita biblioteca sobre ciudades latinoamericanas, en la que conviven textos de la literatura, la historia, la sociología y el ensayismo. En su obra, priman los ejemplos referidos a las ciudades de Argentina, México, Brasil, Perú y Colombia, aunque también se ocupa de las de otros países latinoamericanos. En cada caso, establecerá diferencias dicotómicas entre experiencias urbanas, y a veces –la mayoría– sobre la estructura social de cada una. Prisionero de su tiempo, en el libro es persistente la preocupación por la “aculturación”, consistente con el esfuerzo dicotómico en la sistematización. Si hay “ciudades en movimiento y ciudades estancadas”, “oligarquías y extranjeros ignorantes” habrá también, por supuesto, enfrentamientos polares entre “cultura” y “no cultura” y un pensamiento que implica procesos de dominación del tipo “aculturación” por parte de una sobre otras.
Es constante, en la producción posterior, el esfuerzo por alterar esa pretensión dicotómica, ya que justamente las ideas de “culturas híbridas” (García Canclini, 1990) o “cultura de mezcla” (Sarlo, 1999) vienen a confrontar estos supuestos y a acentuar el carácter de mezcla (sobre el de dicotomía con posición dominante) en la experiencia urbana. En el mismo sentido, Ángel Rama (2008) propuso pensar Latinoamérica en términos de “transculturación”. Nos preguntamos en qué medida este esfuerzo se realiza “en hueco” sobre el telón de fondo del libro de Romero (1986), o al menos sobre las ideas generales en las que reposa, también, su libro.
Esas formas de la mezcla revelan otro parecido de familia entre estos clásicos: la atención que prestan a la producción cultural industrial como clave de bóveda de las mixturas producidas por –y productoras de– la vida urbana a partir de fines del siglo XIX. El tema es de especial relevancia en el libro de Jesús Martín-Barbero, en el que se reúnen la preocupación recién mencionada de atender un período dentro del siglo XX y la idea de las industrias culturales como co-constitutivas de la dinámica social. La idea de matrices culturales históricas que propone Martín-Barbero confronta la ligazón de los estudios comunicacionales latinoamericanos con la tradición estructural-funcionalista norteamericana, a un tiempo que renueva críticamente sus vínculos con los abordajes semióticos de la ideología, al cuestionar la raíz elitista de enfoques que no problematizan las formas del reconocimiento del discurso mediático.
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