Ricardo Reina Martel - Cartas a Thyrsá. La isla

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Cartas a Thyrsá. La isla: краткое содержание, описание и аннотация

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Sensibilidad, dolor, entusiasmo y pasión coinciden en un entorno imaginario donde surgen variopintas mitologías. De la trama surge el dulce aroma de lo céltico y las antiguas tradiciones norte europeas, la Grecia ateniense e incluso descaradas reminiscencias hacia Al-Ándalus.Entre la riqueza de escenarios, este libro introduce al lector en un mundo de fantasía que se aleja de las superfluas obras del género. En cada página subyace una base de filosofía, siendo el amor y su búsqueda la primera causa como dulce pasión que nos hace trascender a cualquier tipo de conflicto.

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Mis miembros se inquietan, mis manos palpitan nerviosas, todo debe estar a punto de concluir. Mi hombre se acerca y su promesa de amor debe hallarse, a punto de consumarse.

Ví[6] , mi amor… mi único amor…

La última madre de Casalún se mantiene refugiada en la Batida, en el norte. Quién le diría a una hija del sur que terminaría su vida al amparo de la selva, bajo el frío y la humedad de estas gélidas tierras. En este desfiladero donde las olas se entregan con desesperada pasión, abrazando los cimientos de un castillo derruido.

El caballero ha de venir… ha de venir por mí, lo reitero. Me ha de llevar y yo lo deseo con locura. Observo desde este enorme ventanal, la constelación y reino de la estrella, anhelando que llegue alguna señal desde Leirá, la isla del Espacio. Esa fue su promesa y ella siempre cumple su palabra. Me despierto cada mañana, tras haber acumulado un sinfín de quimeras y malos sueños durante la noche. Persistiendo siempre bajo una misma ilusión y proyectando mis rezos, hacia la única ambición que me queda por realizar.

Sueño que mi amor llega cabalgando, y el puente de la Valsyria se alza sobre los acantilados. Él no ha envejecido como yo, en Paradiso el tiempo se detiene. Y yo, tan solo soy una anciana que apenas se sostiene. Entonces mi joven y lozano combatiente me alza en volandas y me mima, abrazándome con ternura… y ahora sí que cruzamos el puente, siendo arropada y sostenida por él. Luego llega la luz, esa inmensa luz que se funde en la Crisálida[7] , pasando a ser ambos, una sola unidad para siempre.

El mar lleva varios días agitado, se observan las líneas de Nazca cruzando la noche oscura. Sus surcos luminosos dividen el cielo, ha llegado el momento. Estaba subscrito que habría de ser así. Tantos años aguardando, que bien pudiera ser ahora cuando se cumpla la leyenda. Se perciben tendencias y movimientos allá en lo alto. En cuanto me rodea la oscuridad y la luz del día se apaga, se levanta el viento. Esa brisa impetuosa e impulsiva que resuena, elevándose apasionadamente, al igual que si fuese un último abrazo.

Annette, mi hija y hermana, me protege y me cuida. Acerca leña y agita el fuego, aquí nadie dice nada… hemos olvidado el don de la conversación hace mucho. Al fin nos llegó ese instante en el que sobran las palabras. Ella me arropa, se vuelca mimándome. Coloca sobre mis hombros un chal negro y una roída toga que me cubre las piernas. Sobre mi pecho luzco un único adorno; el Núcleo o la piedra corazón, la herencia de mi madre. Me cuesta respirar, la ropa que me abriga dejó de proferir el calor a mi pecho. Annette renunció al placer y al amor de Daniela por cuidarme, por no separarse de mí.

Estaba escrito que fuese así, pues su amor está en el ofrecer y no mantener nada para sí misma. “Todo cuanto se recoja, ha de ofrecerse de nuevo”, ese es el dogma de su orden, así el linaje adulador[8] se mantiene cohabitando en esa permuta constante.

Espero sentada frente al fuego, de vez en cuando me aventuro y me asomo inquieta al balcón de piedra, anhelando que este sea mi último atardecer en el Urbian:

“La gran ola está por llegar y la tierra quedará sepultada bajo las aguas”— nos dice la tradición.

El comandador me espera con la promesa de la eternidad. ¿Qué es la eternidad?

Cada pocos minutos me despierto, no suelo prolongar las horas de sueño. La luz se filtra por las traslúcidas cortinas de mi habitación y sobre mi mesa el cuaderno se abre como por encantamiento; recibiendo una vez más, una nueva misiva de mi amado que me escribe desde Paradiso. Así, sin más, han ido transcurriendo los últimos cincuenta años de mi vida.

Paradiso es la tierra destinada para aquellas de nosotras a las que aun habiéndolo logrado, les queda un desafío pendiente. Paradiso representa la cautividad y al mismo tiempo la paz.

La tradición nos dice que las madres Mariposas al fin alcanzaron la Tierra de la Primavera, donde aguardan, esperando superar este último eslabón para obtener el don de la Crisálida. Al fin entendieron el proceso encadenado que conlleva la existencia. Ahora nos toca a nosotros pasar a Paradiso, reemplazarlas en esta sencilla cuestión que es el orden sideral del universo.

Cómo comenzó esta historia y todos esos recuerdos que me brindan constante compañía… ¿volver? Por nada del mundo volvería atrás. Ni tan siquiera a mi casa del altozano en Vania, ni a pasear por los bosques, ni el prado.

Celeste hermana mía. ¡Cuánto dolor!

Mis ojos se humedecen al recordar a mi hermana y su trágico destino, ahora cierro los ojos y me dejo llevar, evocando aquellos lejanos días de infancia…

[1]El Powa o Bosque Padre, al sur de la isla queda dividido en dos demarcaciones; el País y Casalún.

[2]Los Senderos de Lunda, son los ocho senderos que parten del Claro de Transparencia, donde cuatro son visibles y cuatro invisibles.

[3]Viejas ruinas de la comarca de Hersia.

[4]Mítico Cantor.

[5]Dioses.

[6]Diminutivo con el que llamaba a Ixhian.

[7]Crisálida; la luz que se haya más allá de todo conocimiento.

[8]Antigua orden, ya desaparecida.

II - Thyrsá

Los primeros recuerdos

Padre llegaba de vez en cuando y nos traía regalos, el verlo venir siempre me causó cierta ansiedad que marcó para siempre mi carácter. Se acercaba risueño y presuntamente feliz. Se le conocía como el cantor de playa Arenas[9] pues según se decía; él estuvo allí. De mi madre verdadera nada supe, ni me atreví a preguntar. Habitaba en mí un sentimiento que me hacía concebir cierta culpabilidad, con respecto al pasado. Yo vine al mundo inmediatamente después de lo de playa Arenas, así me lo contó él. También me dijo que madre falleció al darme a luz, mas yo nunca le creí.

Deseé con todas mis fuerzas ser hija de Latia, la adoré como madre más que como una gran dama de Casalún y me aferré a ella cuando quedé desamparada y sola. Eso sucedió después de la muerte de Mamá la yaya, justo cuando apartaron a mi hermana de mi lado.

Mamá la yaya, mi tía y nodriza, siempre fue bondadosa conmigo, su verdadero nombre era Asanga, pero yo no lo sabía y a decir verdad tampoco me importaba demasiado. Ahora más que nunca evoco su tierna y sufrida imagen, recuperándola. Cierro los ojos y me veo aferrándome a su regazo, en donde buscaba refugio y consuelo. Me enganchaba a esa madre pasajera y fugaz que percibía como si fuese un fantasma, en cada esquina del bosque y en cada rincón de la casa. Los gansos y las ocas fueron los únicos amigos de mi niñez, hasta que inesperadamente aconteciera el nacimiento de Celeste, mi hermana. Fruto sin duda de los fortuitos encuentros entre mi padre y mi tía, la yaya. Entonces mi vida cambió por completo, ya que mi ilusión y complacencia pasó por protegerla y vivir a través de ella. Siendo en ese acto, cuando recuperé sin saberlo los matices para conformar una nueva vida, colmada de esperanzas. Fui para ella una madre más que una hermana, hasta que un aciago día me la quitaron, llevándosela de mi lado. Entonces comencé a cerrarme y mi corazón se ahogó por mucho tiempo…

Jissiel era una aldea no muy grande ni muy pequeña, compuesta principalmente por calles empedradas y casas redondas, levantadas entre muros de adobe y piedra. Nosotros vivíamos a las afueras, algo apartadas de la localidad y al final de un camino sin salida. Nuestra casa era muy coqueta, como de esas que hablan en los cuentos, y a Mamá la yaya, cuando llegaba la primavera, le gustaba teñir sus paredes de cierta tonalidad celeste; por cierto que nunca llegué a preguntarle el porqué de dicha obsesión. Poseía dos plantas más una chimenea, y al contrario de las casas de la aldea, esta era de madera. Se aposentaba sobre un pequeño altozano por encima de las ruinas de una vieja ciudad abandonada. Mamá la yaya se ausentaba a menudo, pues marchaba temprano al bosque que asomaba oscuro y tenebroso a los pies del altozano. Partía en busca de hierbas y raíces, con las que preparaba sus remedios y ungüentos que luego vendíamos todos los jueves, en el mercado ambulante de Jissiel.

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