Mi papá decía que la historia es interesante aprenderla, que los idiomas se aprenden solos, pero las matemáticas hay que profundizar en ellas porque enseñan a resolver problemas y en la vida, más de una vez tendrás que resolver problemas, así que yo con él estudiaba las matemáticas. Y muy pronto se me presentó un problema serio que resolver.
Una tarde de primavera nos fuimos de paseo al bosque varios compañeros del colegio. Las hojas de los árboles se veían mas bonitas que nunca al ser atravesadas por la luz del sol, y pendiente abajo, el agua corría cristalina por el arroyo, las avecillas entonaban sus cantos con mucho entusiasmo y algunas volaban en bandadas cuando sentían que nos acercábamos, fue en ese momento en que algunos muchachos sacaron sus hondas y piedras del bolsillo y empezaron a hacer puntería contra ellos o contra un inocente pájaro que se quedaba quieto y posado en una ramita. Tres avecillas muertas colgaban asidas de las patitas en la punta de los dedos de los orgullosos cazadores. A mí no me gustó esta entretención, es más, en un momento estallé en pena y rabia cuando un pajarito muy pequeño que no sabía volar bien cayó abatido girando y en picada hacia el suelo como avión de la primera guerra mundial; dando sus últimos aleteos, cerró sus ojitos y murió en mis manos. Cuando llegué a casa narré lo sucedido a mi padre, y él dijo: «No vas más con ellos a ninguna parte, la vida se respeta, y no quiero que tengas malas juntas. ¿Cuántos días estuvo la madre de ese pajarillo manteniendo el calor de los huevos hasta el nacimiento de las aves, y después cuántos días pacientemente alimentándolos? ¿Y sin ninguna reflexión salen a matar avecillas tus amigos?» Mi papá pensaba igual que yo, pero esto no se quedará así, es un problema que hay que resolver, y yo estudio matemáticas así que lo resolveré.
Una semana más tarde fui invitado por los «mala junta» al bosque, pero les dije que no iría con ellos porque no me gustaba matar avecillas. «Son solo pájaros», respondió el Neri, no sé qué quería decir con solo pájaros; yo veía a estos pajaritos como los cantores que ayudaban a alegrar el paseo por el bosque, junto a las aguas del riachuelo y el agitado movimiento de las hojas de los árboles provocado por el viento, que formaban una bella sinfonía. Ese día, acompañado por mi amigo Slavko y bien armados con hondas y piedrecillas en los bolsillos nos adentramos en el bosque antes que ellos y nos ocultamos arriba de un frondoso árbol cerca de donde empezaría la cacería de avecillas. En un principio, Slavko no quería ser parte de mi plan, pero no tardé mucho en convencerlo; ya tenía un guerrillero listo para el combate, es que yo, cuando hablaba a alguien no lo miraba a los ojos, sino que lo hacía mirando fijamente entre cejas y siempre me daba buen resultado. Slavko me dijo en una ocasión:
—Tú siempre me convences aunque no quiera, te hago caso y a veces me arrepiento pero ya es tarde.
—Algún día te contaré mi secreto —le dije—, ahora a guardar silencio, ya vienen los «mala junta».
Pronto empezaron a moverse silenciosos haciendo puntería a los pajaritos y con Slavko desde arriba del árbol nosotros también hacíamos puntería contra ellos sin que se dieran cuenta, hasta que sucedió la parte chistosa. Cuando Vinko grita:
—¡Me llegó una piedra en la espalda!
—¿Quién fue?, deben de ser los vengadores del bosque por las aves que hemos matado —dijo Neri, riendo.
—Mejor vámonos de aquí —agregó Ivo.
—Sí, a mí también me llegó una —dijo Luka.
—Sí, ¡qué miedo! Vámonos.
Pero la venganza no concluía, yo donde ponía el ojo ponía la piedra, así es que cuando se marchaban estiré el elástico de la honda lo más que pude y salió proyectado un filoso guijarro que rozó la cabeza de Neri haciéndole un profundo corte y dejando ver el sangrado abundante de su cabeza que luego cubrió con el pañuelo, el que no tardó en ponerse rojo. Todos muy preocupados abandonaron el bosque. Slavko también estaba muy preocupado, gritó muy fuerte, diciendo:
—La embarraste, ¿y si muere desangrado?.
—Te echo la culpa a ti —respondí, riendo. Y él se puso rojo de temor.
—No te preocupes, no morirá y nunca te echaría la culpa. ¿O me crees cobarde? Además, no le pasará nada, lo sé porque una vez me golpeé la cabeza y también tuve una herida que tardó mucho en cortar el sangrado, y mi madre me dijo, cuando me curaba: «No te preocupes, la cabeza es la parte del cuerpo que más venas tiene, por eso sale tanta sangre, pero pasará».
—Menos mal —dijo Slavko, ya más aliviado de su preocupación.
—Ese Neri yo lo mastico, pero no lo trago, se lo merecía, siempre piensa en hacer cosas malas. Una vez quería robar el sándwich del gordo Frank y compartirlo conmigo, yo me negué y él insistía, «eso es robo» le dije, y el respondió muy tranquilo «¿y qué? Después nos confesamos con el cura y todo queda ahí, nos vamos igual al cielo», «si lo haces te delato» le dije y me respondió «chao, marica», desde ahí que yo le tengo sangre en el ojo, pero ahora pagó.
Me sentía bien, había vengado la muerte de los pajaritos y ya no morirían más.
Cuando llegué a casa, conté a mi padre lo sucedido, pero esta vez se enojó de verdad.
—Te crees Robin Hood —me dijo—, y si la piedra le hubiese dañado un ojo, ¿tú se lo devolverías? Y si hubiese caído en la sien y muere, ¿tú le devolverías la vida?
Realmente estaba furioso mi padre, pero tenía mucha razón, nunca pensé que las cosas podían haber llegado tan lejos. Fallaron mis matemáticas, pero me quedó claro que la vida es lo más preciado.
Capítulo 2. La dulce adolescencia
Era el año 1940, yo ya tenía quince años. La etapa de la niñez, con todas sus aventuras, cuentos y juegos, en que se dejaba volar la imaginación había quedado atrás. Ahora aprendíamos la polka y cantos folclóricos, Slavko tocaba muy bien el acordeón y yo la guitarra, y cantábamos juntos, nuestros intereses habían cambiado. Todos habíamos crecido y unos más que otros, hasta las niñas se veían diferentes y muy guapas y las mirábamos con otros ojos y ellas también a nosotros. Y lo mejor de todo es que las muchachas a mí me encontraban guapo y simpático así que me aproveché de esto y pronto me convertí en un don juan. Mi abuelo materno fue muy mujeriego, él encantaba a las mujeres y luego las dejaba, mi abuela decía que era un diablo muy atractivo y rompecorazones, por eso cuando llegó a viejo se quedó solo, yo creo que tengo algo de él.
Una tarde de verano salí con mis amigos de paseo al parque, y había cinco lindas muchachas recostadas sobre la verde hierba, dos de ellas estaban con sus faldas semiarremangadas dejando ver generosamente sus lindos muslos. Slavko dijo:
—Me gusta la de falda roja, pero siempre me rechazan las mujeres, no sé entablar amistad con ellas, en cambio Jure nunca se sonroja y siempre tiene suerte con ellas.
—Yo opino que se acerque y les hable.
—Sí, es el candidato preciso —dijo el pesado de Neri. Como todos estaban de acuerdo, no dudé en acercarme a ellas.
—Buenas tardes, señoritas, ¿puedo hacerles una pregunta?
—Sí, por supuesto —respondieron muy risueñas.
—Lo que pasa es que mi mejor amigo tuvo una visión. Es el más alto del grupo, dijo que en su visión había visto a la señorita de rojo, que, por supuesto, ¿cómo se llama?
—Nevenka —respondió.
—Y yo, Jure —dije presentándome y dando un beso en la mejilla a cada una de ellas.
—¿Y cuál es la visión…?
—Dijo que Nevenka sería su esposa de toda la vida. —Ellas estallaron en risas—. Es el más alto del grupo, puedo llamarlo.
—¡No! —respondió ella,
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