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TODOS LOS SERES HUMANOS ATRAVESAMOS ESTA VIDA BUSCANDO.
Buscamos un canal de salida para ver la luz; aunque estemos muy cómodos en el vientre de nuestra madre, seremos impulsados naturalmente a ir hacia el exterior y emerger a la vida del afuera.
Luego, buscamos desesperadamente el alimento en el pecho materno o en un biberón.
Buscamos nuestra identidad en la adolescencia para poder separarnos, para tomar una distancia emocional de nuestros padres, y para reconocernos como seres únicos.
Buscamos una orientación de vida: qué carrera estudiar, qué profesión ejercer, qué tipo de trabajo tener.
Buscamos el amor. Algunos buscamos formar una pareja para juntos trascender y otros, además, queremos, a través de esa unión, tener hijos. Las parejas hemos escuchado tantas veces frases como: “¿Están buscando tener hijos?”.
Buscamos deseos que tenemos en nuestro interior y que se nos presentan en el exterior: ese producto de moda, esa última invención que nos traerá más comodidad o alegría, ese cuerpo perfecto que nos hará deseables.
En definitiva, nos pasamos la vida buscando.
La curiosidad es una de las características principales del ser humano, somos curiosos por naturaleza. Investigamos asiduamente y nos urge encontrar respuestas; no nos agrada la incertidumbre, nos molesta la sensación de no poder controlar ciertos eventos en nuestra vida. Y ese mismo deseo de control nos lleva a buscar ese “algo” que sentimos que nos falta.
Dentro de esa búsqueda, ¿habrá una inclinación hacia la búsqueda espiritual?
¿Será que todos los seres humanos estamos también en una búsqueda espiritual?
¿Será que esa búsqueda es un interés de algunos o será un interés universal del que no podemos escapar?
Creo, a mi entender, que todos de alguna manera buscamos volver a experimentar lo que vivimos en la eternidad, la unión con Dios, esa vida en el espíritu que teníamos desde antes de nacer.
Ahora bien, cuando buscamos lo espiritual, ¿sabemos por dónde comenzar la búsqueda?
Hay una creencia popular que supone que la persona que se dedica a cultivar la vida espiritual o a comenzar con una búsqueda en esta área es porque llegó a determinada edad en la que logró todo, pero esto no la satisface, o no alcanzó sus metas (y como se siente frustrada) entonces va en búsqueda de lo espiritual. Sin embargo, la vida espiritual es para todos. Es común ver personas que dan sus testimonios y también siguiendo a tal o cual gurú, técnica o acción con tinte espirituoso, cambiaron su manera de ver y encarar la vida. Otras personas creen que antes de acercarnos a lo espiritual tenemos que “vivir la vida” –lo más terrenalmente posible, por cierto–. Pero hoy sabemos que esta búsqueda no responde a una edad cronológica, sino a todo aquel que esté abierto a recibir en cada etapa lo que necesita.
Este libro no pretende ser una guía teórica, sino una experiencia espiritual que nos sirva no solo para buscar, sino para encontrar y vivir esa profundidad espiritual, y que esta dure para toda la vida, sin importar la edad, las vivencias, los éxitos o fracasos, la religión o la filosofía que practiquemos.
Imaginemos que queremos llegar a una ciudad en la costa del Mediterráneo en la que soñamos disfrutar del verano. No disponemos de un mapa para ir, pero tenemos frente a nosotros varios caminos que podemos transitar. ¿Hay varios senderos que nos lleven específicamente al destino que anhelamos? Esta es la pregunta fundamental aquí, porque si el destino es uno y hay varios caminos, puede ser que:
a.Cualquier camino nos lleve a destino.
b.Solo un camino es el correcto, por lo que nuestro objetivo en la vida será encontrarlo.
Recordemos: no todos los caminos nos llevan a Roma.
Todos parecen correctos, todos presentan aventuras, desafíos, momentos plenos, salud, alegría, encantos, pero tenemos preguntas:
¿Cualquiera de ellos nos llevará al espíritu?
¿Qué es lo que alimenta el espíritu y lo sacia verdaderamente?
¿Pueden nuestra sed y nuestra hambre espiritual ser saciadas recorriendo cualquiera de los caminos que se nos ofrecen?
Cada camino propone un desafío diferente, pero no todos nos llevan a la llenura de ese espacio vacío que es el espíritu.
Hay caminos que parece que nos transportan a destino, pero solo nos acercan a un paisaje similar al de la playa a la que soñamos ir, pero no son la playa.
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