No es el único ejemplo. Lo hemos visto también con Bernie Sanders, que con 79 años de edad ha sido, en las dos últimas campañas electorales norteamericanas, el líder más valorado y seguido por la juventud, llegando a congregar a 25.000 jóvenes en Los Ángeles el 2 de marzo de 2020.
Y un último ejemplo, la incombustible Jane Fonda, actriz, militante desde su juventud en la defensa de los derechos civiles, raciales, feministas y por la diversidad sexual e identidad de género y, más actualmente, dura defensora de los derechos medioambientales, luchadora contra el cambio climático e impulsora del Green new deal, liderazgo que le ha valido numerosos arrestos por parte de la policía que, sin embargo, no se atreve a llevarla ante los tribunales. Fonda, protagoniza una serie, Grace and Frankie, donde prácticamente se interpreta así misma, una mujer en los ochenta, fuerte, peleona, autónoma y sexy. ¿Por qué no? Jane Fonda se ha convertido de nuevo (todo el mundo recuerda a una joven Jane Fonda peleando contra la guerra de Vietnam) en un icono para la juventud por su compromiso, pero ahora con sus 83 años.
Se puede ser joven y vital con 80 años. Todo depende del “espejo sociocultural” en que se mire. No únicamente tiene en esto voz la medicina. Desde un punto de vista geriátrico, seguramente Ginsburg, Sanders o Fonda deberían estar dando paseos al sol y ser personas alejadas de la vida pública y laboral, aparcadas y apartadas, ¿inservibles? Pero han decidido que su edad les sirve también para aportar su experiencia de vida. Están en los ochenta. Y ¿qué?
La profesora Margaret Morganroth Gullette del Women’s Studies Research Center de la Brandeis University, una de las grandes investigadoras en esa área de conocimiento que llamamos “Estudios Etarios (Age Studies)”, afirma que las etapas en las que se suele dividir la edad de las personas son “un gran catálogo de ficciones”2, puesto que no son más que un constructo cultural, unas fronteras borrosas que no están basadas en ninguna objetividad, donde la catalogación de las edades y las generaciones van y vienen, se estrechan o se amplían a conveniencia de los tiempos. ¿Cuál es el margen de edades que comprende la juventud? ¿Qué años son los que incluye el concepto de la “mediana edad”?
Ninguna objetividad. Lo que sí sabemos es que no es un asunto que afecta de modo único (ni exclusivo) a la gerontología, ni a la geriatría o, en general a la medicina, puesto que el envejecimiento biológico está mediado por la construcción cultural: envejecer no es lo mismo siendo rico o pobre, siendo mujer o siendo hombre, o siendo hombre gay o siendo una mujer lesbiana o una mujer transexual (que desgraciadamente no llegan en muchos países a esa edad al ser asesinadas mucho antes; el horror de los transfeminicidios aumenta año tras año en todo el mundo).
El envejecimiento no es un asunto únicamente de edad, no es únicamente una cuestión biológica y/o sanitaria y/o medicalizada, sino una experiencia vital personal y social, comunitaria y cultural con implicaciones en la economía, la política y toda la variedad de circunstancias materiales y psicológicas que la rodean.
Es por ello que los estudios etarios, los estudios sobre la edad y el envejecimiento, son un área de estudio marcadamente interdisciplinar donde se cruzan también con los estudios culturales y los estudios de género y, como demuestra este libro, con los estudios fílmicos, televisivos y audiovisuales, porque de lo que se trata es de estudiar los discursos, las prácticas y representaciones que construyen el significado social y cultural de la edad y del envejecimiento y, así, estudiando sus manifestaciones, expresiones y representaciones, ayudar a entender cómo se crea la visión limitada de las etapas de vida de las personas, de la vejez y la discriminación por edad así como la división por edad y generaciones.
Así, hemos pasado de una preocupación (y estudio) desde la medicina y la salud, a un estudio cultural de la edad y el envejecimiento de las personas. Y es que, por un lado, la esperanza de la vida crece (de ahí el inestable concepto, por ejemplo, de “juventud” o “mediana edad”, que cada vez abarcan más años) y, por otro lado, la invisibilización y el vacío social, cultural, económico y político de las personas mayores aumenta. Se da constantemente una discriminación por edad y nos parece lo más normal del mundo ("este ya no es su tiempo"), a la vez que el imperio de la juventud pretendidamente perpetua intenta ocuparlo todo a nivel social, cultural pero también laboral y económico (prejubilaciones con apenas 50 años, por ejemplo). Es la marginación de la arruga. Y la decadencia masculina entra ahora, ya, en juego: el hombre maduro hetero pierde su encanto y protagonismo; obviamente el gay queda, como siempre, absolutamente borrado (incluso de Grindr). Es la exaltación de la piel tersa y firme. El futuro económico glorioso de los cirujanos plásticos. Pero es, y tenemos que tenerlo claro, una ideología, un constructo, un artificio (del capital).
Los estudios culturales han insistido e insisten (con razón) en sus estudios sobre género, clase, orientación sexual y raza, pero debemos aplicar también nuestra atención a la edad como lo venimos haciendo con el resto de categorías de la diferencia. Es otra realidad trasversal. Es otro factor que debemos siempre incorporar en nuestros estudios. También la edad tiene unas implicaciones de clase (se habla ya de “clase etaria”), raza y sus implicaciones particulares de género y diversidad sexual, así como de exclusión.
Debemos aportar otra visión crítica frente al planteamiento imperante; como diría Chenoa, no plastifiques mi corazón / ya estoy cansada de cuerpos duros3.
Y en el área de las representaciones audiovisuales tenemos un gran campo de trabajo en esa línea: aportar crítica a las representaciones y discursos que se manejan en los medios y, además, siguiendo la tradición de los estudios culturales, deberíamos hacer hincapié en la autorrepresentación de las personas ancianas, en ser capaces de acometer y ver su propia mirada sobre sí, con toda su complejidad, con toda su diversidad.
Este libro es, sin duda, un buen ejemplo de ello.
Francisco A. Zurian
1Quiero expresar mi agradecimiento al Grupo de Investigación AdMira de la Universidad de Sevilla (y muy especialmente a su directora la profesora e investigadora Virginia Guarinos) por su amable invitación a unirme con un breve texto introductorio a este magnífico libro.
2“Los estudios etarios como estudios culturales. Más allá del slice-of-life” en Debate feminista, Vol. 42, 2010, octubre, Disponible en:
http://debatefeminista.cieg.unam.mx/df_ojs/index.php/debate_feminista/article/view/821/726.
3Chenoa: “Cuando tú vas”, canción compuesta por William Luque, 2002.
Capítulo 1. La vieja radio del salón
La programación radiofónica española hecha por y para mayores de 65 años
Virginia Guarinos
De todos los medios analizados en este volumen, si hay alguno que presente una relación “longeva” con la tercera edad, ese es, sin duda, el medio radiofónico, tanto por existencia histórica del mismo, que acaba de cumplir en agosto de 2020 su primer centenario, como por la fidelidad de los oyentes de este segmento de edad. En estas páginas se buscarán algunas relaciones más profundas entre la radio y el ser humano de edad superior a los 65 años, en concreto las que se mantienen entre la radio y el sector envejeciente como consumidor y como productor de discursos radiofónicos.
1.Un edadismo a gritos
El segmento de población que actualmente supera los 65 años ha tenido en la radio convencional su referente comunicativo a lo largo de toda su vida. La relación de la vejez con la radio, desde el punto de vista histórico y de audiencias, además de pertenecer a nuestro imaginario colectivo (¿quién no recuerda a un abuelo o abuela pegados a un transistor?), se fundamenta en la idea de encontrar en este tipo de oyente un consumidor fiel, diario, que participa activamente con intervenciones en directo a través de llamadas telefónicas o mensajes en contestador en una amplia gama de programas en todas las principales radios comerciales españolas, convirtiéndose en sustentadores del medio. No obstante, solo revisando el tipo de publicidad que se inserta en los programas de las diversas parrillas, ya se observa que no son muchos los productos destinados a ellos y ellas los que se emiten en cuñas, de lo que se deduce que existe una diferencia importante entre el oyente deseado y el oyente real, o una parte muy importante de ese número de oyentes. El oyente deseado de las radios es un hombre, o mujer, maduro, en plenitud de sus condiciones laborales y con poder adquisitivo medio-alto.
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