José Claudio Carrillo Navarro - Las violencias en los entornos escolares
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Al iniciar el trabajo de apoyo a la lectura y la escritura, la estudiante de servicio social notó a los niños inhibidos en su vinculación con el trabajo académico, y observó que el tipo de relación que establecían estos niños con ella denotaba una actitud de temor hacia el docente. Le comentaban: “Maestra es que… ¿no nos va a pegar?, es que aquí hay una vara que se llama…”
Por conversaciones con algunos niños nos enteramos de que el profesor Z, que para entonces tenía a su cargo los grados primero y segundo de primaria, tenía un palo al lado de su escritorio, dicho adminículo le servía, entre otras cosas, para señalar al pizarrón. Con este palo, al que incluso había puesto un nombre femenino, atemorizaba y golpeaba a los niños cuando cometían actos de indisciplina o no cubrían las expectativas académicas del profesor. La prestadora de servicio social nos relató cómo escuchaba con frecuencia los gritos de este profesor hacia los niños diciendo “¿Por qué no me entienden? ¡Entiendan!”. En visita a la escuela pudimos constatar que el profesor Z no era el único que tenía un palo de ese tipo; también el profesor de tercero y cuarto, que a su vez era el director de la escuela, tenía una vara semejante al lado de su escritorio.
En esta escuela trabajaba también una profesora que no formaba parte de la dinámica de violencia y se mantenía al margen de la situación. Los niños también nos relataron que el conserje (que posteriormente fue removido de su cargo) participaba de las agresiones, no los golpeaba, pero les hacía comentarios despectivos sobre sus familias y les impedía tomar agua purificada de los garrafones; al no haber recursos designados por el Estado para tener agua purificada para todos en la escuela, el agua se administraba según criterios adultocéntricos. Los niños tomaban y toman agua de la llave, no obstante la epidemia de hepatitis que afectó a media docena de niños en la escuela y a la mitad de los escolares en el jardín de niños de la comunidad durante el ciclo escolar que aquí se comenta.
Hay más evidencias de maltrato físico en esta escuela. Una práctica frecuente de uno de los profesores era aventar el borrador, y en una ocasión lo hizo con tal tino que le pegó a un niño en el ojo. El niño requirió atención médica y reposo durante un par de semanas. Uno de nosotros fue a ofrecer apoyo al padre, pero el padre del niño comentó que había decidido no entablar acción legal porque ese profesor es uno que “enseña bien”, que su hijo estaba aprendiendo. Comentó que ya había hablado directamente con el profesor y que éste se había comprometido a que no se repetiría la situación. El padre comentó que hay otros profesores que no enseñan bien, por lo tanto son peores que este que “sí enseña bien” pero golpea a los niños.
Observamos cómo la violencia se confunde con la disciplina. Estos profesores que no saben cómo hacer con los supuestos problemas de conducta y aprendizaje de sus estudiantes, reaccionan con violencia ante sus educandos y algunos padres de familia perciben este asunto como algo que debe tolerarse a favor de un bien mayor, la “escolarización”, que está, efectivamente, manteniendo a los niños largas horas a la semana en un espacio institucional, pero que no ha sido garantía de una mejor educación, ni siquiera de una buena alfabetización, según los mismos padres señalaron y las evidencias recabadas confirman.
La comunidad y los docentes
En un entorno escolar tan lastimado, la presencia de eventualidades y alumnos en condiciones vulnerables resulta no solo un reto, sino un enorme problema para los profesores y para la comunidad escolar en general. Respecto de la violencia que se vive en la escuela la comunidad no es ajena. Esto se manifiesta en formas diversas. A menudo la violencia está también presente al interior de los hogares. Es el caso, por ejemplo, del niño a quien en este trabajo llamaremos Carlitos (para proteger su identidad). En el ciclo escolar descrito, Carlitos sufría de violencia intrafamiliar severa, lo que lo incapacitaba cognitivamente para atender o realizar cualquier tarea escolar por un tiempo prolongado. Desde luego que en la comunidad no hay psicólogo, ni funciona ninguna oficina del sistema para el Desarrollo Integral de la Familia (DIF). De hecho no hay quien pueda llevar consuetudinariamente a Carlitos a algún lugar donde reciba la atención que necesita. El niño asiste a la escuela y los profesores no saben cómo ayudarlo:
Han tomado muchas medidas. Sinceramente yo he sido testigo de que sí: “Vamos a ponerlo a hacer cosas, para que tenga… porque él repercute mucho en el aprendizaje del salón, en todo, entonces, para que no haga esa situación de que fastidie a todos, porque no hace nada en el salón, se sienta y de repente se pone a cantar, se para, va a golpear a algún compañero, regresa, golpea a otro, sale, entra, rompe tareas, o sea, en cuanto a su formación, la verdad la escuela no le está sirviendo para nada, entonces, el maestro le ha buscado, lo ha puesto a hacer cosas extras, o que reparte hojas… por ejemplo, cuando fue el desfile, él dirigió los ejercicios, porque si no, hubiera sido imposible que saliera el cuadro, entonces él hizo como que los ejercicios, pero los niños no lo siguen, de hecho a la hora del recreo está solo, nadie juega con él (I, 23/04/2014).
No sabemos los alcances que tiene la violencia intrafamiliar entre los habitantes de esta localidad, pero lo previo pone en evidencia cómo la violencia de este tipo no en un problema que atañe solo a las familias. Lo que pasa en casa afecta a toda la comunidad escolar: en las relaciones interpersonales que a su interior se establecen, en el aprendizaje y en las emociones de sus miembros. El caso de Carlitos es particularmente grave pues el niño sufre abandono por parte de su madre. Este niño, víctima de la violencia en el seno familiar, manifiesta con su comportamiento agresivo y disruptivo el dolor que sufre en el seno de su familia.
A la fecha, ni el Estado mexicano ni ninguna otra institución ofrece alguna opción viable y digna para este niño ni para esta escuela. El problema de Carlitos se extiende también más allá de las relaciones entre compañeros y profesores.
Hay otras personas que me han comentado que al niño a veces lo han sacado de la casa, que el niño a veces ha dormido en los techos, ha dormido en la calle, con los vecinos, que antes se iba a dormir con unas tías, pero tenían muchos problemas con la mamá, porque la mamá iba y les decía:
No, es que no, si yo castigo a mi hijo no le des asilo”, y las hermanas, o sea las tías, con tal de no tener problemas, ya dejaron de hacerlo. Y sí hay una señora, la abuelita de […], que me comentó que ella en una ocasión dejó que el niño entrara en su casa porque… porque sí estaba en la calle y no había cenado. Está chico, tiene 10 años (I, 23/04/2014).
En lo previo se observa la justificación que la madre hace de la violencia en nombre de la disciplina: “Es que yo así castigo a mi hijo”. Pero en este caso los límites de la violencia se desdibujan y, al parecer, también hay que “castigar” a otras personas por conductas indeseables.
La mamá de un amigo de Carlitos nos narró que por insistencia de su hijo lo llevó a su casa a cenar, eran las 11 de la noche y el niño no había comido en todo el día. Carlitos no quería ir a su casa por temor, quería quedarse en el lugar donde le dieron leche y galletas, pero la madre de su amiguito no quería tener problemas con la mamá de Carlitos, así que llevó al niño a casa de la abuela de este. A insistencia de la señora, la abuelita recibió a Carlitos cuando era la una de la mañana, pero esto le costó a la madre del amigo de Carlitos que unos días después fuera amenazada y golpeada por la mamá, la tía y la propia abuelita de Carlitos advirtiéndole que no volviera a inmiscuirse en sus asuntos familiares.
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