José Antonio Marina Torres - El proyecto Centauro - La nueva frontera educativa

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El autor, José Antonio Marina, acaba de cumplir ochenta años y ha decidido regalarse este libro, que es un resumen de sus investigaciones y de sus experiencias, y un nuevo intento de colaborar a mejorar el porvenir de nuestros alumnos, hijos, nietos y, a través de ellos, de nuestros bisnietos. Pretende contestar a dos preguntas fundamentales para la educación y para la sociedad: ¿A qué tipo de inteligencia o a qué clase de persona confiaría mi futuro o el futuro de la humanidad? ¿Por qué?La respuesta es el
Proyecto Centauro, que se mueve en la frontera incierta e inevitable del futuro.

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El factor g es un concepto puramente psicométrico. Detecta una correlación, pero no explica a qué se debe. Es decir, no indica en qué puede consistir ese factor g. Se ha intentado averiguar. Spearman pensó que era una «energía mental», idea que en aquel momento pareció poco rigurosa. Sería como decir que el opio duerme porque tiene una «energía dormitiva»: una tautología. El sujeto pensaría bien porque tendría una gran «energía intelectual». Sin embargo, a partir de los años noventa la idea de «energía mental» ha revivido, sobre todo, por los estudios de Roy Baumeister, que la relaciona con la capacidad de autocontrol. Kovacs y Conway sugieren que g emerge del control ejecutivo (¡Atención! Es la primera vez que aparece este concepto, que será fundamental en este libro. ¡Manténganlo en la memoria!). Otros autores lo identifican con la velocidad de procesamiento, y muchos con la working memory, otro concepto del que hablaremos. Andreas Demetriou y colaboradores (A. Demetriou, N. Makris, G. Spanoudis, S. Kazi, M. Shayer y E. Kazali, «Mapping the Dimensions of General Intelligence: An Integrated Differential-Developmental Theory», en Human Development, 61(1), 2018, pp. 4-42) consideran que g es un factor que resulta de otros procesos. Propone la siguiente fórmula:

G = f (control de la atención + flexibilidad + memoria de trabajo + metacognición + inferencia)

Si la inteligencia depende del cerebro y el cerebro depende de la herencia genética, es obvio que la inteligencia depende de los genes. Pero ¿hasta qué punto? El consenso científico admite que la herencia aporta entre un 30 y un 60 % de nuestro cableado cerebral, y que del 40 al 70 % es repercusión del entorno. Es cierto que en las patologías genéticas el peso de la herencia es decisivo, pero en los niños sanos, el margen de variación es muy grande. Sin embargo, conviene recordar que hay diversos estilos de aprendizaje y que alguno de los problemas de un niño puede deberse a que su estilo de aprender no coincide con nuestro estilo de enseñar.

4. tercer factor: el temperamento

El tercer factor —el temperamento— es tratado cada vez con más atención en los libros de psicología evolutiva y de psicología de la educación. Es un estilo de evaluar los estímulos y responder afectiva y activamente a ellos. Son diferencias constitucionales en el modo de sentir, actuar o controlar la atención. Forma parte de la matriz personal, y su influencia es bastante estable. Sin embargo, temperamentos similares pueden dar lugar a diferentes trayectorias vitales y resultados evolutivos muy distintos.

Resulta imposible resumir los estudios sobre el temperamento, pero entre los numerosos rasgos aislados por los investigadores parece dibujarse un consenso básico en los siguientes aspectos:

1. Cada bebé tiene un modo propio de reaccionar emocionalmente. Los niños son tranquilos o irritables, tienen buen genio o mal genio, son sociables o huidizos, propensos a la tristeza o a la alegría. Estos son rasgos que todas las madres conocen y que los investigadores han intentado precisar más, distinguiendo entre afectividad positiva y afectividad negativa.

• Afectividad negativa: al niño le sientan mal muchas cosas. Su umbral de reacción es muy bajo. Predomina en él el tomo hedónico negativo. Se han destacado dos tipos de malestar. Uno tiene que ver con el miedo. «El día que yo nací —escribió Hobbes— mi madre parió dos gemelos: yo y mi miedo». El niño retrocede ante la novedad, evita los nuevos contactos, soporta mal un nivel de estimulación alto, lo que le hace adaptarse mal a muchas situaciones. El otro malestar tiene que ver con la irritación. Las situaciones o experiencias que le molestan con facilidad, le cuesta contentarse, tiende a manifestar explosiones de cólera y también tiene dificultades de adaptación.

• Afectividad positiva. El niño disfruta con facilidad, no siente miedo de la novedad, es sociable, sonríe mucho, desinhibido.

2. Los niños tienen distintos modos de actuar. Difieren en su nivel de actividad. Son tranquilos o inquietos. Muestran diferentes niveles de atención y de perseverancia. Hay bebés que se concentran durante mucho tiempo sobre un estímulo nuevo. Otros, en cambio, necesitan cambiar de estimulación, «se aburre enseguida», dicen las madres.

5. un catálogo de temperamentos

Los humanos hemos tenido siempre la pasión clasificatoria. Distribuimos las cosas en categorías, para ordenar la infinita pluralidad de los fenómenos. La ciencia de la evolución de las culturas nos presenta la curiosa historia de los temperamentos. Griegos y romanos creyeron que la salud y el temperamento estaban relacionados con cuatro humores que regularían el organismo: bilis negra, bilis amarilla, flema y sangre. Hipócrates, Teofrasto y otros autores elaboraron una relación entre esos humores y el temperamento psicológico. Los individuos con mucha sangre eran sociales; los que tenían mucha flema, calmados; los que tenían mucha bilis amarilla, coléricos; y los que tenían mucha bilis negra, melancólicos. Esta palabra hizo fortuna. En un texto falsamente atribuido a Aristóteles, se decía que todos los genios eran melancólicos, padecían un tipo de locura. La idea atravesó el Renacimiento y llegó al Romanticismo, protagonizando una de esas historias genealógicas que hacen tan fascinante la ciencia de la evolución de las culturas.

La investigación moderna ha identificado diferentes rasgos temperamentales. Por ejemplo, Thomas y Chess —que tipifican a los niños como «fáciles», «difíciles» y «lentos»— señalan los siguientes: nivel de actividad, ritmo (regularidad), acercamiento y retraimiento, adaptabilidad, umbral de respuesta, intensidad de la reacción, humor, tendencia a la distracción, atención y persistencia. Jerome Kagan se ha centrado en la reactividad o no reactividad a los estímulos. Ha comprobado que hay niños que nacen con una amígdala hiperexcitable, lo que provoca movimientos de huida, angustia y rechazo en muchas ocasiones. Davidson considera que la predominancia del hemisferio izquierdo o derecho propende a los sentimientos agradables o a los desagradables, respectivamente. Eysenck estudió el fundamento biológico de los rasgos de introversión y extroversión, y de neuroticismo. El temperamento está muy cerca de la biología y todo el empeño de las culturas está en irnos separando de la biología mediante la educación.

Es importante tener en cuenta el temperamento porque el niño no es un receptor pasivo de la educación, sino que influye e incluso configura su entorno. Como dice Rutter, el temperamento del niño —yo diría la matriz personal o la personalidad heredada del niño— afecta al conjunto de sus experiencias. Un niño muy sociable buscará situaciones sociales y un niño retraído, la soledad. Cada uno de nosotros selecciona y moldea su ambiente lo que puede acabar reforzando los rasgos temperamentales. El introvertido buscará la soledad y la tranquilidad, mientras que el extrovertido necesita la agitación y las emociones. Conforme ha avanzado la biología evolutiva se ha dado más importancia a los cambios epigenéticos y al papel que el ambiente o la educación tiene en la expresión génica. La matriz personal funciona como fuente de posibilidades y preferencias, más que como un determinante rígido. Esto significa que unos comportamientos resultan más fáciles que otros y que, con frecuencia, el niño —y el adulto— elige aquel que va más de acuerdo con su temperamento. Por ejemplo, los niños tranquilos prefieren la lectura a los juegos violentos.

Voy a referirme a una tipología hecha por psicólogos holandeses y franceses, muy sencilla, que, aunque no ha sido directamente corroborada, creo que integra el resultado de muchas investigaciones independientes. Fue elaborada entre 1906 y 1918 por dos psicólogos holandeses —Gerardus Heymans y Enno Dirk Wiersma—, y retomada más tarde por los filósofos franceses René Le Senne y Gaston Berger. Toman como factores tres rasgos: emotividad/ no emotividad, actividad/pasividad, primario/secundario. En modelos posteriores se han añadido más componentes, pero no han conseguido mejorar las descripciones. La «emotividad» se relaciona con la respuesta emocional del niño ante un estímulo. Incluye su irritabilidad, su bajo umbral de reactividad, la intensidad con que le afectan las cosas. La «actividad» se relaciona con su inhibición o desenvoltura, con la exploración o la retirada. «Primario y secundario» con el carácter efímero o duradero de la huella emocional. Hay niños que tardar mucho tiempo en consolarse, por ejemplo, o en calmarse. Las variaciones a las que dan lugar y que tienen muy fácil reconocimiento son las siguientes:

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