Erna Alvarado Poblete - Pinceladas del amor divino

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La mujer contemporánea vive agobiada con cientos de actividades, por lo que muchas veces se le dificulta prestar atención a la voz de Dios. De ahí que muchas damas crean que están solas ante los desafíos que la vida les depara. Pero es ahí donde hay que darse un tiempo para contemplar cada mañana las expresiones del afecto celestial. A lo largo de este año, vamos a contemplar cada mañana diversas pinceladas del amor divino a través de estas maravillosas lecturas devocionales.

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8 de enero 8 de enero Estén siempre alegres “Llénenme de alegría viviendo todos en armonía, unidos por un mismo amor, por un mismo espíritu y por un mismo propósito” (Fil. 2:2). Te propongo iniciar hoy una serie de cinco reflexiones basadas en 1 Tesalonicenses 5:16 al 22, que dice así: “1) Estén siempre alegres, 2) oren sin cesar, 3) den gracias a Dios en toda situación, […] 4) somé­tanlo todo a prueba, […] 5) eviten toda clase de mal”. Empecemos por la primera parte: “Estén siempre alegres” (NVI). Estar siempre alegres parece imposible. Sin embargo, es un pedido de Dios, y él nunca nos pediría nada que no esté a nuestro alcance. Lo que lo hace pa­recer imposible es nuestro concepto de la alegría. Entendida como una emo­ción basada en el placer, claro que es un pedido inalcanzable. Sin embargo, la alegría va más allá de eso. La alegría a la que se refiere Dios es el estado que alcanzamos cuando vi­vimos en armonía con él, con nosotras mismas y con el prójimo, y es ajena a las circunstancias que nos rodean. La alegría se asemeja a una planta que se cultiva día a día con cuidado y voluntad; es una decisión firme de restar lo ne­gativo y sumar lo positivo; es pasar del ego al altruismo. El terreno para cultivar la alegría somos tú y yo, así como las relaciones con la familia, los amigos, y las personas que llegan y se van de nuestra vida en el trajín cotidiano. Comienza estando alegre contigo, con lo que eres, lo que haces y tienes. Si alguno de estos aspectos de tu vida se puede mejorar, atrévete a intentarlo: sue­ña con lo que es posible y muévete a la acción. Por otro lado, la alegría no se vive a solas; al experimentarla, te encontrarás con personas que vienen, otras que se van y muchas tantas que se quedan. Tal vez tú esperas que los que se quedan, se vayan, y que los que se van, se queden. Al aceptar que no ocurre así, abres la puerta a la flexibilidad mental, que es un principio básico para lo­grar estar alegres de una manera permanente. Entonces te será posible hacer tuyo el pedido del apóstol: “Alégrense siempre en el Señor. Repito: ¡Alégren­se!” (Fil. 4:4). Cultiva tu alegría cooperando con la voluntad de Dios; entusiásmate frente a los desafíos; ve lo bueno que hay en ti y en los demás; desarrolla el buen humor; ponle sabor a lo desabrido; sé precavida pero no miedosa. El mundo está lleno de alegrías; el arte consiste en saber distinguirlas.

9 de enero 9 de enero Oren sin cesar “Manténganse constantes en la oración, siempre alerta y dando gracias a Dios” (Col. 4:2). Se me ocurrió buscar en el diccionario la definición de la pa­labra “oración”, y me refirió al siguiente concepto: “Enunciado que tie­ne un verbo como núcleo del predicado”. En realidad, no era este tipo de oración el que yo buscaba, pero sentada frente a esta definición, reflexio­né en ella y la apliqué al concepto de la oración como plegaria. Cuando oramos, necesitamos que el núcleo sea el Verbo; recordemos quién es el Verbo: “En el principio era el Verbo, el Verbo estaba con Dios y el Verbo era Dios” (Juan 1:1, RVR 95). El verbo es quien nos mueve a nosotras, que so­mos el sujeto. En otras palabras: cuando oramos nos ponemos en sintonía con Dios para que su Espíritu nos mueva a conocer, aceptar y cumplir la volun­tad del Padre. La oración es una fuente inagotable de bendiciones. La mujer que ora, en­cuentra sabiduría y discernimiento para hacer frente a sus retos; su fortaleza será renovada cuando el cansancio y la fatiga tomen como presa su cuerpo y su mente. En las Sagradas Escrituras leemos: “Dejen todas sus preocupa­ciones a Dios, porque él se interesa por ustedes” (1 Ped. 5:7). Cuando oramos, se ve nuestra naturaleza humana: buscando respuesta a una petición, somos insistentes y nuestras súplicas no cesan. Pudieras llegar a pensar que cansas a Dios; sin embargo, ten la certeza de que te escucha con profunda compasión, y su corazón empático se conmueve. No hay ningún aspecto de tu vida que quede fuera de su atención. La niña, la joven, la espo­sa, la madre, la abuela siempre encontrarán sustento cuando acudan reveren­temente ante Dios suplicando ayuda. “Tomen tiempo para orar, y al hacerlo, crean que Dios los oye. Mezclen fe con sus oraciones. Puede ser que no todas las veces reciban una respues­ta inmediata, pero entonces es cuando la fe se pone a prueba” ( Testimonios para la iglesia , t. 1, p. 156). La oración de fe sencilla bendice, restaura, sana, une y, además, renueva tu mente, de tal modo que agudiza tu capacidad de dis­cernir, lo que te lleva a gozar de libertad para tomar decisiones responsables. Hoy, antes de iniciar tu jornada, inclínate ante Dios con humildad. Que tu oración sea: “Señor, gracias por este nuevo día. Me regocijo en ti. Gracias por todo lo que sentiré y haré hoy, pues confío en que serás mi ayudador, mi amigo, mi consejero y mi sustentador. Amén”.

10 de enero 10 de enero Den gracias a Dios en toda situación “Y todo lo que hagan o digan, háganlo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios el Padre por medio de él” (Col. 3:17). Los expertos aseguran que la gratitud es un sentimiento que pue­de traer mayor bienestar y sentido de plenitud al ser humano. Afirman que la gratitud puede eliminar la negatividad y el desgano aun frente a las circunstancias más adversas. Un hecho tan simple como decir “gracias” no es tan fácil como pudiéramos creer; hay quienes no perciben en su entorno na­da por lo que agradecer. El pedido del Eterno es: “Den gracias a Dios por todo” (1 Tes. 5:18). ¿Es posible hacerlo cuando llega la muerte, la enfermedad, la ruina financiera o el fracaso de una relación? ¿O será más bien este un pedido de un Dios que es­tá sentado en las alturas de los cielos, ajeno a las necesidades de sus criaturas? Algunos libros de autoayuda intentan demostrar que, al ser agradecidos, generamos una energía positiva que atrae a personas y circunstancias que nos llenan de bienestar. Yo no creo que la gratitud sea una energía que noso­tras podemos generar, sino un don de Dios que debemos pedir en oración con el compromiso de transformarlo en hábito. Enfocar la mente en el Dios dador de la vida es el principio de la gratitud. Hoy hubo amanecer, y con él la vida inició su jornada; lo saben las aves y lo proclaman con sus cantos al aire. ¿Ya lo hiciste tú? Al atardecer, cuando la na­turaleza se despida del día con el canto de los grillos, ¿irás a disfrutar del des­canso sin imitar su ejemplo? Las quejas, los resentimientos y las críticas nos llevan a dar la espalda a Dios; comencemos a hacer de la gratitud una manera de vivir. Los siguientes ejercicios diarios podrán ayudarte a lograrlo: Arrodíllate y dile a Dios “gracias”; experimentarás una sensación de bienestar. Escribe al menos tres cosas, situaciones o personas por las que das gracias. Agradece a Dios por algo que siempre has tenido, pero por lo cual no has agradecido. Agradece por lo que tienes y por lo que tendrás. Agradece por lo que no tienes y no necesitas. Agradece por las personas que se fueron de tu vida, por las que están ahí y por las que llegarán. Decide ser agradecida.

11 de enero 11 de enero Sométanlo todo a prueba “Sométanlo todo a prueba y retengan lo bueno” (1 Tes. 5:21). Las expertas amas de casa saben que los mejores alimentos se con­siguen en los mercados, donde los productos llegan directamente del campo. He tenido varias aventuras en algunos de estos lugares tan tí­picos de los países latinoamericanos. La mezcla extraordinaria de colores, sa­bores y texturas me hace volver una y otra vez a repetir la experiencia. Los vendedores que con su mano extendida te ofrecen probar del producto son los que más ayudan a decidir qué llevar a casa. Sin probar no se compra. Pensando en este asunto, viene a mi mente el consejo del apóstol: “So­métanlo todo a prueba” (1 Tes. 5:21). Si sometemos a prueba el alimento físico que llevamos a la mesa antes de comprarlo, ¿no debemos hacer lo mismo con el alimento para el espíritu y el intelecto? Someter a prueba todo aquello que entra a la casa y a la mente, a veces imperceptiblemente, nos libra­rá de culpas, de hábitos que corrompen y de filosofías que opacan nuestra visión de la eternidad. Así como haces con los alimentos, somete a prueba lo que entra a tu casa a través de la pantalla, la música y las ideas aparentemente “innovadoras” que cautivan los sentidos, apartándote de la serena conexión con el Eterno. Son tiempos para estar alerta. La vida es, a veces, como un mercado: vende ideas, filosofías, conceptos y estilos de conducta que pueden corromper el templo del Espíritu Santo, que somos nosotros. La amonestación del Señor es: “Examinaos a vosotros mis­mos, para ver si estáis en la fe; probaos a vosotros mismos. ¿O no os conocéis a vosotros mismos?” (2 Cor. 13:5, RVR 95). Si después de leer esta reflexión te dispones a salir al mercado a buscar alimentos para tu familia, disfruta de los colores, aromas y sabores, y alaba a Dios por su generosidad al permitirnos hacer del comer un deleite. Cuando salgas al “mercado” de la vida, aplica la misma fórmula: examina, prueba y eli­ge; para que elijas bien. No todo lo que parece bueno, lo es; pon a prueba lo que escuchas, lo que ves, lo que lees, lo que tocas... De ello depende tu bienes­tar y el de las personas que están en tu círculo de acción. En esta tarea no estás sola; Dios está contigo.

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