Así, la gran sala estaba abarrotada, y aun rebosando humanidad.
Pero el mensaje, en última instancia, por la magna obra de toda índole que se pedía realizar a la Humanidad, y la obligación de abandonar el desarrollo de los robots, la última tecnología más avanzada y en constante superación, sin lugar a dudas era y no podía ser entendido de otra manera, según el contenido último de advertencia:
Un ultimátum extrasolar a la Tierra.
2 Ultimátum Est
Y así lo entendieron los gobernantes del mundo terráqueo a poco de oírlo, como tras el deslumbre de lo visto y oído la inmensa mayoría humana.
Acabado el mensaje desaparecieron los diez enigmáticos insólitos igual que lo habían hecho los Diez Extrasolares*; dejando a su inmensa congénere humana paralizada, intentando asimilar la advertencia global tanto amiga como intimidatoria del mensaje.
De manera que instantes después quedaron todos paralizados como estatuas incapaces de reaccionar, a pesar de haberse presentado en aquella asamblea general planética excepcional preparados informativamente de lo que podría o no representar la presencia y el mensaje de los Diez Insólitos en nombre de seres procedentes de una exocivilización* desconocida, especialmente en ello las autoridades políticas, de los cuales Insólitos tenían en sus manos los más exhaustivos expedientes internacionales médicos, policiales, científicos, políticos, sociales, familiares y de toda índole que se pensara sobre ellos y sus extraordinarios casos de rejuvenecimiento, sanidad y gigantismo, operados en los mismos en un año, concluyéndose siempre en el contacto de los mismos con seres extraterrestres extrasolares.
Y por esto mismo y destacar estos mensajeros sobre todos los humanos, el mensaje y su conclusión, pero especialmente ésta, fueron tomados con diversidad de opiniones. Pues: ¿cómo llevar a cabo tan gigantesca empresa como se les advertía hacer sin la tecnología robótica? ¿Y en cuanto tiempo? ¿Era todo una excusa para invadirnos, colonizarnos o destruirnos? Gigantescos refugios bajo tierra y bajo los mares para sobrevivir a los supervolcanes y ante los pronósticos de la caída de gigantescos asteroides asesinos, obras que al parecer habían de hacerse ya, y sin los robots.
Pasó esto como una ráfaga por las mentes de los poderosos y de millones de personas comunes. ¡Cómo acabar con la producción y sofisticación robótica, sin causar daño a la economía y la industria! ¡Cómo hacer la magna obra que se les aconsejaba sin los robots!
A nadie le cabía duda: el mensaje transmitido por los Insólitos conllevaba un ultimátum exogeico* de una exocivilización galáctica.
Tras la sorpresa inmediata de gobernantes y gobernados en el planeta Tierra, al ir propagándose también entre los últimos el entendimiento de lo que significaba el final del mensaje recibido procedente de las estrellas como colofón de unas exigencias que empezaron a sentirse desmesuradas y desarmantes por los gobernantes primero, los poderes fácticos y el establecimiento social a ellos vinculado, y así sucesivamente se fueron generalizando en todos ellos el pasmo, la turbación, el sobrecogimiento, la conmoción, el estupor, la alarma y el terror finalmente; en parte transmitida a la sociedad en su conjunto por los que se sintieron más amenazados; pues en la mente de una gran parte de los habitantes del planeta quedó inscrito, desde el fin del discurso extrasolar recibido como a cincel, la amenaza por encima de cuanto se pedía a la Humanidad para su salvación; salvo en los iluminados por diversos pensamientos salvíficos extraterrenales y pensadores universalistas; mientras en las capas sociales más bajas, sobre las que los sindicatos y partidos más izquierdistas, ajustándose finalmente al discurso antirrobótico de su término, de inmediato se aprestaron a secundar la aceptación de las pretensiones extrasolares, tanto en lo que a la sapierrobótica y robótica en general podía entenderse, infiriéndolo en defensa de las masas humanas ya hundidas o en proceso de hundirse en el desempleo y la miseria. Para éstos la intervención extrasolar se presentaba en principio como una liberación de sus miserias; mientras para los poderes fácticos y cuantos en éstos estaban acomodados resultaba una amenaza, y en sus cabezas más inteligentes y mejor preparadas un peligro civilizacional* y humano.
Esa era la lógica mayoritaria entre éstos, cabeza de una especie combativa, dominadora y violenta, hecha dueña de su planeta que, salvo unos iluminados y otros desconcertados, no podía entender que se la quisiera obligar en su mundo a llevar a cabo un cambio tan drástico en su comportamiento, prescindiendo de los logros de su sistema de vida y dominio geobiológico*, que en definitiva era lo que podían entender, si habían de prescindir de su tecnología robótica obligadamente, y encima construir una obra de salvación planética más que faraónica, de gigantescos refugios imposibles y en tiempo récord sin el concurso de la más alta tecnología robótica que, a pesar de sus propios recelos, interesaba por múltiples motivos de superación social, laboral, industrial y económica teniéndolos como esclavos mecánicos; algo que entendían también los privilegiados equipos de obreros a los que el empleo de robots les facilitaba y les daba el trabajo. Sin los robots ¿cuánto se tardaría en la vasta empresa que se les advertía debían hacer ante un futuro destructivo cercano?
Resultando que ese mensaje que empezó y se desarrolló salvífico, terminó bajo amenaza en contra, interpretándolo así de inmediato los poderes de la Tierra y por simpatía e intereses cuantos a ellos estaban vinculados, y por temor a sus poderes los enemigos de los robots; y ese temor amenazante a poco fue lo que más quedó grabado con terror apocalíptico en la generalidad de las mentes humanas, en la memoria de las cuales flotó para mayor convicción las milenarias profecías de un fin del mundo hecatómbico, fueran creyentes religiosos o no.
Porque los que amenazaban, al provenir del cielo estrellado igual que los dioses mitológicos y los ángeles de antiguos relatos, que se entendía ahora de uno o varios mundos extrasolares, por así venir de tan lejanos mundos estelares había que concebirlos de muy superiores conocimientos universales igual que de un poder de destrucción inimaginable por la misma razón demostrada con su tecnociencia cosmonáutica, que los desplazó interestelarmente, si no también intergalácticamente. Y la amenaza resultaba múltiple: la directamente de ellos aun después de habernos favorecido en el caso del asteroide Ajenjo*; y, de no llevarse esa amenaza a cabo, las que de su discurso se entendía proveniente de los mismos robots de mantener nosotros su progreso tecnológico; y, sin este progreso y carecer de superiores robots, lo más probable el fin nos vendría, por no habernos construido a tiempo las defensas y refugios necesarios, a causa de los cataclismos geológicos provenientes de las entrañas de la Tierra, que podrían reproducir el exterminio semejante al que esas fuerzas cataclísmicas produjeron hace más de cien millones de años de toda una biología desaparecida, anterior a la que produjo el fin de los dinosaurios en este caso por la caída de un gran asteroide.
Tras la suspensión general mundial que se produjo, a poco una voz procedente de uno de los miembros permanentes del Consejo de Seguridad ―no pudo atenderse ni saberse con exactitud si fue la del Presidente de los Estados Unidos o la del Primer Ministro británico―, se oyó en el silencio aturdido en que quedó la gran sala preguntarse trémula esa voz, buscando una opinión favorable entre los mismos del Consejo:
―¿Qué hay o habría si sólo prescindimos de los robots inteligentes?
―El mensaje es prescindir de la robótica ―respondió otra voz camarada y no menos trémula―; pero también es importante llevar a cabo todo lo demás expuesto en el mensaje, o la Humanidad no se salvará, pues nos amenaza una fuerza infinitamente superior.
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