Fedro Carlos Guillén - Tres veces te engañé

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Infidelidad es un término incómodo y cargado de prejuicios, pocas palabras tienen un sentido tan negativo, pero nadie quisiera que su pareja le fuera infiel. ¿Desde hace cuánto los seres humanos comenzamos a ser monógamos? Engels afirma que cuando se estableció la propiedad privada se concibió a la monogamia como una forma de proteger y preservar dicha propiedad a través de de la herencia, es decir, este filósofo alemán afirma que es un concepto que surgió a raíz de una necesidad económica. También hay quienes afirman que solo se debe a las hormonas. En este libro, querido lector, encontrara un ensayo detallado y minucioso acerca de la infidelidad con el que podrá entender este fenómeno tan humano.

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Por eso los humanos tenemos un cuidado biparental. La siguiente pregunta sería: ¿y por qué en pareja? ¿Qué impediría la promiscuidad incluso entre consanguíneos? Charles Darwin nos puede dar algunas pistas al respecto.

Lo primero que debemos saber es que las fuerzas evolutivas no tienen una dirección, y en consecuencia no podemos hablar de organismos “más” o “menos” evolucionados. Sí podemos, en cambio, decir que hay organismos adaptados a su ambiente, como los koalas, que viven en bosques de eucalipto, o las especies polares, que indudablemente se han adaptado a las frías temperaturas de esas latitudes. Sin embargo, las presiones ambientales son variables: se pueden presentar nuevas enfermedades, el alimento escasear o el clima modificarse. En ese momento entra en juego un factor muy importante: la variabilidad genética, es decir, las diferentes opciones de respuesta que los individuos poseen y que pueden ser ventajosas o desventajosas. Esta variabilidad se produce debido a la mezcla de genes que se da en la reproducción sexual, que como se sabe es la que practican todos los vertebrados, grupo al que pertenecemos. Cada uno de los progenitores aporta la mitad del acervo genético, que al mezclarse da lugar a nuevas opciones, que, como decíamos, pueden ser ventajosas o desventajosas. ¿Qué pasa cuando el padre y la madre están emparentados y en consecuencia comparten genes? La diversidad disminuye, y aquellos genes portadores de enfermedades o malformaciones, que son los mismos en padre y madre, se expresarán y producirán crías con muchos problemas.

En 1831, el padre de la teoría evolutiva se embarcó como naturalista en el buque inglés Beagle en un viaje que daría la vuelta al mundo, y regresó a Inglaterra en 1836. Por el momento pasemos por alto su notable aporte a la comprensión de las modificaciones de las especies y concentrémonos en su vida personal. A finales de 1837, un circunspecto Darwin se sentó en su escritorio, pluma en mano, a sopesar un tema vital: ¿casarse o no casarse? Los elementos a favor de casarse eran la compañía en la vejez y el amor por la música y las conversaciones femeninas, mientras que entre las objeciones pesaba mucho la pérdida de tiempo y los compromisos económicos que supondrían sacar adelante una familia. Darwin escribió las siguientes líneas al final de su reflexión:

“Dios mío, es insoportable pensar en pasarse toda la vida como una abeja obrera, trabajando, trabajando, y sin hacer nada más. No, no, eso no puede ser. Imagínate lo que puede ser pasarse el día entero solo en el sucio y ennegrecido Londres. Piensa sólo en una esposa buena y cariñosa sentada en un sofá, con la chimenea encendida, y libros, y quizá música... Cásate, cásate, cásate”.

Y lo hizo. La mujer con la que Charles Darwin se casó el 29 de enero de 1839 era una encantadora dama de la incipiente sociedad victoriana y se llamaba Emma Wedgwood. Todo parecía ir sobre ruedas; sin embargo, había un problema, asociado justamente con la endogamia: Emma era su prima hermana, y la madre de ésta, hija de un primo tercero de Charles.

Un reporte publicado en la revista Bioscience rastreó a los hijos y a veinticinco familiares de los Darwin y encontró datos muy reveladores: tres de los diez hijos de la pareja fallecieron prematuramente un cuarto hijo, muerto de escarlatina, luce en las fotos familiares con deformidades corporales. Otros tres hijos, a pesar de haberse casado, nunca tuvieron descendencia. La conclusión es rotunda: “El perjuicio genético causado por la consanguinidad de la pareja pudo complicar la salud de la descendencia y elevar su mortalidad”.

Se entiende, pues, que las relaciones sexuales consanguíneas son muy costosas y que la evolución no debería favorecerlas. En un artículo publicado en la revista Nature la investigadora Debra Lieberman y sus colaboradores conjeturaron que un mecanismo para evitar el incesto son los sistemas sociales que permiten identificar a quienes comparten los genes, como cuando los hermanos mayores ayudan en el cuidado de sus hermanos más pequeños. En el mismo sentido, la convivencia parece reforzar la aversión sexual. Se han documentado casos en los que hermanos separados al nacer pueden sentir una mutua atracción sexual, que probablemente no experimentarían de haber crecido juntos .

Bien, ya vimos que una de las posibles razones por las cuales el padre de una cría no abandonaría a su pareja es que es preferible tener un descendiente vivo que diez muertos.

El papel de protección, cuidado y alimentación eran vitales en las parejas de cazadores-recolectores, y se sabe como los divorcios. Un segundo factor que podría propiciar la monogamia en los seres humanos tiene que ver con que somos completamente anómalos en lo que toca al establecimiento de relaciones sexuales y a la fisiología femenina.

En efecto, la enorme mayoría de los mamíferos que conocemos cuentan con periodos de celo en los que se encuentran aptos para la reproducción y que son vistosamente anunciados por medio de mecanismos químicos, visuales o conductuales durante el periodo de cortejo. Es un proceso muy complejo y lleno de rituales mediante los cuales los potenciales miembros de una pareja deciden si realizar o no el apareamiento. Las cornamentas de los alces, las colas de los pavorreales o los sacos de colores que portan en el cuello muchas aves son un ejemplo de la forma en que las especies intentan atraer una pareja. Existen danzas de cortejo que pueden tomar literalmente horas, como la de la araña pavorreal (Maratus volans), una especie que apenas mide unos milímetros pero que recurre a un fascinante ritual de cortejo en el que durante un par de horas levanta sus patas delanteras, golpea el tronco en el que habita y despliega la parte posterior de su cuerpo (llamado opistoma), plagada de colores brillantes y llamativos.

En cambio, en los seres humanos el periodo fértil de la mujer, salvo excepciones muy contadas, no se anuncia de ninguna forma. ¿Qué implicaciones tiene esto? La más evidente es que el hombre no sabrá si en el momento de la cópula su pareja está en condiciones de procrear, y en consecuencia no tiene la certeza de que en efecto se haya producido una fecundación. Por lo mismo, y por el tiempo que media entre la cópula y las primeras señales de un embarazo, tampoco tiene la certeza de su paternidad. Una vez más, sería muy mal negocio evolutivo participar en la crianza de un hijo que no es de uno. Los investigadores sugieren que este enmascaramiento de la fase fértil es otra de las razones para el establecimiento de parejas monógamas en los seres humanos.

Iniciamos esta sección con la epístola de Melchor Ocampo, que en el siglo XXI presenta más boquetes que el costado del Titanic 6, y que sin embargo habla de la fidelidad como un precepto a seguir. La fidelidad tiene motivos religiosos y morales, pero no necesariamente biológicos, como veremos un poco más adelante.

Estados de excepción

El hijo de tu hija es tu nieto, el hijo de tu hijo no sé.

Proverbio Judío

Hay maridos tan injustos que exigen de sus mujeres una fidelidad que ellos mismos transgreden; se parecen a los generales que huyen cobardemente del enemigo, quienes, sin embargo, quieren que sus soldados sostengan el puesto con valor.

Plutarco

Piense por un momento, querida lectora, querido lector, ¿qué tienen en común las siguientes profesiones: paparazzi, bioquímicos, compositores de boleros, detectives privados, prostitutas y prostitutos, genetistas, terapeutas? Encontramos la respuesta en una de las más humanas conductas que existen: la infidelidad. Los paparazzi, esos sabuesos de la escoria, se encargan de documentar con la tenacidad de un cangrejo los deslices cometidos por la gente crípticamente llamada famosos y sus recurrentes faltas a un compromiso amoroso. Los detectives, a su vez, son contratados por personas con celotipia para que documenten, pero de forma privada, las deslealtades de su pareja. El imaginario los representa con gabardina y sombrero entregando un sobre con fotografías comprometedoras. Los prostitutos y prostitutas (entendidos como personas que consienten en tener actividad sexual a cambio de un pago) han sido un refugio histórico de hombres (y en menor medida mujeres) con una pareja estable. Los genetistas, a partir del hallazgo de Watson y Crick en 1953, crearon pruebas inapelables de paternidad basadas en el ADN, y los terapeutas invierten horas y horas en sesiones donde personas que tienen pareja confiesan que fueron débiles y quieren enmendarse (hay quien recurre a los sacerdotes por los mismos motivos).

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