Ya voy llegando al fin, pero antes quiero recalcar dos cosas. Una es que la felicidad es un tema que ocupa mucho a los seres humanos; hablamos de ella incesantemente y creemos buscarla de muchas maneras. Es obvio que la felicidad es algo muy importante para nosotros. La otra es que la felicidad, sea ella lo que sea, no es lo único importante para nosotros, y que en muchas ocasiones estamos dispuestos a hacer a un lado tal o cual oportunidad de ser felices porque le damos prioridad a alguna otra cosa. Con otras palabras, no siempre, no todos, pero a veces algunos sacrificamos la felicidad por otra cosa. Mucho podría decirse sobre estas dos cosas, pero el tiempo apremia.
Aquí he hablado de lo que hasta ahora he podido pensar (atando cabos, interpretando mi experiencia) acerca de la felicidad. No es un producto acabado, ni quiero que se lo entienda como tal. No creo equivocarme en lo que he dicho, pero puede ser, de hecho es probable, que no haya entendido todo lo que habría que entender para hablar sobre el tema. Se trata de resultados provisionales de una reflexión que acaso no acabe nunca. No tengo prisa por llegar a una conclusión, y sólo tomo la palabra porque me invitaron a hacerlo y doy en pensar que algo tengo que decir sobre el tema, por imperfecto que sea.
Digo que es imperfecto por una razón que tiene que ver con la investigación científica sobre la felicidad, que va viento en popa en los tiempos que corren. Esto me lleva a deslindarme respecto de esta investigación. No se puede ser filósofo e ignorar lo que dicen los científicos. Vamos pues. La investigación científica de la felicidad se funda en tres operaciones, cada una de las cuales induce a error.
Por un lado, se parte de cuestionarios, como ya dije: se pregunta a la gente, primero, si es feliz (en una escala del 1 al 10) y segundo, por qué es o no es feliz o qué determina o no determina el ser feliz. Y la gente hace lo que siempre hace cuando le preguntan los investigadores: inventa. No es esta la manera de averiguar las cosas; y con ese método poco en verdad se averigua.
Por otro lado, creen (como los filósofos antes que ellos) que felicidad es lo mismo que plenitud, florecimiento, virtud, etcétera. Sin embargo, he argüido que se trata de cosas distintas y a veces opuestas. Aprovecho para añadir un argumento más a mi arsenal: las feministas ven el problema con enorme claridad y lucidez cuando hablan del dilema de la mujer: ¿familia o profesión? Con todo, y por más admiración que me despierten sus reflexiones y análisis, cometen ellas un error: pensar que el dilema es sólo de la mujer. Pues no lo es: el hombre, o si se prefiere: el varón, lo ha tenido por más tiempo (después de todo, el feminismo es cosa recentísima). Y es que, independientemente de la guerra de los sexos, en un punto son hombre y mujer iguales: sólo a través de la familia pueden alcanzar la felicidad.
Finalmente, los científicos asumen que la felicidad es un efecto de muchas causas, es decir variables que pueden medirse. Yo sostengo que la causa es única. Y aquí es donde algún filósofo, máxime si es analítico, que es gente de peligro, me querrán preguntar si es causa suficiente o necesaria. Esto lo tengo menos claro, y de allí la imperfección de que hablé antes. Y es que, en cierto modo, lo que presento es una hipótesis, algo que falta notablemente en la investigación psicológica y económica, a saber que lo que los anglosajones llaman family bliss sea la base de toda felicidad, su causa última. Todo lo demás serán condiciones que permiten, o dificultan, la puesta en acción de esta causa. Mucho podrá tenerse acaso si se tiene todo lo demás, o una parte de lo demás, pero lo que no se tendrá, lo que definitivamente no se tendrá, es justamente felicidad. Se dirá que hay personas infelices que tienen una buena vida familiar; han acaso sacrificado sus anhelos espirituales (en el sentido antedicho) por mor de la familia. Parecería entonces que la felicidad tiene dos causas necesarias, una animal (“todo está bien con la familia”) y la otra espiritual (alguno se dedica a estudiar la poesía francesa medieval, otro a escalar montañas, un tercero a acciones filantrópicas), ninguna de las cuales es suficiente. Con lo cual tenemos un problema metodológico: ¿cómo distinguiremos el peculiar aporte de la vida familiar a la felicidad humana de todas las demás condiciones necesarias que se quisieran postular?
Lo que necesitamos en la investigación científica sobre felicidad es algo que los mejores metodólogos del presente están comenzando a inventar: procedimientos para deslindar la Causa (con mayúscula) de todas las pequeñas causas (con minúscula). Sin ponerme a citar nombres e ideas aquí, que no es el lugar, concluyo con un pequeño ejemplo: la identificación de la causa del cólera en Londres en los años cincuenta del siglo XIX por el médico John Snow. Esto es lo que necesitamos ahora: lo que un célebre profesor de estadísticas ha llamado shoe leather , ‘echársela a pie’, para demostrar que la vida familiar, con las características que todos conocemos, y no las enumero sino para evitar la banalidad, es lo que nos hace felices. Pero más allá de la evidencia científica (importante sin duda), tenemos la evidencia de la propia experiencia y de la propia observación desprejuiciada. Es una lástima que a los filósofos se les haya pasado este hecho, grande como casa, pero no será la primera vez, ni seguramente la última, en que den la espalda al sentido común y prefieran construir castillos en el aire.
* Versión ligeramente retocada de “La felicidad: filosofía, ciencia, sentido común”, Altazores: Revista Lúdica de Filosofía y Literatura , núm. 1, enero-marzo 2016, pp. 4-12. En su origen fue mi participación de un panel, con otros tres profesores, en el VIII Banquete de Fil-o-Sofía “La felicidad: filosofía y vida cotidiana”, Feria Internacional del Libro de Guadalajara, 1 de diciembre de 2012.
1 Una tesis que se desprende de lo dicho es que el amor humano sólo puede cultivarse dentro de la familia (y tal vez un círculo estrecho de amigos), mientras que parece haber un fin espiritual designado con el mismo nombre pero con un significado completamente diferente. Confundir el amor (humano, animal, en minúsculas) con el Amor (espiritual, en mayúsculas) es un grave error. Lo que movía a Francisco de Asís o a Teresa de Calcuta, tal vez a Mahatma Gandhi, no tiene nada que ver con la felicidad como tal, es decir la felicidad familiar, y no puede como tal hacer feliz a nadie. Con otras palabras, el Amor (o tal vez la
γάπη en el sentido cristiano de esa palabra) parece pertenecer al espíritu, no al alma.
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