Fernando Miguel Leal Carretero - De la felicidad y otras cuestiones públicas

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Recopilación de cinco artículos críticos sobre sendas cuestiones públicas: la felicidad, el sentido de opinar en polìtica, las múltiples caras del capitalismo, la ética frente a la bondad y el origen del posmodernismo.

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Eso que llamo el alma es, si ustedes quieren, el componente animal del ser humano, donde “animal” es un término descriptivo, no valorativo. El alma humana tiene por fin la vida en familia, que es por lo visto el único fundamento de la felicidad humana. Eso que llamo espíritu es en cambio todo aquello que los animales no tienen. Que no lo tengan ni habla mal de ellos ni bien de nosotros. Simplemente así son las cosas. El espíritu humano, a diferencia del alma humana, no tiene un fin sino muchos, muchísimos, una cantidad impresionante y tremendamente diferenciada de fines. Aristóteles nos quiso hacer creer que tales fines se reducen a cuatro: el placer, el dinero, la fama y el conocimiento. No está mal como tipología y algo de verdad tiene; pero admitamos que se trata de algo tosco. Con todo me sirve para lo mismo que le sirvió a Aristóteles, o sea como modelo: para simplificar las cosas. Yo no voy a hablar pues del placer ni del dinero ni de la fama (o lo que hoy día, con mucha mayor solemnidad y menor tino, se llama el poder), porque como nunca he perseguido ninguno de tales no tengo autoridad para hablarles de ellos. Mi espíritu, maltrecho si quieren ustedes, no ha perseguido otro fin que eso que Aristóteles llamó conocimiento y que yo preferiría menos altaneramente llamar “gusto por la lectura”, “gusto por pensar en las cosas”, “libertad para perseguir uno las preguntas que se le ocurren sin atención ninguna a la presión social”. De este fin sí puedo hablar porque tengo experiencia de él. Sé lo que es perseguirlo, no digo lograrlo, sólo perseguirlo, y estar motivado, compelido, obsesionado con él. Aprovecho para decir que tanto lo que persigue el alma humana (siempre lo mismo) como lo que persigue el espíritu humano (no una cosa, sino varias y muy diferentes) no son materia de voluntad, sino de obsesión y compulsión. Y parafraseando libremente a don José Ortega y Gasset, nunca está de más insistir en que así como no escogimos nuestro cuerpo (y todo mundo quisiera ser más alto o más guapo o más esbelto o más robusto), así tampoco escogimos ni nuestra alma (la misma para todos) ni nuestro espíritu (distinto para cada cual).

Pues bien: hablando del único fin espiritual que jamás he seguido les puedo decir con toda seguridad que ese fin, perseguir ese fin, acaso lograr aquí y allá alcanzarlo, no me ha dado ninguna felicidad en el pasado, no me la da en el presente y no me la dará en el futuro. Y ello por una sencilla razón: porque no está en la naturaleza de los fines espirituales, por maravillosos y sublimes que sean, darle la felicidad al ser humano. Tal vez le den algo más importante que la felicidad (¿y quién es nadie para decir qué es más importante que qué?); pero felicidad, lo que se llama felicidad, no se la dan, ni se trata de que se la den. De hecho, con muchísima frecuencia se la quitan, se la cercenan, la destruyen.

Ningún científico en tanto que científico, filósofo en tanto que filósofo, guerrero en tanto que guerrero, estadista en tanto que estadista, líder en tanto que líder, empresario en tanto que empresario, donjuán en tanto que donjuán, gastrónomo en tanto que gastrónomo, monje en tanto que monje, ha sido jamás feliz por la misma razón. En cambio muchos científicos, filósofos, guerreros, estadistas, líderes, empresarios, donjuanes, gastrónomos, monjes, han sido muy infelices, justo porque sacrificaron sus fines animales a favor de sus fines espirituales, porque persiguieron las obsesiones de sus espíritus a expensas de los impulsos de sus almas. Una de estas cosas la sé por experiencia, como dije antes, y las demás las sé por observación: bien en carne viva (viendo casos de personas que hicieron esos sacrificios), bien a través de las representaciones que sobre ellos han hecho poetas, dramaturgos, comediógrafos, novelistas, historiadores, pintores, cineastas, actrices y actores.

El espíritu no nos hace felices ni pretende hacernos felices; el alma sí, aunque fracasa de tanto en tanto. Y el espíritu es (como dijo un visionario alemán de comienzos del siglo XX) el adversario del alma: se atraviesa en su camino y le impide lograr su fin. No es el único adversario del alma y de la felicidad humanas; hay muchos obstáculos en el camino; pero es uno que me interesa enfatizar aquí, porque los filósofos, al discurrir sobre la felicidad, sucumbieron a la grave confusión de considerar que los fines del espíritu eran tan sublimes que conducirían no a la felicidad que todos andamos buscando en tanto que seres humanos, sino a una nueva, una inventada ex profeso por los filósofos, una felicidad superior. 1

Esto podría llevar a la siguiente hipótesis: la felicidad de la que hablan los filósofos o bien es un fin del espíritu y por tanto no es propiamente felicidad, o bien es un modo de vida inventado (con su ataraxia y todo ese tipo de cosas) para substituir su incapacidad de ser felices. Quiero decir: imaginemos un filósofo o comerciante o político o ingeniero o matemático o lo que sea totalmente obsesionado con su trabajo ( Geist ), al grado de que las relaciones no le van y no le salen y es en sumo grado infeliz al tiempo, por otra parte, que con afán cultiva sus obsesiones. Si le da por filosofar, entonces se inventará que ser feliz no es eso (las relaciones con los padres, la pareja, los hijos) sino otra cosa que está a su alcance, y entonces inventará un modo de vida (un bíos , que decían los griegos) y se hará historias de que esa es la felicidad, incluso la verdadera felicidad. Yo digo: cuentos chinos. La importancia de la familia es un factum biológico fundamental. De allí se sigue el teorema de la felicidad (y la infelicidad). Nada puede substituir a la familia (incluyendo la relación de pareja como tal). ¿Por qué creen que las metáforas de la familia tienen el peso que tienen? ¿Por qué creen que las películas no funcionan sin human interest? Eso no significa que la familia sea lo único. No lo es. Pero ojo: tampoco la felicidad es lo único. Ambas son lo que son, y no otra cosa. De eso se trata aquí.

Ahora bien: los filósofos tienen el grandísimo mérito de haber insistido en una teoría de la felicidad, a diferencia de los economistas y psicólogos, quienes sólo recientemente han descubierto el tema. Con todo, unos y otros han errado al abandonar el punto de vista del sentido común. David Buss, por ejemplo, notable psicólogo que intenta aplicar la teoría de la evolución a las cuestiones de la psicología social, habla de fuentes profundas de felicidad ( deep sources of happiness ) y enlista entre ellas lazos de pareja, amistad profunda, parentesco cercano y coaliciones cooperativas ( mating bonds, deep friendship, close kinship, and co-operative coalitions ). Como dijo Aristóteles, ¿quién no acertará al menos con parte de la verdad, siendo ésta un blanco tan grande? Yo me voy a lo seguro y digo simplemente: familia, que es lo principal y la base. Y en todo caso, añadiría (y aquí estoy de acuerdo con Buss), primero a los amigos, que son un complemento, nunca un substituto de la familia; y después, bastante después, relaciones de solidaridad y co-operación, que son en todo caso complemento del complemento. Pero eso sí: sin familia, nada. Muchas cosas complementan y hasta completan la felicidad familiar (y en caso de haber Geist , ya sabemos qué complicadas y aun obstaculizantes pueden ser algunas de ellas), pero ninguna puede ocupar su lugar.

Lo sorprendente, el escándalo de la filosofía es que se haya dejado la familia a un lado, a pesar de la evidencia del sentido común y la observación y experiencia propias. No digo que ningún filósofo calle la existencia de la familia (tantas cosas han dicho en sus prolijos discursos que no podían menos que mencionar a la familia de tanto en tanto, al menos de pasada), pero el caso es que no figura claramente en la historia de las concepciones filosóficas de la felicidad. Un filósofo reciente (Nicholas P. White, para más señas), intentando reconstruir (o deconstruir) tal historia llega a la conclusión de que no hay un concepto, porque si lo hubiera sería una guía, y o bien no hay guía o bien, si la hay, mejor fuera no seguirla. Luego propone abandonarlo de una vez. El razonamiento me parece tan impecable como la solución absurda.

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