Cardenal John Henry Newman - Discursos sobre la fe

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Este volumen recoge 18 discursos a grupos de católicos y protestantes, donde Newman desarrolla varias claves de la fe cristiana con la intención de promover en los lectores una mayor coherencia, e incluso una conversión. Se trata del primer volumen propiamente espiritual que el autor escribió como católico.
Con un estilo entre la conferencia y el sermón, Newman trata de responder a las preguntas de la razón acerca de los temas básicos del cristianismo, logrando un texto de valor permanente que lo convierte en una joya de la espiritualidad.

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5. La apologética teológica trata de ayudar a la solución de estos nobles interrogantes y procura ofrecer una respuesta a cualquier perplejidad legítima. Como ocurre con todos los grandes convertidos —piénsese en san Pablo o en san Agustín—, las observaciones de Newman tienen un considerable apoyo en la experiencia, pero esto no significa que las evidencias o criterios internos a favor de la fe católica encierren para él un valor primario. Es consciente del valor relativo y escasa solidez de criterios subjetivos de credibilidad tales como emociones, consuelos y encendimientos espirituales13.

Prefiere siempre argumentar inicialmente en base a hechos que entran por los ojos y que pueden hablar elocuentemente de acciones divinas y causas transcendentes al hombre de buena voluntad. Precisamente «uno de los más señalados fenómenos que ha visto la historia del mundo es el hecho macizo del catolicismo» y resulta asombroso —dice— «que una nación como la nuestra haya conseguido borrarlo de su mente» (cfr. Present Position, 42, 43).

Como era de esperar, Newman recuerda a su debido tiempo que «las verdaderas tradiciones de la divina Revelación» suelen acompañarse de otros signos, tales como el milagro, la profecía, y la comprobación facilitada por la fuerza acumulada de diferentes evidencias (id. 52).

Pero Newman, como muchos autores de su tiempo y del nuestro, está convencido de que las dificultades reales y concretas que impiden a muchas personas abrazar la fe católica o vivirla con todas sus consecuencias no son de índole intelectual sino moral. Porque el intelecto es solo un factor en la búsqueda de la verdad religiosa.

Muchos «no dudan de que la conclusión alcanzada sobre la procedencia divina de la Iglesia católica sea verdadera. Su razón no vacila acerca de esta verdad, pero no son capaces de que su ánimo la capte y se deje penetrar por ellas».

Resulta a veces extraño que quienes «contemplan la Iglesia desde lejos y aprecian destellos de su claridad no se sientan suficientemente atraídos como para tratar de ver más y no se coloquen en situación de ser conducidos a la verdad».

El caso es que «no saben por qué, pero no pueden creer... Su razón está convencida y sus dudas son de orden moral, surgidas en su raíz de una falta de voluntad».

Se comprueba así que «los argumentos favorables a la religión no obligan a nadie a creer, igual que los argumentos en favor de ta buena conducta no obligan a nadie a obedecer».

«La fe es consecuencia del deseo de creer». «El espíritu orgulloso no desea lo sobrenatural y consiguientemente no cree en ello».

Algunos alegan nada menos que la Sagrada Escritura, para justificar su resistencia a creer, a modo de coartada consciente o inconsciente. Se oye decir a personas que han perdido la fe o que no acaban de recibirla —afirma Newman— «que sus dificultades surgieron cuando al leer la Sagrada Escritura advirtieron el carácter no escriturístico de la Iglesia. Pero no es cierto. Es imposible que la Sagrada Escritura haya provocado su incredulidad. Habían dejado de creer antes de abrir la Biblia. Comenzaron la lectura con un espíritu de incredulidad y con el propósito de no creer...».

Se trata entonces, en primer lugar, de reconocerse criatura de Dios y de ir extrayendo poco a poco todas las consecuencias de este hecho.

«Una vez que la mente se ha abierto como debe a la creencia en un poder que está por encima de ella; una vez que comprende que no es la medida de todas las cosas... experimentará pocas dificultades para ir adelante. No digo que llegue o pueda llegar a otras verdades sin convicción. No digo que deba aceptar la fe católica sin motivos. Digo simplemente que cuando crea en Dios se habrá removido el gran obstáculo para la fe, es decir, un espíritu orgulloso y autosuficiente».

La libertad del hombre juega un papel decisivo, con la ayuda imprescindible de la gracia. Es lo que Newman trató de hacer comprender en innumerables ocasiones a personas que, procedentes del agnosticismo o de la Iglesia anglicana, se encontraban próximas a la fe en Dios o al catolicismo.

Una carta de 1848 resume muy bien su pensamiento. En ella leemos lo siguiente: «La doctrina católica sobre la fe y la razón enseña que la razón prueba que el catolicismo debe ser creído y que de ese modo se presenta ante la voluntad, que lo acepta o lo rechaza según sea movida o no por la gracia. La razón no demuestra que el catolicismo sea verdadero como prueba, por ejemplo, que son verdaderas las conclusiones matemáticas..., pero demuestra que sus razones para ser tenido en cuenta son tan poderosas que uno ve que debe aceptarlo. Puede haber dificultades que no podemos responder, pero vemos en conjunto que existen motivos suficientes para la convicción. No es una convicción pura y simple. Porque si fuera inevitable, podría decirse que se nos fuerza a creer, como nos vemos obligados a aceptar las conclusiones matemáticas. Pero queda a nuestra discrecionalidad si hay o no motivos suficientes para la convicción, es decir, si seremos o no convencidos»14.

Hay por tanto abundantes argumentos para llevar a una persona hacia la Iglesia romana, pero estos argumentos no fuerzan la voluntad. Podemos conocerlos, sin que nos lleven adelante. «Podemos ser convencidos sin ser persuadidos. Una cosa es ver que se debe creer, y otra creer realmente. La razón puede por sí misma llegar a la conclusión de que existen motivos suficientes para creer. Pero creer es un don de la gracia».

6. La búsqueda de la verdad religiosa es un camino que la persona de buena voluntad debe recorrer paso a paso, dado que esa verdad no suele reconocerse completa y en su carácter divino sino gradualmente. La gracia nos trae a la Iglesia y «nunca se nos concede para nuestra iluminación, sin dársenos asimismo para ser católicos».

Para andar este itinerario espiritual, que es diferente en intensidad según cada hombre, se requiere un mínimo de honestidad espiritual y de recta intención. Esta seriedad interior excluye la simple curiosidad y la frivolidad de entregarse a meros combates o disquisiciones intelectuales (cfr. Tracto 71: Via Media, 105).

De otro modo, la búsqueda puede resultar no solamente estéril sino catastrófica. Porque en vez de caminar hacia la verdad puede uno separarse de ella progresivamente.

Guiado por esta idea, Newman se dirige un tanto irónicamente a quienes sospecharan la propia carencia de recta intención y les dice: «Evitad el inquirir en cuestiones religiosas, porque os veréis conducidos a lugares donde no hay luz, paz ni esperanza. Terminaréis en un abismo donde no se ven el sol, la luna, las estrellas, ni los cielos...». Y a sus antiguos correligionarios que se acercan a la Iglesia con sentido provisional, sin la suficiente humildad y faltos aún de genuina conversión, advierte: «Habéis de venir a aprender, no a traer vuestras ideas. Habéis de venir con el deseo de ser discípulos, y con la intención de tomar la Iglesia como vuestro hogar y no abandonarla nunca. No vengáis a hacer experimentos. No vengáis como quien toma asiento en una capilla o compra billetes para una sala de conferencias. Venid como a vuestra casa, a la escuela de vuestras almas, a la Madre de los santos».

La conversión tiene carácter positivo, porque cada paso se construye sobre el anterior, y aunque exige renuncias, purificación y enriquecimientos en la creencia y en la conducta, el hombre que ha buscado y busca sinceramente a Dios debe desprenderse de poco15. De acuerdo con esto, Newman recomienda en religión lo que podríamos llamar no duda metódica, sino fe metódica16, es decir, la disposición de comenzar el camino hacia Dios con los fragmentos de la verdad —pocos o muchos— que se poseen, en la seguridad de que esos fragmentos son base suficiente y segura para que un hombre de intención recta y buena conciencia efectúe los primeros pasos y pueda en su momento alcanzar el final.

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