Con mis hijos hice lo mismo que la mayoría: busqué el mejor jardín infantil cuando tenían dos años y luego el mejor colegio. Creo que, sin darme cuenta, en aquel momento mi vena alternativa y la de mi esposo empezaron a dejarse ver: buscamos un colegio que les diera libertades, y lo encontramos.
Mientras nuestros hijos mayores estaban en el colegio, por casualidades de la vida nos enteramos de que algunos niños se educaban sin ir al colegio, y nos quedó sonando. Yo me dediqué a buscar cuanta información pude encontrar por internet y le dimos vueltas a la idea por casi dos años. Después de un cambio de casa y un hijo más, conocimos a una familia que nunca había mandado a sus hijos al colegio y, una semana después de hablar con ellos, estábamos tomando la decisión que iba a cambiar nuestras vidas.
Elegir desescolarizar es una decisión, como todas las que tienen que ver con la educación, muy particular de cada familia, de sus condiciones y de su historia de vida. Admiro profundamente a aquellas familias que son capaces de hacer la reflexión sobre la educación antes de escolarizar a sus hijos y llegan a la conclusión de que no enviarlos al colegio es lo mejor para ellos. Hay quienes desescolarizan como única salida a una situación escolar insostenible (maltrato, etiquetamientos, abuso de autoridad, matoneo, dificultades académicas o de disciplina). Otros padres sufrieron de tal manera su paso por el colegio que no quieren que su hijos vivan la misma experiencia traumática. Algunas familias desescolarizan por razones de salud, o porque son religiosas, o porque viajan mucho, o porque sus niños son artistas o deportistas y su prioridad no es el colegio. Otras creen que la calidad de la educación es deficiente y prefieren procurar ellas mismas una educación más completa según sus propios criterios. También hay quienes llevan un estilo de vida más alternativo y buscan para sus hijos una educación coherente con su estilo. Es probable que existan, aunque de esos no conozco, padres que tomen la decisión de desescolarizar con fines no tan buenos como, por ejemplo, encubrir algún tipo de abuso, tener más control sobre los niños, adoctrinarlos sin que nadie se interponga, o explotarlos.
Volviendo a mi historia personal, cuando tomamos la decisión de desescolarizar, en el año 2007, nuestra hija tenía casi diez años y estaba saliendo de tercero de primaria, nuestro hijo de ocho años estaba saliendo de primero, nuestra hija de tres años estaba en jardín infantil y nuestro último hijo tenía un año. En aquel momento, decidimos que los dos pequeños siguieran asistiendo al jardín y comenzar el proceso en casa con los dos mayores, pues sentía que no iba a ser capaz de tenerlos de un momento a otro a todos en la casa durante todo el día. Tal vez ese temor, el de no saber qué hacer con los niños todo el día en casa, sea uno de los miedos más comunes de las familias que comienzan un proceso de desescolarización. Mirar este reto como una oportunidad, más que como una dificultad, puede ser de gran ayuda; considerarlo un privilegio del que nos habíamos privado hasta el momento. Para mí, este cambio de perspectiva fue la clave para sobrellevar la incertidumbre y los cambios que esa etapa inicial implicó en nuestras vidas y en nuestras dinámicas familiares.
Me doy cuenta de que el miedo es uno de los mayores obstáculos. Tenemos miedo a no saber qué hacer con nuestros hijos; a estar dañando de manera irreversible sus vidas; a que no socialicen lo suficiente; a que no aprendan todo lo que deberían; a que no tengan las herramientas para acceder a una educación superior, a estar negándoles oportunidades y experiencias que creemos que están garantizadas al asistir a un colegio; a no ser capaces de enseñarles trigonometría; a no tenerles paciencia; a no tener tiempo para nosotros mismos; a una demanda legal.
Hace ya ocho años que llevo educando en casa y siete años que estamos agrupados como la red EnFamilia, la Red colombiana de Educación en Familia. Se trata de una red que no se ha terminado de hacer, funciona según el entusiasmo y la disponibilidad de sus miembros y es, principalmente, un punto de encuentro para las familias que buscan apoyo, información y compañía.
Tener compañía en el camino ayuda mucho. Tener con quien hablar y compartir los miedos puede hacerlos más llevaderos; expresarlos en voz alta ayuda, de alguna manera, a racionalizarlos, procesarlos y encontrar maneras de superarlos. Además, es valioso escuchar experiencias de otras familias, sus testimonios son un alimento para la confianza de las familias educadoras. Nosotros fuimos afortunados, pues aquella familia que mencioné antes fue nuestra compañía en el inicio, y mis hijos tuvieron con quien jugar y así no extrañaron tanto a sus compañeros de colegio. Hoy en día, la amistad entre nuestras familias es uno de los mejores regalos que nos ha dado la educación sin escuela. Sin embargo, no hay que desanimarse si la compañía tarda en aparecer. Será un poco más difícil tal vez, pero a la larga descubriremos la fuerza y el poder que tenemos para sacar adelante un proyecto tan ambicioso y tan importante como este, y eso brinda solidez y seguridad a la familia.
La diferencia de edad entre mi hija mayor y mi hijo menor es de nueve años; es decir, he tenido niños en distintas etapas de desarrollo aprendiendo en casa al mismo tiempo. Esto podría verse como otra dificultad, y tal vez sea una de las razones por las que, como familia, llegamos tan rápido al enfoque poco estructurado con el que hoy manejamos nuestra vida y nuestro aprendizaje.
Sé que produce una gran angustia en los padres pensar que deberán enseñar conocimientos correspondientes a diferentes cursos a niños de diferentes edades. Para que eso no sea un problema, recomiendo hacer un esfuerzo consciente por dejar de ver la vida dividida en asignaturas; dejar de creer que tenemos que enseñar contenidos a nuestros hijos pues si hacemos esto, dejaremos de ser sus padres para convertirnos en sus profesores. El aprendizaje va mucho más allá de los contenidos, es independiente de la edad que se tenga, no viene dividido por asignaturas y no espera a que llegue el día del examen para demostrar que sí está sucediendo. El aprendizaje real está dirigido por el entusiasmo de quien aprende, influenciado por el ejemplo que recibe e inspirado por el apasionamiento de quienes lo rodean. Los invito a ver a sus hijos de esta manera, a liberarse de las tiranías impuestas por los esquemas escolarizados y a disfrutar la vida aprendiendo con y de sus hijos. Es como cuando hay un bebé en casa: si pensamos en horarios y materiales escolares, tratar de compaginar eso con la atención al bebé puede convertirse en una pesadilla, pero, si vemos la presencia del bebé como una oportunidad única e irrepetible de aprender y nos despreocupamos de todo lo demás, toda la familia va a disfrutar de esa etapa de la vida sin tantas preocupaciones y ganando mucho aprendizaje.
Mencioné la tiranía de los esquemas escolares porque ese fue un gran descubrimiento: al estar por fuera del colegio teníamos libertad para muchas cosas que antes hacíamos de manera condicionada, o que no hacíamos:
libertad para decidir sobre el manejo de nuestro tiempo: horarios de sueño y de comida, de lectura y de juego; época del año para salir de viaje o visitar a los abuelos; flexibilidad en las rutinas o en los cambios de planes; en suma, más cabida a la espontaneidad;
libertad para permitir a cada miembro de la familia dedicarse a lo que más le gusta, por el tiempo que quiera hacerlo, siguiendo su interés personal;
libertad para seguir los ritmos individuales de cada uno de los hijos;
libertad para expresar la personalidad por medio del aspecto personal, lo cual los niños desean desesperadamente, aunque el uniforme del colegio se los impide.
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