Ann Rodd - El Arca

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Zoey dejó su vida atrás. Debió huir y abandonar a su familia, a sus amigos y todo aquello que alguna vez conoció; un ser maligno e inmortal la persigue para asesinarla y para robar sus poderes, por lo que encontrar las respuestas a los misterios del dije puede ser la única forma de sobrevivir.
A través de leyendas antiguas y de confusas profecías, ella se aventura a un mundo olvidado que puede contarle innumerables historias.
Con la ayuda y con el apoyo de Zack, Zoey deberá superar sus propios límites, desentrañar los secretos del pasado que no debían ver la luz y hallar así la forma de salvarse a sí misma y a su propio mundo.

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Bajaron del auto con desgano y entraron al hotel. Era un sitio económico, por lo que no conseguirían una computadora y una buena conexión, al menos ese día.

Pidieron una habitación con dos camas, todavía simulando ser hermanos, y fueron conducidos a una pieza pequeña, pero con un baño limpio y un televisor moderno. Era más que suficiente para lo que les quedaba del día.

Acomodaron sus pocas cosas antes de que ella pudiera relajarse en una de las camas.

Se durmió a los pocos minutos, aunque la almohada estaba dura y el colchón tenía un bollo a la altura de los omóplatos. El cansancio era superior y cualquier cama era lo bastante buena para ella en esos momentos.

Sus sueños estuvieron llenos de imágenes inconclusas.

Horas después, cuando el anochecer se dejaba ver por la pequeña ventana de la habitación, Zoey abrió por fin los ojos y se dijo que todas esas escenas llenas de luces, de ráfagas y de exaltaciones tenían que ver con la pelea con Peat. Antes había estado demasiado cansada como para soñar con ellas, ahora, su cuerpo estaba más repuesto.

Bostezó y se giró para ver a Zack que, sobre la otra cama, revisaba los papeles de la logia y la información que Jess había recolectado, otra vez.

—¿Tienes hambre? —preguntó él cuando la vio despierta—. Estaba esperando para salir por algo de comida. En la recepción decía que no se puede traer la cena a las habitaciones, pero nadie va a saber que he metido un par de hamburguesas —aseguró.

Contagiada por su buen humor, ella le devolvió el gesto.

—La verdad es que me comería una docena de hamburguesas en estos momentos —admitió.

Zack apartó los papeles y se levantó de un salto, alegre.

—No serán hamburguesas de McDonald’s, pero prometo que será algo rico igual. ¿Con queso?

Zoey asintió.

—Con mucho queso.

—¡A sus órdenes, señorita!

Cuando él se encaminó a la puerta, y mientras guardaba dinero en el bolsillo trasero de los vaqueros, ella se dio cuenta de que Zack se había cambiado de ropa. Se había puesto lo que había robado de su casa. Se veía muy… normal.

—Trae papas, por favor —pidió en voz baja.

Antes de salir y de dejar un lindo escudo protector alrededor de la habitación, él le guiñó un ojo y le recordó que no se bañara todavía. Necesitarían el cabello sucio para poder teñirlo después de comer.

Una vez sola, Zoey tomó el control remoto que descansaba sobre la pequeña mesa que dividía la habitación en dos. Apuntó a la televisión, pero dudó antes de apretar el botón. Un montón de preguntas y de dudas pasaron por su cabeza. Tragó saliva y empujó la ansiedad a un lado. Encendió el aparato diciéndose a sí misma que era algo que debía enfrentar tarde o temprano. Además, era mejor estar informada de lo que la gente sabía sobre ella.

El canal que apareció en pantalla era de documentales. Zoey resistió el impulso de poner el noticiero durante algunos minutos, hasta que se rindió. Apretó sus labios y bufó al darse cuenta de qué tan ansiosa estaba y de que retrasar lo que sabía que haría no tenía sentido.

Buscó por fin un canal de noticias las 24 horas. Lo miró en silencio. Se llevó los dedos a la boca y se mordió las uñas por unos veinte minutos, hasta que el periodista cambió la expresión de su rostro y, desde la capital del país, anunció otra extraña desaparición en un colegio del interior de la provincia.

La chica apretó el control remoto con ambas manos cuando en la pantalla apareció una foto que su madre había sacado en el sillón de la casa algunos meses antes.

—Zoey Scott, de 16 años, desapareció este pasado 17 de noviembre en la localidad de Villa Helena. Es la segunda desaparición del año en la escuela pupilo Santa María del Valle. Hace menos de un mes, Adam Scott, de 17 años, también desapareció sin dejar rastros y, aunque la policía y la familia consideran que el adolescente se ha fugado, las sospechas no dejan de sobrevolar el colegio. A principios de este año, otra tragedia se produjo dentro de las instalaciones escolares. Zackary Collins, compañero de clase de Adam Smith, falleció tras un accidente dentro del edificio. Ahora, la policía está indagando entre los familiares y los amigos de Zoey Scott, quienes señalan a Adam Smith como posible culpable, aumentando así las sospechas de que él también esté involucrado en la accidental muerte de Zackary Collins. —La mirada del periodista pareció trabarse con la suya. Zoey suspiró—. Se solicita que, ante cualquier información que usted pueda proveer, llame a este número. Si usted ve o sabe algo de Zoey Scott no dude en comunicarse al número en pantalla o al 911.

Salió de la cama y caminó frenéticamente por el cuarto. Rezaba para que nadie en ese hotel estuviera viendo la televisión justo en ese canal. Estaba bien jodida. Necesitaba quitarse el rubio del cabello lo más rápido posible. No podría calmarse hasta que Zack regresara y la ayudara con ello.

Muchas cosas más pasaron por su mente mientras analizaba el tema. Pensó en sus padres y en lo que debían estar sintiendo. Se aliviaba de que la carta que había dejado hubiera funcionado para desviar la atención hacia Adam, un joven al que no encontrarían jamás.

Zoey se sentó sobre la cama y allí se quedó hasta que Zack regresó, con deliciosa comida caliente que había mantenido oculta con su magia del recepcionista del hotel.

—¡Qué cara! —exclamó él, mostrándole las enormes hamburguesas con queso que había conseguido—. Pensé que estarías emocionada por algo como esto. Yo lo estoy.

Zoey tomó la comida sin decir nada. La ansiedad le había dado hambre… Además del hambre que ya tenía, claro. Comieron en silencio porque, hasta que ella no se terminó las papas fritas, no estuvo dispuesta a comentar lo que había visto y sus temores.

—Salí en las noticias. Si me ven, piden llamar al 911 —contó por fin mientras se pasaba una mano por el cabello—. Necesito quitarme esto ya.

—Podemos raparte también —se carcajeó Zack, como si el asunto no le preocupara tanto—. Anda, lo arreglaremos rápido. Soy un maestro con estos asuntos de los cabellos.

Por desgracia, Zoey estaba acostumbrada a que Zack fuera un completo desastre en todo lo que aseguraba ser bueno. Ella se sentó en una banqueta, en el baño, y dejó que él hiciera su trabajo cuasi improvisado. Le pintó hasta las orejas, pero eso fue lo de menos. Cuando terminó de aplicar el color, ambos miraron sus reflejos e inspeccionaron el fino trabajo que había logrado el muchacho.

—Demonios —dijo ella, frotándose la ceja—. Tengo la cara llena de manchones.

—Son artísticos —se defendió Zackary con sarcasmo—. Vamos, que te verás genial —agregó y le robó un beso.

Eso la relajó por un momento. Sin embargo, cuando él se alejó y la dejó sola en el baño, el estrés, las dudas y las preocupaciones volvieron a asaltarla. Comprendió que cambiar el color no iba a solucionar nada. Era apenas una ínfima ventaja pues Peat, el mayor peligro, podía estar todavía muy cerca y de seguro la reconocería de todas formas. Para peor, el dije seguía en silencio.

A la hora de enjuagarse, Zoey elevó plegarias al cielo. Esperaba que no le quedara el cabello verde, o algo por el estilo, pues lo único que le faltaba era conseguir más atención de la deseada. Se lavó sola y no le importó manchar la toalla del hotel con el color caoba que había puesto sobre su cabeza.

Los mechones oscuros de cabello todavía escurrían cuando ella se observó al espejo. Zoey hizo una mueca, pero lo aceptó. El color no estaba parejo, algunas zonas se veían más oscuras que otras. Había un sector en particular que parecía más rubio. Sin embargo, a pesar de todo, creía que funcionaría.

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