Ann Rodd - El Arca

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Zoey dejó su vida atrás. Debió huir y abandonar a su familia, a sus amigos y todo aquello que alguna vez conoció; un ser maligno e inmortal la persigue para asesinarla y para robar sus poderes, por lo que encontrar las respuestas a los misterios del dije puede ser la única forma de sobrevivir.
A través de leyendas antiguas y de confusas profecías, ella se aventura a un mundo olvidado que puede contarle innumerables historias.
Con la ayuda y con el apoyo de Zack, Zoey deberá superar sus propios límites, desentrañar los secretos del pasado que no debían ver la luz y hallar así la forma de salvarse a sí misma y a su propio mundo.

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La chica sonrió y estrechó los ojos cansados.

—¿Qué? —preguntó él, tragándose la gaseosa—. No voy a engordar.

Zoey negó con la cabeza.

—No es eso. Estaba pensando en lo vivo que te ves ahora

—suspiró, todavía con la sonrisa en la cara—. Y en que de verdad me gustas mucho.

Zackary esbozó una sonrisa enorme y cargada de orgullo. Entrelazó sus dedos con los de ella por encima de la mesa y rio suavemente.

—Sí, tú también me gustas mucho. Especialmente cuando estás tan cansada que pareces drogada —se burló.

Zoey lanzó un manotazo débil al aire.

—¿Drogada?

—¡Pareces una china!

—Qué tonto eres —replicó ella, pero continuó sonriendo.

El cuarto de hora que faltaba para las doce de la noche se hizo eterno y todavía faltaba mucho para subir al bus.

Zack se cambió de silla para sentarse junto a Zoey, se convirtió en una cama humana por las horas restantes. Aunque pareciera increíble, ella se durmió sobre su regazó, en esa pose tan incómoda, y no despertó hasta que él la obligó a hacerlo. Faltaba media hora para la salida del bus y, al parecer, este ya estaba en una de las plataformas y pronto abriría las puertas a los pasajeros.

Pagaron la cuenta y se alejaron del restaurante sin dejar propina, no podían malgastar el poco dinero que tenían. Caminaron hacia el bus y aguardaron allí, con los boletos en mano, hasta que pudieron abordar e instalarse en los lugares indicados.

Zack ocupó de inmediato el sitio junto a la ventana porque, a pesar de su confianza, prefería vigilar el exterior y que ella estuviera más segura del lado del pasillo.

No pudieron conversar más porque Zoey volvió a dormirse apenas comenzó el viaje, la cómoda butaca y el sonido del motor ayudaron. Dos horas después, sin embargo, despertó con las voces de los ocupantes de los asientos detrás del suyo. Giró la cabeza para ver a Zack que, obviamente, estaba despierto.

Él tenía los mapas en las manos y uno de los cuadernos en los que Jessica había estado trabajando con las traducciones sobre el regazo.

«Habría sido ideal traerla también a ella para que siguiera traduciendo», pensó Zoey en ese instante. Se pasó las manos por la cara para aclarar su visión antes de llamar la atención de su acompañante.

—¿Y qué buscas? —preguntó, somnolienta.

—Quiero ver si hay algo aquí que corrobore lo del grial y lo de la ciudad oculta. Han sido todas teorías relacionadas con lo que Jess sacó e intuyó con la información de internet.

—Pero lo que decía en el templo…

—Lo de la piedra filosofal —contestó Zack, sin levantar la vista—. Sí, hay unas tantísimas teorías sobre la piedra filosofal. En cuanto lleguemos a Viedma, deberíamos buscar una computadora con buena conexión.

—¿En dónde se relaciona el tema del grial con la piedra y, de ahí, al dije? —murmuró ella, mirando brevemente hacia su alrededor. Las personas que hablaban detrás se habían callado.

Zack chistó, frustrado con los papeles.

—Ay, esa será la cuestión. ¿Confiamos en todas esas teorías locas de internet o no?

Todavía adormilada, Zoey se pasó la lengua por los labios antes de responder.

—¿Escritas por algún otro loco? —musitó—. Perfecto.

Se rieron por lo bajo, tratando de no despertar a nadie como la habían despertado a ella. Recién se asomaba el sol por el este, justo del otro lado del pasillo del bus.

—Pero ¿y si algo de eso resulta ser cierto? Es muy probable que los templarios realmente hayan ocultado el grial allí —continuó él, sin mencionar el lugar. Otra vez, la gente de atrás estaba muy callada—. Tendríamos que ver…

—Para empezar, no tenemos ninguna otra cosa que hacer. Es nuestra única posibilidad para no andar vagando de un lado a otro. Si el dije tiene algo que ver con los templarios y, por ende, con la copa, y llegásemos a dar con ella, o con cualquier otro tipo de información, tendremos algo, al menos.

Zack giró la cabeza hacia ella y la miró con las cejas arqueadas. Zoey bufó cuando esa mirada se transformó en un gesto pícaro.

—¿Han pasado cientos de siglos y dos adolescentes van a dar con una copa milenaria en el proceso?

Ella soltó una risita baja y se acomodó en la butaca para girarse hacia él y darle la espalda al sol.

—¿Qué? ¿No somos dos adolescentes geniales que superan la vida y la muerte? —murmuró.

En ese momento, Zack acortó la distancia para plantarle un beso casto en los labios.

—Sí, lo somos. Y por eso la encontraremos —afirmó él,

completamente convencido de repente.

A partir de allí, para Zoey fue difícil volver a dormir, entre el sol y la gente a su alrededor, cada vez más charlatana.

«¿Es que ellos no están cansados?», se preguntó. Tal vez sí lo estaban, pero no tanto como ella, que solo había dormido cuatro horas en los últimos dos días.

Se resignó cuando, en los carteles de la ruta, Zack comenzó a señalar los kilómetros que faltaba para llegar a Viedma. Sabían que desde allí deberían trasladarse todavía más hacia el sur, hacia el Golfo de San Matías, para hallar la manera de acceder al Antiguo Fuerte. Según lo que había buscado Jessica, el lugar estaba cerca de Las Grutas. Pero, en lo inmediato, el plan era bajarse de ese bus y descansar.

Cuando estaban por llegar, Zack acomodó los papeles, que había releído varias veces, y los guardó en la mochila de azul.

—McDonald’s, yo quiero un McDonald’s —murmuró él.

Ella tuvo un ataque de risa que se le quedó pegado en la garganta. Los ojos irritados no le permitieron apreciar Viedma con la emoción requerida.

Tardaron una eternidad para alcanzar la terminal y otra eternidad para descender. Al final, cuando bajaron con los bolsos colgados, Zoey sentía que se iba a desmayar por el sueño. Miró a Zack y buscó su apoyo para arrastrarse a donde fuera.

Solo con gestos, él la ayudó a llegar al escritorio de información. Sabían que, al preguntar, corrían el riesgo de exponerse demasiado, pero necesitaban hallar un hotel económico, de fácil acceso y con internet lo más pronto posible, y solo lo obtendrían si consultaban con un local.

Zoey se apoyó contra el hombro de Zack mientras él se inclinaba sobre el alto mostrador de la cabina de Información. Escuchó sin prestar atención hasta que la mujer preguntó si estaban solos en la ciudad.

Zackary, hábil como siempre, respondió que él y su hermana estaban viajando al sur para visitar a su tía abuela. No aclaró nada más y la señora tampoco preguntó, pero fue evidente que no les creía cuando les marcó los hoteles en el mapa que tenía en la mano.

—No vayamos a ninguno de ellos —dijo Zoey al alejarse de la cabina de Información—. No nos ha creído y estoy segura de que, si llega a sospechar algo más o, por ejemplo, si ve mi foto mañana en las noticias, nos denunciará. Podría decirle a la policía los hoteles que nos mencionó.

Mientras él la ayudaba a llegar hasta los taxis, se volteó para ver la cabina y a la señora, que los seguía con la mirada.

—No he actuado tan bien, ¿no? —respondió Zack. Abrió la puerta de un taxi y metió los bolsos dentro—. Buscaremos cualquier otro. Esta noche jugaremos a la peluquería.

Una vez dentro del automóvil, pidieron indicaciones al chofer2. Muy amablemente, y sin dudar tanto, el hombre los llevó a un hotel de dos estrellas que estaba alejado de los que la señora les había dicho en la terminal. Antes de bajar, Zack se sostuvo de los asientos delanteros y le preguntó muy seriamente al conductor si había un McDonald’s en la ciudad.

—Lo siento, muchacho, pero no.

De seguro la ciudad tendría sitios de comida rápida que podrían reemplazar a la franquicia, pero Zack se mostró desilusionado.

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