—¿Qué tan lejos estamos de Azul? —murmuró ella, quitándose su propia mochila para ver uno de los mapas.
—El último cartel que vimos decía que estábamos a unos veintitrés kilómetros —respondió Zack, ayudándola a estirar el mapa—. Si tenemos que bajar hasta Río Negro…
Azul era una ciudad pequeña que estaba en medio de la provincia de Buenos Aires, casi a medio camino de Río Negro, que era donde se encontraba el Antiguo Fuerte, cerca de la costa atlántica.
—¿No crees que Peat sabe que iremos allí? —susurró ella.
Los ojos grises del chico se clavaron en los suyos.
—Ya te dije lo que creo —contestó él—. Creo que no está todavía en condiciones de buscarnos, pero tampoco tenemos
demasiado tiempo.
—¿Y qué sugieres?
—Comprar boletos para un micro de larga distancia. Viajaremos más rápido, sin riesgos de que nos vean corriendo por aquí, y estaremos en el Golfo de San Matías en lo que se extingue un gas.
Zoey hizo una mueca, con la boca llena de comida.
—Zack…
—Hablo en serio, ¿o tienes otra idea mejor?
—No me refería a eso. —Zoey tragó con dificultad y, antes de agarrar la botella de agua, asintió—. Creo que es lo mejor. ¿Nos pedirán documentos para eso?
Él se encogió de hombros.
—No tengo idea —Sin más, sacó de la segunda mochila sus identificaciones—. Usaremos esto en caso de que sea obligatorio… Yo creo que sí podrían llegar necesitar los datos, pero… —Sonrió y agitó su propio documento de identidad.
—¿Lo quieres sacar con el tuyo? —murmuró ella, que comprendía por fin por qué él había insistido tanto en asaltar su propia casa antes de empezar con el verdadero viaje. No era solamente un intento de tomar objetos de su propiedad a los que no había tenido acceso desde hacía meses, sino que se trataba de recuperar su identidad. Lejos del colegio, él no tenía que seguir estando muerto.
—Si alguien te busca, no te ubicaran por un boleto comprado por Zackary Collins en la terminal de micros en la ciudad de Azul —explicó—. Puedo comprar todo con mi nombre. Para cerciorarse de que realmente estoy muerto, tendrían que entrar a algún registro. Y no creo que lo hagan en el momento.
Ella sonrió en respuesta. Cuando había esperado, agazapada entre los maceteros de la entrada de la casa de los Collins, se había sentido fatal. No le había preguntado si había mirado a sus hermanas y a su madre o si solamente se había limitado a robar sus propias cosas del cuarto, todavía intacto. Tampoco quería
ponerse a pensar en qué hubiera hecho ella en su lugar.
—Eso será genial. Si buscan cosas relacionadas con mi nombre, sabrán que me subí a un micro que iba hasta Río Negro. De esta manera, no tendrán ni idea.
Zack asintió y le mostró el cambio de ropa que había escondido en su mochila, bajo otro sándwich de milanesa hecho por Jessica.
—No tomar demasiadas cosas porque lo notarían, el documento estaba en la habitación de mi mamá. Pero estoy contento de tener algunas pertenencias mías. Todo este tiempo he estado con la misma ropa con la que morí y ni siquiera es real en sí.
Ella terminó de comer, un poco más relajada. Se esforzaba por no pensar en que, en realidad, la situación no era bonita. Intentaba ver solo el lado positivo porque no quería llorar.
—Entonces, ¿Azul?
Zackary estuvo de acuerdo. Ese realmente era el mejor lugar para poner a andar sus planes.
—Azul —afirmó él.
La cargó sobre su espalda una vez más y apresuraron el paso hacia la ciudad. Y, cuando se aproximaron a la entrada, comenzaron a caminar con normalidad porque las sospechas se levantarían en cuanto los vieran moverse a un paso inhumano.
Cansada como estaba, el andar de Zoey se volvió lento y Zack se ajustó al ritmo sin chistar. Así, el campo se convirtió en ciudad; la cantidad casas y el tránsito en las calles aumentaron de golpe. Pidieron indicaciones de la forma más discreta posible y compraron comida antes de detener a un taxi para trasladarse hacia la terminal de buses.
Al llegar, se dirigieron directo al mostrador indicado. Zoey pensó que sentiría nervios, pero enseguida su compañero se hizo cargo de la situación.
—¿Qué tal? —dijo a la señorita que atendía; la chica tendría unos veinticinco años y se notaba que lamentaba ser demasiado mayor para salir con él—. Quería dos pasajes para la provincia de Río Negro.
La chica los miró antes de teclear en la computadora.
—¿A Viedma?
—Exactamente —respondió Zack con confianza—. ¿Para cuándo podría ser?
—Veamos.
Zoey esperó detrás de él mientras miraba a su alrededor, Sabía que estaba siendo paranoica. Nadie allí les prestaba atención, a pesar de que los dos se veían jóvenes.
—Hay un bus que sale hoy a las 3:45 de la madrugada —explicó, entonces, la vendedora—. Son 230 pesos cada pasaje. Si no, hay otro mañana a las 12:50 del mediodía.
—El de la madrugada estará bien, ¿no? —Zackary se giró hacia su acompañante.
Zoey asintió con la cabeza. Cuanto más pronto estuvieran en viaje, mejor. Podría dormir en el micro.
—Voy a necesitar sus números de documento —añadió la empleada. Alzó la vista y los miró con más detenimiento—. Ambos son mayores de edad, ¿cierto?
—Sí, claro. Mi documento es 37.876.344, Zackary Collins —dijo, sin dudar—. Y el de ella es 36.023.250, Samantha Diana Collins.
Zoey abrió y cerró la boca varias veces. Ni de chiste ese era su documento de identidad, y ese no era su nombre. Pero no llegó a decir nada, pues la chica tecleó los números en la computadora sin objetar porque sabía que esos números pertenecían a personas que ya deberían tener más la edad indicada.
—¿Podrías mostrármelos?
Zack le tendió su documento y otro más, salido de la nada.
Zoey tragó saliva, preocupada. Sin embargo, la chica los miró por un instante antes de regresarlos a su dueño. No empezó a gritar ni tampoco los acusó.
—Perfecto. Primero de diciembre a 3:45 am. Dos pasajes a Viedma, Río Negro.
—Sí, así mismo.
Esperaron alrededor de un minuto a que la chica confirmara los datos e imprimiera los boletos.
—Muchas gracias por viajar con Plusmar —dijo mientras les entregaba los pasajes con una sonrisa.
Ambos agradecieron y se marcharon, con ganas de reírse y de respirar aliviados por el logro.
—Bueno, hermana, ¿qué hacemos mientras tanto? —consultó él cuando la empleada ya no podía oírlos.
—¿Le robaste el documento a tu hermana? —inquirió ella, incrédula. Zack se encogió de hombros—. ¿Y cómo es que no se dio cuenta de que no me parezco en nada a ella? ¿Qué dirá la verdadera Samantha si se entera de que supuestamente compró un pasaje a Viedma cuando en realidad estaba en su casa, repasando para un examen de la universidad?
Él rio.
—Jamás lo sabrá, creo. Me sé el número por una apuesta que hicimos de pequeños. Ella es la que me sigue en edad y la que más me peleaba. Cuando yo tenía cinco y ella siete, me dijo que yo era adoptado y que mi verdadera madre era un hada del infierno que me había intercambiado por su hermano real. Intentó colgarme por la barandilla de las escaleras… —resumió, sin verse afectado en lo absoluto, pero perdiéndose bastante en la historia que debía pasar por sus recuerdos.
Zoey hizo una mueca.
—¿Era así de malvada?
—Ahora debe estar más que arrepentida —suspiró él—.
Estoy seguro de que me extraña. Pero, volviendo a lo anterior: sí, se lo robé. Y la chica de Plusmar no se dio cuenta porque usé un pequeño truquito de magia —añadió y le tendió el documento en cuestión.
Zoey lo tomó y se dio cuenta de que la foto tenía su cara. Entonces, Zack lo tocó dos veces con el dedo y la imagen convirtió en el rostro de Samantha.
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