Estas apreciaciones están atravesadas por la experiencia que me han brindado los viajes nacionales y al exterior. Cuando se traspasan las fronteras de país, uno como maestro se posiciona de manera diferente frente a uno mismo y al conocimiento en general. Ir escalando del municipio al departamento, de ahí a lo nacional y luego traspasar fronteras, significa ver otros horizontes de organizaciones sociales europeas, americanas, africanas y orientales; experiencia que modifica necesariamente la sensibilidad y brinda una universalidad en el conocer y en el trato al otro como ser diferente pero igual a mí. En la visita al Japón se constata que es el principal país en actitud lectora. Cuando uno va a Tokio o a Kioto, ve a varios pasajeros entrar al metro, dejar su morral, sacar un libro y leer. Lo mismo pasa en parques y sitios de descanso. Entonces uno entiende por qué el primer lugar del estándar mundial de actitud lectora es ocupado por este país.
Es cierto que la universalidad en el conocimiento viene dada por los referentes teóricos que se tengan y por las especializaciones y maestrías que se cursen, pero también por las oportunidades de viajar al exterior, porque esto le ofrece al profesor viajero una perspectiva universal que el estudiante agradece bastante cuando se le cuentan experiencias de otras áreas geografías distintas a las de su país de origen. En Colombia vivimos esa paradoja: un país con dos mares, con una posición geográfica privilegiada, pero ahí uno recuerda a Gabriel García Márquez, cuando afirmaba que seguimos siendo la sociedad ensimismada y cerrada de la Colonia. La educación necesita universalizarse, ir hacia fuera, mirar hacia otros horizontes, nutrirse de nuevas experiencias, y si no se nos dan las oportunidades para viajar, ese conocimiento está a la mano gracias a los medios tecnológicos.
JS: ¿Alguna frustración que lo llevara a pensar “aquí casi que decido o que tengo que replantear alguna de las cosas que vengo haciendo”?
SM: Yo creo que todo maestro se siente frustrado cuando no llega a la totalidad de sus estudiantes. Siempre hay un reducto de estudiantes que no creen, no les interesa o tienen otros intereses, y la frustración es no haber alcanzado a sensibilizarlos. A pesar de ser la minoría, eso queda rondando en el profesor, que se ha ilusionado y apasionado con lo que hace, y que desea que esa pasión colme absolutamente su auditorio. Lo mismo que se espera que la indagación del conocimiento sea asumida con igual intensidad por los estudiantes, pienso que esta es una de las ilusiones todo maestro comprometido. Se trata del maestro o del profesor —hasta aquí no he hecho ninguna diferencia de términos— que vive en doble vía para su quehacer y de su docencia.
Pero frente a esa insatisfacción, también uno recibe sorpresas de parte de estudiantes que hace mucho tiempo egresaron de esta Universidad, y se acercan a uno y le dicen: “Gracias profe, por lo aprendido en sus clases”. Este agradecimiento colma todo el ser, y ahí es cuando uno comprende que la profesión de maestro no sirve solamente para solucionar la vida económica, sino que es una necesidad del alma.
JS: ¿Qué piensa de los parámetros de la política nacional para valorar al profesor universitario contemporáneo? Títulos, publicaciones, trabajo en redes, escalafones. ¿Cómo ve usted eso?
SM: Yo creo que se está agobiando mucho al profesor universitario, es decir, se le están planteando muchas tareas simultáneas, y todas de cumplimiento inmediato. Se le está presionando mucho hacia un altísimo rendimiento, que puede cumplir a medias durante un semestre. Entonces, esa política de evaluación no es la más adecuada. Se le exige que sea profesor, y buen profesor en sus clases; publicaciones semestrales, así sea de un artículo corto; liderar o vincularse a una investigación; elaborar una ponencia para asistir a determinado congreso. Son muchas las tareas que debe cubrir, pero solo logra algunas a cabalidad, y otras quedan en lo superficial, y todo esto va en detrimento de su profesionalización, y sobre todo en el debilitamiento de su práctica de enseñanza.
Aquí ya no se trata de que el maestro no quiera hacer las cosas, o que no se esté preparando bien, o que su actuar sea más profesional que vocacional; se trata de la cantidad de tareas y de la presión que ejercen los estándares de evaluación. Esto no contribuye a su construcción como maestro, que en últimas es el de compartir su saber con grupos de estudiantes. Creo que en muchas facultades de educación se está borrando la diferencia que existe entre un investigador que simultáneamente desempeña funciones de docencia y un profesor que hace investigación como trasfondo de su actuar docente para beneficio de sus estudiantes y que no renuncia al papel que es ante todo educador. Hoy se le pide que se destaque por igual en las dos cosas, pero creo que su vida no alcanza para cubrirlas exitosamente. De manera moderada estaría bien un maestro que sea investigador y que incluye la investigación en todo su quehacer. El maestro que se forma como educador debe ser ante todo maestro y no abandonar a los estudiantes que tiene a su cargo, muchas veces por llevar a cabo unas investigaciones cuyo destino es dormir en los anaqueles.
JS: ¿Qué tipo de emociones le genera a usted el reconocimiento que ha recibido en toda esa trayectoria frente a la docencia?
SM: Cuando recibí la invitación para que relatara mi experiencia vivida en esta Facultad de Educación fue una sorpresa y continúa siéndolo. Al dar la mirada y reconstruir el proceso, yo no fui el investigador catalogado 1A por Colciencias; tampoco fui el maestro que publicó un libro anualmente ni cada cinco años; mucho menos el profesor que recorrió el mundo de congreso en congreso y de ponencia en ponencia. Lo que hice fue preparar muy bien mis clases, documentarlas al máximo, mostrarme como soy frente a los estudiantes, y me hace mucho honor que la Facultad de Educación hoy considere que este actuar merezca un reconocimiento. Siempre he mirado a esta Facultad con cariño y más cuando ha tenido en cuenta mi nombre para este reconocimiento, lo cual indica que las cosas no se hicieron en vano. Si se dejó una huella fue gracias al espacio y a la confianza brindados por esta Universidad, al entusiasmo de mis estudiantes y a mis colegas que hicieron la vida grata en esta facultad. No dejo de estar sorprendido porque conozco a otros de mis compañeros con mucha producción académica y que merecen estar en este lugar y reitero mis agradecimientos a esta facultad.
JS: Pensando en su trayectoria docente a lo largo de estos años, ¿para usted qué ha significado ser profesor universitario?
SM: En estos momentos todavía no he tomado suficiente distancia para poder decir con claridad qué significó. Lo único que sé es que fue mi vida entera: oportunidades para incrementar la lectura, escribir para unas escasas publicaciones, compartir espacios de la vida universitaria, participar en algunas investigaciones de campo y emprender largos viajes por el mundo, eso sí, todo hecho con pasión.
Cuando se es profesor universitario, no hay diferencia entre la vida personal, la vida familiar y la vida académica. Ellas forman un todo que uno lleva como un bloque a todas partes, sin ser un rompecabezas que se puede disgregar a gusto y conveniencia. La cabeza y la sensibilidad van juntas y así se va construyendo uno, como una totalidad, sin divisiones entre la vida academia y la vida-vida. Al final es una sola vida.
Creo que en muchas facultades de educación se está borrando la diferencia que existe entre un investigador que simultáneamente desempeña funciones de docencia y un profesor que hace investigación como trasfondo de su actuar docente para beneficio de sus estudiantes y que no renuncia al papel que es ante todo educador.
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