Asimismo, debemos tomar en cuenta que el caso de los cristeros, además de un asunto histórico y, por tanto, materia de la historiografía, también se está convirtiendo en un tema político; esto es, buena parte de las ideas esgrimidas entonces y, especialmente, la intención de imponerlas a costa de lo que sea y recurriendo a cualquier método, han vuelto a cobrar vigencia entre algunos sectores de la sociedad y a darle sustento a diversas organizaciones de ella que, de seguir creciendo, a lo mejor derivan en un problema, igual que antaño, sumamente difícil de resolver.
Entre las muchas explicaciones que se pueden hallar a la guerra cristera, no debe perderse de vista a los sectores más conservadores e intransigentes de nuestra sociedad, que constituyen sin duda un escollo para el proceso democratizador en el que estamos inmersos.
Dicho de otra manera, deben aplaudirse, entre otras cosas, los estudios actuales sobre los cristeros a efecto de que no se vuelvan a repetir tales expresiones de intransigencia y falta de consideración por la discrepancia.
El libro que tenemos en las manos, originalmente la tesis doctoral de Lourdes Celina Vázquez Parada, camina precisamente con la intención de explicarnos el papel que ha ido jugando la “Revolución cristera” en la conciencia histórica de los diversos estratos y sectores de la sociedad jalisciense, a lo largo de los años.
Encaja plenamente en lo que se denomina historia de las ideas . Los fenómenos históricos se ven, aprehenden y asimilan de manera distinta según van cambiando las circunstancias con el paso del tiempo. Uno de los modelos clásicos de este ejercicio lo constituye el discurso de ingreso de Edmundo O’Gorman a la Academia Mexicana de la Historia, donde hace un análisis de los cambios sufridos por la imagen generalizada que se tuvo de la figura del cura Miguel Hidalgo y Costilla, en el siglo xix y principios del xx, desde ser considerado un auténtico forajido y encarnación de los peores pecados en contra de la religión y de la Iglesia, hasta convertirse, con el aval de todos y cada uno, sin importar el credo y condición, en el principal elemento del panteón cívico mexicano, cuando se concibieron los muchos monumentos que habrían de erigirse para celebrar el primer centenario del Grito de Dolores.
Queda claro con ello, lo mismo que con el presente libro, que el acercamiento a la historia está influido siempre por una cierta carga de subjetividad, determinada mayormente por la formación de la gente y las circunstancias que la rodean; satisfacen o angustian. Dicho de otro modo, precisamente esta subjetividad relaciona, de manera estrecha, al presente con el estudio que se haga del pasado.
Vázquez Parada, por su parte, lo que hace es estudiar con meticulosidad y ahínco qué papel han jugado entre nosotros las ideas que tenemos hoy y hemos tenido de los cristeros a través del tiempo. Lo ha hecho después de husmear durante mucho tiempo en bibliotecas y hemerotecas, públicas y privadas, y sobre todo, convirtiendo pacientemente sus oídos en recipiendarios de la tradición oral de infinidad de pueblos y rancherías, en especial del sur de Jalisco, tierra en la que ha centrado su atención desde hace ya mucho tiempo.
En este sentido, el libro de Celina Vázquez quita el monopolio “alteño” de todo lo que tuviera que ver con los cristeros, que algunos han pretendido establecer.
Además, tiene el enorme mérito —que muchos han perdido recientemente— de prestar oídos también a quienes saltaron a la palestra para combatir a los cristeros o que, simplemente, no simpatizaron con ellos. También entre los agraristas había legitimidad y gente de buena fe, no debemos olvidarlo. De ello deja las cosas muy claras Celina Vázquez cuando se mete con la otra cara de la moneda.
Charlas e interrogatorios constituyen una parte muy importante del andamiaje de este libro, pero no lo es menos la revisión de novelas, artículos y revistas. Sólo así alcanza la feliz realidad de ofrecernos lo que ella misma denomina una verdadera “hermenéutica de la conciencia histórica” de la Revolución cristera, que culmina con los últimos acontecimientos relacionados con el tema: el sensible incremento del santoral por la vía más rápida posible, y la construcción, que parece haberse emprendido ya, a pesar de las muchas críticas y reticencias, de un gigantesco santuario de “los mártires” cristeros. No podía ser de otra manera, si se piensa que la autora es una persona que, como debe ser, vive su tiempo de la manera más consciente posible.
Tales fenómenos recientes no dejan de constituir una muestra de cómo ha revaluado la Iglesia de hoy a los cristeros, después de haberlos ignorado, como resultado de los famosos Acuerdos que, bajita la mano, tuvieron con el gobierno un puñado de obispos, sin tomar en cuenta para nada a los combatientes. Lo mismo que le sucedió a Hidalgo, a fin de cuentas: la jerarquía eclesiástica ahora ha puesto a los cristeros en un lugar preeminente de su panteón.
No cabe duda de que la lectura cuidadosa de este libro nos ayudará a entender actitudes asumidas hoy, al tiempo que nos hará ver cuán manipulable es la historia y cómo se convierte en sustento de posturas contemporáneas.
Creo que en el fondo se trata de un libro anticlerical, pero, a la manera de los liberales decimonónicos, resulta sumamente respetuoso de las creencias religiosas. Pero la Iglesia, que es, a fin de cuentas, otro ente histórico —con más historia que la mayoría de los entes— también cambia de manera de pensar y de ser; ahora sorprende y a veces ofende, cuando hace públicos planteamientos mundanos que antes solía hacer bajo el agua. En este sentido, hay que reconocerle el mérito a Carlos Salinas de Gortari: ora se discute abiertamente lo que antes se arreglaba en corto, además de que, claro está, sin cortapisa legal alguna; ahora se pueden meter los eclesiásticos en terrenos que, supuestamente, fueron dejados para el César por parte de aquel Jesús que, a veces, los jerarcas parecen olvidar que también era cristiano.
El delirio en que estábamos no nos permitía ver la atrocidad del hecho... Pero las luchas civiles, las guerras políticas ofrecen estos desastres, que no pueden apreciarse aisladamente. El pueblo se engrandece o se degrada a los ojos de la Historia según las circunstancias. Antes de empezar, nunca sabe si va a ser pueblo o populacho. De un solo material, la colectividad, movida de una pasión o de una idea, salen heroicidades cuando menos se piensa, o las más viles acciones. Las consecuencias y los tiempos bautizan los hechos haciéndolos infames o sublimes. Rara vez se invoca el cristianismo ni el sentimiento humano... Pues fue un acto de esos que se llaman insensatos cuando salen mal, y heroicos cuando salen bien...
Benito Pérez Galdós1
Durante los primeros tiempos de la era cristiana, los siglos iv y v ,
junto a aquellos que dieron su vida por la fe, comenzaron a ser venerados los restos mortales de los ermitaños que, con sus actos de renuncia por amor a Cristo, de algún modo también habían muerto al mundo. Muy pronto este culto se hizo extensivo a todos los cadáveres de los obispos destacados por su caridad, por su sabiduría y por su labor en la difusión del cristianismo. Los cuerpos de los mártires, de los eremitas y de los obispos se convirtieron en reliquias y las tumbas que los contenían se volvieron santuarios de peregrinación, lugares donde se tocaban el cielo y la tierra. Un largo trayecto se había recorrido desde el cristianismo primitivo, que consideraba santo a todo creyente bautizado, hasta esta religión institucionalizada y jerarquizada que comenzaba a rendir culto a una élite de seres excepcionales que vivían en un ciego palaciego, como cortesanos alrededor de la figura imperial de Cristo.2
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