A través de esta selección de cuentos, no pretendo reconstruir la historia de la guerra cristera en el occidente de México, sino averiguar cómo este episodio quedó grabado en la memoria colectiva de una gran parte de la población de Jalisco y México. No hay que olvidar que, aunque cada autor presente su visión “personal” de la Cristiada, en la medida en que están insertos en la sociedad, ésta nos ofrece también la visión de su grupo social. Mediante este acercamiento, lograremos entender este episodio desde una perspectiva diferente a la que ofrecen obras con una gran cantidad de datos concretos y que, por lo mismo, son de difícil acceso para la población en general —como es el caso de los minuciosos estudios históricos cuya lectura se reservan los académicos o profesionistas—. Los estudios de esta naturaleza son, sin duda, imprescindibles; pero no hay que limitarse a ellos cuando se quiere recuperar el sentido que los propios actores sociales dan a los hechos del pasado, si se quiere llegar a conocer la historia como historia vivida, con su fuerte carga de expectativas, frustraciones y deseos cumplidos.
Los primeros cuentos que analizaré son los de José Gudiño Villanueva (nacido en Sahuayo, Michoacán, en1916), los cuales fueron publicados en 1979 bajo el título Hombres de armas , edición del Colegio Internacional de Guadalajara. A pesar de que su fama se reduce al occidente de México, este pequeño libro de cuentos muestra que el autor es un escritor de talento, quien tuvo contacto directo con la Cristiada en su infancia, ya que contaba con diez años de edad cuando el levantamiento inició.
Por otra parte, Alfredo Leal Cortés (nacido en Guadalajara en 1931) es un autor regional que no vivió la Cristiada, pero la conoció a través de las narraciones de sus padres y tíos, combatientes cristeros. Los padres heredan al hijo el trauma de la causa perdida, la cual se refleja en su cuento 1927, luto en primavera .y
En los cuentos de Adalberto González González, Los colgados; u de Luis Sandoval Godoy, El peso de la palabra ,i y de Augusto Orea Marín, El seis ,o encontramos una visión más neutral. Estos tres autores conocen a fondo la vida en los pueblos del occidente de México, pero en sus cuentos no se refleja un compromiso personal a favor de la causa cristera. Gudiño presenció las luchas armadas durante su infancia; Leal Cortés conoció la Cristiada a través de los relatos de sus familiares, quienes habían sido protagonistas, pero los otros tres autores escogen la Cristiada como tema de creación literaria.
José Gudiño nos presenta narraciones de los episodios violentos de nuestra historia vividos desde su infancia. Los primeros seis cuentos se refieren a la revolución de 1910-1917, y se titulan “Final” (de la revolución y su primer aniversario de vida), le siguen “Llanto”, “Encuentro”, “Hombres de armas”, “El nuevo adepto” y “El coronel”; en “Aquellos días”, aborda el tema de la Cristiada; en “Dichoso el real”, se refiere al segundo levantamiento cristero de 1932, y finaliza con “Mi amigo el general”, donde narra la vida de Gumaro Peña y su participación en estos acontecimientos.
El cuento “Aquellos días” se refiere directamente a la Cristiada. Primero describe la situación desde la perspectiva de un niño, en donde indica a la vez fechas concretas. El capítulo v se inicia con las siguientes palabras:
1926. Año en que pasan cosas raras en el pueblo. Creo que en todas partes. El clero y el gobierno civil están en pugna. Aquél excomulgando a los padres y tutores que manden a sus hijos a las escuelas oficiales, —las únicas que están en funciones— éste, el gobierno queriendo llevarnos a la fuerza, para lo que ha lanzado a la gendarmería en persecución nuestra.
En esto llega el día 4 de agosto y a la más alta autoridad de la región se le ocurre cerrar los templos. Sordos rumores han corrido al respecto desde tiempo antes y las gentes del lugar se aprestan a la defensa. Unos consiguen rifles, otros pistolas y la mayoría simples cuchillos o machetes. Las mujeres quieren tomar parte también en el motín y (válgales su buena voluntad) han molido chile seco y lo han mezclado con cal para, en el momento oportuno, arrojarlo a los ojos de los atacantes.
El niño no se interesa mucho por el pleito, y comenta lo que ha oído decir. Se excomulga a los padres que mandan a sus hijos a las escuelas oficiales, y por todos lados se avisa del peligro de los masones , considerados, en el discurso cristero, como ateos y enemigos de la Iglesia.
Una afirmación común entre las personas que vivieron la época, es que el cierre de los templos, que fue la causa principal que motivó al pueblo a levantarse en armas, fue una decisión de las autoridades civiles. Gudiño recoge este hecho con la afirmación de que, a la más alta autoridad de la región se le ocurre cerrar los templos. Ahora sabemos con certeza que la jerarquía católica, y no la autoridad civil, tomó esa decisión; pero desde la perspectiva del niño, no puede saberse, porque él relata lo que oye decir a los adultos. La situación se vuelve cada vez más tensa, y se desata una cruel lucha armada entre los dos bandos. El niño escucha el grito de “¡Viva Cristo Rey!”, y ve cómo un par de damas vacían sus pistolas sobre un policía indefenso. Hay varios muertos y heridos, pero él no comprende la gravedad de la situación y goza “mirando cosas tan pintorescas”. A un policía herido en el estómago, gritan él y su primo: “ya te tumbaron, Gacho”.
Después, el autor cambia la perspectiva del niño por la del adulto. Los sacerdotes tienen que esconderse y los cristeros eligen a uno de los suyos como general. Surgen conflictos de conciencia entre los gobiernistas, porque ellos también son cristianos. El jefe político, hijo de padres cristianos, cristiano él mismo en el fondo, promete que “no será colgado ni un cura del lugar en tanto que las riendas del poder estén en sus manos”.
Curiosamente, en el texto no aparece la palabra “católico”; se habla de “Cristo Rey”, “cristianos” y “cristeros”. La gente suele decir “yo soy cristiano”.
En el capítulo vii, el autor explica el conflicto cristero desde su punto de vista:
Las gentes se dividen en dos facciones irreconciliables y fanáticas. El católico se considera portaestandarte de santidad y de limpieza, aunque su fariseísmo tenga flores de lascivia, de rapiña y de crueldad. Odia con toda el alma a los elementos gobiernistas olvidando las máximas del Evangelio. Por su parte, el del bando contrario se encuentra juzgado réprobo, un anticristo y se conduce como tal, procurando llegar hasta el exceso, a pesar de que ayer se sentía cristiano. El uno se autoperdona concupiscencias y asesinatos porque “no ha renegado de Dios”, mientras que el otro, sugestionado por la idea de la reprobación temporal y eterna, piensa, habla y obra como condenado en vida.
Todo esto no impidió que los soldados, de cualquiera de los bandos, pidieran la ayuda de un sacerdote al caer heridos. El autor no apoya ciegamente alguna de las posturas; acusa al católico de fariseísmo y de olvidarse del evangelio. Tampoco aprueba el papel de anticristeros que juegan los del bando contrario. A la hora de la muerte, los unos son tan cristianos como los otros. En el fondo, no hay tanta diferencia entre los elementos gobiernistas y los alzados cristeros.
En el capítulo xi, Gudiño describe cómo los cristeros recién amnistiados entran a su pueblo: “El pueblo los vitoreaba, ellos recibían palmas con dignidad solemne. Las campanas, regocijadas, después de años de enmudecimiento, cantaban a gloria, y este repicar hacía que brincara el corazón de las gentes como si volvieran a una vida de felicidad, buscada con anhelo, durante mucho tiempo. Era la apoteosis del triunfo —así lo creíamos los pacíficos—”.
Читать дальше