—Ten por cierto que cuando se escriba la historia de esta tracamundana […], pues yo creo que algún desocupado va a escribirla […], no te han de nombrar para nada. Que fueras tú a San Gil o no fueras, lo mismo da […]
La revolución era ya un verdadero adefesio. Tú dirás que a qué iban los sublevados a la estación. Te lo explicaré, te lo explicaré, para que concuerdes conmigo en que plan más disparatado no podía imaginarse. ¿Quién de los que me escuchan se atreverá a sostener que en el plan había siquiera asomos de sentido común?
Benito Pérez Galdós1
En la narrativa, así como hay una novela de la Revolución , existe una novela de la Cristiada , donde estos acontecimientos quedan grabados. Aunque tanto por su desarrollo como por el manejo de recursos estilísticos, esta última es menos importante que la primera, en la narrativa cristera encontramos situaciones y visiones del mundo planteadas desde la perspectiva de sus autores. La Cristiada no es el orgullo de los mexicanos y, por tanto, son pocos los autores que la recogen como tema para sus obras literarias. Un escritor como José Guadalupe de Anda, autor de la Los cristeros , no está a la altura de Mariano Azuela o de Martín Luis Guzmán. Aunque no encontremos muchas novelas sobre la Cristiada, si hay, sin embargo, una gran cantidad de testimonios y memorias, cuyos autores, por lo general, no tienen pretensiones literarias.
El texto literario sólo de manera indirecta es un documento histórico. Una novela como Los de Abajo , de Mariano Azuela, nos puede servir como fuente histórica, ya que los datos concretos utilizados por el autor coinciden con la realidad, y lo mismo puede decirse de la geografía en la obra de Azuela. En el Pedro Páramo , de Juan Rulfo, por el contrario, la geografía es ficticia. Comala es una localidad que existe en el estado de Colima, pero la Comala de Juan Rulfo no es exactamente la misma que la Comala real, aunque esto no tiene mayor importancia en su obra literaria; detrás de los hechos históricos concretos hay una verdad más profunda que no se expresa en fechas exactas y lugares geográficos determinados. El texto literario —en especial la novela histórica— puede servir como fuente de investigación en las ciencias sociales, pero su importancia estriba en que ofrece al lector una visión del mundo que le es ajena y va más allá del mero testimonio documental.
A continuación agruparé en dos grandes campos las obras de la narrativa cristera en el occidente de México: el primero, con las novelas cuya temática central es la Cristiada, y el segundo, los cuentos.
En el campo de las novelas, los autores más representativos son el sacerdote David G. Ramírez (quien escribe bajo el seudónimo de Jorge Gram); Fernando Robles, de Guanajuato; José Guadalupe de Anda, de los Altos de Jalisco; Aurelio Robles Castillo, de Guadalajara; y José Goytortúa Santos, del Distrito Federal. Para el análisis de las obras de estos autores, tomo como punto de partida el estudio “La novela cristera” de Wolfgang Vogt.2
Bajo este seudónimo se publicó la que es considerada la primera novela cristera, en 1930,3 por el sacerdote David G. Ramírez, obra frecuentemente reeditada. Se trata de un texto panfletario que difunde los intereses de la derecha católica, sin que su autor se preocupe mucho por la forma literaria. Desde la crítica, se considera que “El canónico y doctor en teología describió la acción de los buenos contra los malos; los primeros son los cristeros y los segundos, los partidarios del gobierno… [Sin embargo] a no ser porque Héctor fue una de las novelas mexicanas de mayor difusión durante las tres décadas posteriores a la guerra cristera, tal vez sería conveniente no mencionarla”.4
Se trata de una novela donde las escenas sangrientas de la guerra y los conflictos de conciencia son resueltos de una manera muy esquemática, en la que se justifican siempre las acciones de “los buenos”, los cristeros, en contra de “los malos”, el gobierno. Esta escena en un confesionario así lo demuestra:
—Padre, yo me alegro en extremo cuando sé que éstos son derrotados, cuando sé que caen muchos heridos y muchos muertos… yo siento grande gozo cuando los hacen añicos… ¿Es esto pecado?
—¡No, hija mía; no es pecado! No es el odio al prójimo lo que te mueve, es el odio al mal lo que te anima.
Afirmaciones como éstas, fueron un lugar común durante la época de la guerra para justificar la lucha armada y alentar la participación de los campesinos. Se difundían en los boletines parroquiales, panfletos y volantes, y circulaban profusamente entre las familias católicas. Aunque la Liga Nacional Defensora de la Libertad Religiosa siempre deslindó de responsabilidades al clero en las decisiones militares que tomó, no cabe duda que detrás había teólogos que intentaban justificar estas acciones por encima de los preceptos evangélicos. Héctor , del doctor en Teología David Ramírez, es un interesante ejemplo del discurso católico de la época.
La virgen de los cristeros, de Fernando Robles
Fue publicada en 1934 por el guanajuatense y terrateniente cristero Fernando Robles, durante su exilio en Argentina;5 se editó en México hasta 1959, y se difundió ampliamente desde entonces. En esta obra se reflejan muchos rasgos autobiográficos del autor, quien es miembro de una vieja y respetada familia; perspectiva desde la cual aborda el conflicto:
No aprueba la política agraria del gobierno ni las persecuciones religiosas, pero de ninguna manera está dispuesto a aceptar las crueldades de las huestes cristeras […] Robles no es un cristero fanático, sino un católico liberal que vio peligrar sus principios tradicionales. No se opuso a la reforma agraria, pero consideró injusta e inútil la repartición de tierras hecha por el gobierno revolucionario y pensó que ésta no benefició realmente a los campesinos y sí perjudicó a los hacendados. En La virgen de los cristeros se reflejan las preocupaciones auténticas de un mexicano conservador de la época de la Revolución.6
Los cristeros, la guerra santa de Los Altos, de José Guadalupe de Anda
En esta novela, publicada en 1937 (así como en su siguiente obra), José Guadalupe de Anda trata el tema de la Cristiada en Los Altos de Jalisco, uno de los escenarios más importantes del conflicto.7 Sus protagonistas son los campesinos de esta región, retratados de una manera magistral; reproduce fielmente su lenguaje y personalidad, y continúa de esta manera con la tradición de Azuela en Los de abajo. Policarpo es un campesino honesto que se incorpora de buena fe a la causa cristera, pero no se da cuenta de que es manipulado por el clero. Como no participa en las intrigas de los sacerdotes cristeros, éstos lo mandan fusilar con una acusación de traición.
La figura de Policarpo está contrastada con la de su hermano Felipe, quien representa la postura crítica. Sin embargo, como Felipe abandonó el seminario, nadie le hace caso cuando trata de convencer a su familia de no apoyar a los cristeros. Nunca le perdonan el haber cometido el “sacrilegio” de abandonar sus estudios religiosos y ponerse en contra del movimiento.
En esta novela, las figuras negativas son los sacerdotes, representados en las figuras de los padres Vega y Pedroza —aunque no son ellos, tampoco, los principales responsables, sino la jerarquía católica que alienta la lucha desde su comodidad en las grandes ciudades y sin comprometerse realmente—. En ella se “refleja la complejidad de la problemática cristera. Los rebeldes descritos por De Anda no son malos ni buenos, sólo víctimas de su ignorancia. El autor juzgó con cierta simpatía la posición del gobierno, pero también criticó sus errores”.8
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