© Aitor Artetxe. 2020
© Ediciones Hidroavión. 2020
TextoAitor Artetxe
PortadaGorka Lorcan
FotoMaider Gonzalo
Editado porEdiciones Hidroavión www.edicioneshidroavion.com
ISBN:978-84-122085-8-0
Depósito legal: A 278-2020
Ejemplar digital autoridazo por Ediciones Hidroavión.
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PRIMERA PARTE -YO-
EL DÍA QUE ESCRIBÍ MI OBITUARIO
Si yo hubiese sido una canción, habría triunfado hace tanto tiempo que ya ningún DJ me pincharía y raramente alguien se acordaría de mí. Estaría escondida al final de esa playlist que no recuerdas haber creado, siendo invisible entre tanto hit del pasado. El modo aleatorio me esquivaría y mis notas se acabarían convirtiendo en silencio, y mi silencio, en olvido. De haber sido una serie, hubiera sido una sitcom con un decorado de dudoso realismo (cartón-piedra en estado puro) y ruidosas risas enlatadas sonando en los momentos más embarazosos. Habría mucho primer plano reaccionando a cada giro de guion y una actitud exagerada en todos los gestos del protagonista. Podría haber sido algo así como Valerie Cherish en The Comeback , pero menos ingenioso y mucho más sobreactuado. Sin embargo, como película mi vida hubiese resultado en un melodrama, uno de esos con un final grandilocuente lleno de sangre, pasión y secretos confesados en el último momento. Un despliegue de recursos fáciles y baratos para provocar la lágrima en el espectador que tienden a acabar provocando más bostezos que sollozos debido a su predictibilidad. No es que yo adorase el drama, es que el drama siempre me adoró. Fui un largometraje de serie B, unos fotogramas que cruzaban la línea del humor negro para pasarse al lado de la vergüenza ajena. En el fondo, creo que nunca supe si fui drama o fui comedia, porque eso nunca se sabe hasta que se apagan las luces del cine y comienza la proyección. Las luces nunca se apagaron porque la sala estuvo vacía hasta el último momento, así que me quedo con la duda.
Me temo que viví siendo uno de esos que pensaban (y que pensaron hasta el día de su muerte) que la Superpop y la Bravo transmitían valores muy distintos y que por eso una persona de bien debía comprar las dos cada quince días religiosamente para no perderse nada. Hacía meses que no tenía ninguna notificación en el móvil. Nadie parecía acordarse de que aún no había muerto. Bebía con frecuencia. Vicios varios como manual de cabecera. Solía dormir no más de cinco horas diarias y lloraba unas 1000 lágrimas semanales. Más o menos.
Me gustaba soñar despierto frente a la pantalla de mi Mac. En mis mejores tiempos fui Terelu Campos comiéndose una porra en prime time . En los peores, fui yo mismo.
Tenía como manía guardar las entradas de todos los conciertos a los que nunca fui en el cajón de mi mesilla de noche. Cuando alguien me preguntaba que quién era, siempre respondía lo mismo: “Soy yo, la que sigue aquí. Soy yo, te lo digo a ti”. Nunca a nadie le hizo gracia aquello que a mí me parecía delirante. Culpaba a la sociedad constantemente por no entenderme, pero la verdad es que ni yo mismo llegué a entenderme. Había días en los que el mundo se me quedaba grande y otros en los que me parecía tan diminuto que apenas encontraba aire que respirar. Me sentía muy solo o demasiado acompañado, pero nunca me sentía bien. Dudaba de todo y a la vez sentía que tenía las riendas de mi vida. Nunca supe lo que quise en realidad. Escuchaba canciones tristes de La Casa Azul a todas horas. La voz de Guille Milkyway siempre me hacía bailar y llorar a la vez. Confieso que fui adicto a la Coca-Cola. También a otras muchas sustancias inconfesables. Gritaba a pleno pulmón bajo el agua caliente de la ducha y hablaba solo mientras esperaba a que llegase el siguiente metro. Siempre pensé que moriría viejo y rodeado de gatos. La realidad ha sido otra. Me he ido joven y sin nadie que pudiese decir “miau” en el momento en que se me cerraron los ojos para siempre.
Durante mi tiempo en esta vida siempre intenté reinventarme constantemente. Ser algo parecido a Madonna, o aún mejor, ser algo parecido a Tamara/Ámbar/Yurena, que viene a ser un poco una Madonna a la española. Subía stories a mi Instagram constantemente, siempre esperando una respuesta de ese alguien al que iban dirigidas mis indirectas de 24h de duración. Cuando la simple idea de que ese mensaje llegase realmente a su destinatario rondaba mi cabeza, entraba en pánico y lo borraba rápidamente. Si alguna vez pensaste que estaba escribiendo sobre ti, probablemente tuviste razón. Ah, por cierto, nunca supe en vida si Leena Dunham me caía genial o me parecía una gilipollas integral. Aún ahora, desde el más allá, soy incapaz de averiguarlo.
Supongo que este tipo de dilemas morales me acompañarán por los siglos de los siglos. Amén.
Permanentemente anduve buscando problemas donde no los había. Abrazaba la almohada con fuerza cuando no tenía a nadie a quien abrazar. Dejaba la luz encendida toda la noche porque nunca superé del todo mi miedo a la oscuridad. Mi gran obsesión fue leerme todos los libros de Lucía Etxebarria, uno detrás de otro, con preocupante entusiasmo. Nunca me importó que todos contasen lo mismo, porque al final, las historias que uno cuenta siempre se repiten. Tomaba una o dos pastillas recetadas por el médico. De las no recetadas, hace tiempo que perdí la cuenta. Con tal de evitar mi reflejo en el espejo siempre subía por las escaleras y nunca por el ascensor. Otra cosa no, pero he pasado a mejor vida con un culo de infarto. Antes de empezar, yo siempre vi el final. Mis días pasaron muy lentos y mis años volando.
Hay algo en el concepto warholiano de la fama que siempre me fascinó. ¡Viva la frivolidad, viva lo pop, viva lo efímero y viva lo estúpido! Todos los grandes personajes a los que admiré habían tenido una vida de mierda antes de tener sus quince minutos de fama. Quién sabe si yo también hubiese conseguido los míos. Puede que todavía esté a tiempo de que alguien escriba mis memorias y el mundo sepa al fin todo lo que se ha perdido. Puede que mi historia se convierta en el próximo best seller del New York Times . Querido futuro biógrafo, te doy permiso para usar estas líneas como punto de partida para nuestro ascenso a lo más alto del mundo editorial. De nada.
No me gustaría terminar sin antes agradeceros que hayáis venido a despedirme. Hace tiempo que decidí que era mejor ser un fracaso perfecto que una victoria mediocre. Hoy mis convicciones son más realidad que ficción. Gracias, me lo he pasado muy bien. Un besazo a todos.
Cuando es de noche, al fin puedo respirar con calma, lejos de ese sol que no deja de molestar. Me pongo mis gafas negras. Subo al metro. “Próxima parada: Libertad. Atención, estación en curva. Al salir tengan cuidado para no introducir el pie entre coche y andén”.
Corro hacia la luz lo más rápido posible, como la pequeña Caroline. Cruzo la puerta bajo las luces de neón sin mirar atrás. Yo nunca miro atrás. Jamás me atrevería a correr el riesgo de comprobar si todos esos demonios del pasado siguen corriendo detrás de mí, muriéndose de ganas por alcanzarme. Esta es mi conducta natural, mi rutina preferida. Acudo a su llamada como una feligresa fiel y devota a su parroquia y a sus santos, encendiendo velas, rezando el rosario, decorando pequeños altares colocados en pequeñas vitrinas, besando las estampitas de esas vírgenes que lloran sangre en un rostro que parece ser ajeno a todo dolor. Poniéndome de rodillas, y nunca para rezar. Buscando extraños que se apiaden de mí, como un Cristo que yace muerto en los brazos de la Virgen María.
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