Felipe se enfrentó en aquel momento a una autoridad diferente que desafiaba su modelo de vida. Un llamado irresistible que convenció a este hombre de Betsaida para dejarlo todo e incluso involucrar a su amigo Natanael en tamaña aventura. Natanael (Bartolomé) ya había sido hallado por Jesús desde cuando le vio debajo de la higuera y supo que se trataba de un verdadero israelita. La confrontación entre el llamado de Jesús y la duda de Natanael por el origen de quien lo llamaba tenía que encontrar un punto débil para inclinar la balanza y lo halló cuando Jesús lo consideró como un hombre de gran estima.
Juan El Bautista ya estaba elevando su voz en el Jordán anunciando el arribo esperado del reino de Dios. La misión celestial estaba a punto de dar sus primeros pasos y Jesús necesitaba rodearse de hombres a quienes pudiera formar y promover en ese reino que se empezaba a percibir y cuyo anuncio rompió con el silencio del cielo de 400 años.
El Logos preexistente encarnado expresa en su llamado una autoridad de la cual carecían los fariseos y religiosos. Su misión se ha ideado en la armonía del cielo pero debe llevarse a cabo en medio de la tensión del mundo como escenario de su obra redentora. “Jesús de Nazaret, absolutamente por sí y a través de sí, a través de su mera existencia, naturaleza, instinto, sin prudencia, sin exhortación, se ha hecho manifestación completamente sensible de la palabra eterna, de un modo que antes que él nadie lo hizo.” 53Es importante entender cómo se conectan las ideas sobre el mundo, el hombre y la muerte con Jesucristo. Juan dirá en su evangelio que el Logos se hizo carne (1:14) y los demás evangelios conectarán su nacimiento en un momento histórico definido con el cumplimiento de la palabra escrita.
Nazaret representa un obstáculo a los ojos de Natanael en la concepción que él mismo tiene acerca del origen del Mesías anunciado. Parecieran dos instancias tan disímiles que no pueden reunirse en una noticia tan relevante. No puede venir nada bueno de aquella aldea insignificante y mucho menos cuando se trata de buscar el origen del esperado de todos los tiempos.
La expectativa judía no podría compaginar algo así en relación a su gran Mesías. El Dios de la historia no podría prorrumpir de esa manera en aquel ambiente intrascendente.
El pueblo de Israel se movía continuamente entre la expectativa y la esperanza, pero Jesús no parecía llenar ninguna de ellas. Su expectativa de un Mesías poderoso y la necesidad de encontrar un respiro a su condición de subyugación a través de ese Mesías, habían volcado la esperanza en un libertador que distaba mucho de parecerse a ese Jesús que se abrogaba para sí el derecho de llamar a Dios como Padre. El celo característico del pueblo judío para sus leyes y tradiciones, representaron siempre un obstáculo para poder ver enfrente de ellos al Mesías esperado.
En Malaquías 3: 1-2 se lee: “He aquí, yo envío mi mensajero, el cual preparará el camino delante de mí, y vendrá súbitamente a su templo el Señor a quien vosotros buscáis, y el ángel del pacto, a quien deseáis vosotros. He aquí, viene, ha dicho Jehová de los ejércitos. ¿Y quién podrá soportar el tiempo de su venida? ¿O quién podrá estar en pie cuando él se manifieste? Porque él es como fuego purificador, y como jabón de lavadores.”
Las profecías mesiánicas, presagiaban la llegada de un rey poderoso que haría notar públicamente su estela desde los cielos y llegaría en medio de los imperios para derribarlos y establecer a su pueblo en el trono.
Pero Jesús prorrumpe en la escena sin grandes aspavientos. No era un general llamando a su ejército para prepararlo para la batalla. Era un carpintero delineando un camino de transformación para quienes respondieran a su llamado y despertando a una misión trascendente a unos pocos escogidos.
El evangelista no lo ha introducido como un hombre común de Galilea que desarrolla una labor singular, sino como el Verbo hecho carne que tiene una misión vivificadora e iluminadora. “En él estaba la vida” (1:4), y eso es precisamente lo que viene a traer a los hombres. Es portador de la vida abundante en contraposición a aquel que solo vino a robar, matar y destruir. (10:10)
El mensaje dualista del cuarto evangelio es una de sus características más notables. Él es la vida pero los hombres han escogido la muerte. Él es de arriba y sus adversarios son de abajo. Él es la verdad pero quien se le opone es portador de la mentira. Él es la luz y quien no lo sigue anda en tinieblas. Él no es de este mundo, pero viene a morar en un mundo que lo rechaza y lo lleva hasta la muerte. “Aunque procede de arriba y habla de lo que es <> o <>, Jesús, el Verbo hecho carne, debe usar el lenguaje de abajo para transmitir su mensaje.” 54
El lenguaje de Jesús en Juan es contrastante. A Nicodemo le asegura que tiene que nacer de nuevo aunque este maestro de Israel no podría comprenderlo. A la mujer samaritana le afirma que el que beba del agua que Él puede ofrecer no volverá a tener sed y la mujer le inquiere por ella de manera inmediata, sin entender cabalmente las palabras del que tiene frente a ella. A Natanael le asevera que cosas mayores verá, los cielos se abrirán y los ángeles del Señor establecerán una vía de comunicación continua entre el cielo y el Hijo del Hombre que ahora aparece en la parte baja de la escalera en una alusión directa a la escalera de Jacob en la cual el patriarca ha visto a Dios en la parte superior. (Génesis 28) Ahora el Verbo ha descendido por esta escalera para habitar entre los hombres, y son estos los que tienen que prepararse para ver cosas mayores. “Haciendo referencia al sueño de Jacob, Jesús le indicó a Natanael que el también vería ángeles subir y bajar, pero no en Betel, como en la historia de Jacob, sino sobre el mismo Jesús.” 55
El mensaje de Jesús no empieza con palabras sino con hechos. El Verbo se hizo carne y vino a habitar en este mundo. El Verbo habló sin palabras. Jesús se hizo presente en medio de un ambiente hostil y modeló un estilo de vida contrastante al mundo en el que vino a morar. Habitando en un mundo que se resistía a su anuncio, que desconfiaba de su verdadera identidad y que fue reacio a cambiar sus rasgos esenciales de fe, Jesucristo proclamó un mensaje radical que contrastaba abiertamente con la vida cotidiana de quienes lo recibían.
¿Cómo entendieron el llamado a la misión estos primeros discípulos?
Con toda seguridad no lo comprendieron a cabalidad en primera instancia. No siempre se conoce el segundo paso cuando ya se ha dado el primero. No siempre se sabe cuál es el final del camino a pesar de haber emprendido ya la marcha. Esa incertidumbre es propia del llamado divino.
Abraham la experimentó al dejar para siempre a los suyos para emprender un viaje sin retorno hacia una tierra desconocida. “La misión es una empresa que se ejecuta en el contexto de la tensión entre la providencia divina y la confusión humana.” 56
Moisés la vivió al recibir instrucciones desde un fuego en el desierto para ir a confrontar al hombre más poderoso sobre la tierra en aquel instante.
David fue testigo de primera mano de un llamado que no lo llevó al cetro y la corona directamente, sino a la angustia de la persecución a través de montañas, cuevas y desiertos.
“En dos ocasiones distintas, Pedro recibió el llamado <>. Fue la primera y la última palabra que Jesús les dijo a sus discípulos (Marcos 1:17; Juan 21:22). Una vida completa existe entre estos dos llamados.” 57
El diálogo de Jesús con Natanael trae consigo un anuncio singular: “cosas mayores que estas verás.” Los cielos se abren para mostrar un atisbo de su gloria. La misión está en acción y para ella se necesitan mensajeros celestiales, agentes humanos y obras poderosas. “Jesús, al hablar con Natanael, le aseguró que el aún no había visto lo que luego sería revelado.” 58
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