La consideración de Jesús como enviado reafirma su tarea misionera. Si es enviado tiene un propósito y alguien que lo envía. Por lo tanto esa misión debe quedar satisfecha para que haya aprobación total en quien lo ha designado para esa labor específica. Pero su misión, lejos de ser simplemente local, es en realidad una misión cósmica, encaminada a unir a los pueblos del mundo alrededor del que puede cambiar el presente y el destino eterno. “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, más tenga vida eterna.” (Juan 3:16)
El Espíritu Santo juega un papel preponderante en las declaraciones del evangelio de Juan. En la elaboración de la misión, el paráclito desempeña un rol fundamental, ya que respalda y unge la obra de Jesús desde su propio bautizo hasta el final de su ministerio terrenal. Pero aún se resalta más su importancia después de la partida de Jesús por cuanto se constituye en la promesa dada a los discípulos para llevar a cabo la obra encomendada. La fe en Jesús es el acceso a la vida del Espíritu. La transmisión de la historia del cristianismo, el evangelismo, nunca consiste solo en presentar bien la historia ni usar las palabras idóneas; no consiste solo en la proclamación del evangelio, sino en la participación fiel en él, lo cual es posible gracias al Espíritu. El ministerio del Espíritu es siempre dar a conocer a Cristo, hacer que Cristo aparezca vivo en el mundo, y participar en la historia creciente de Dios. Tal como prometió Jesús, el Espíritu Santo es un consuelo inmenso y real en la vida cristiana. R. C. Sproul en su libro: ¿Quién es el Espíritu Santo? desarrolla los elementos fundamentales de la acción del Espíritu Santo que se conectan al lenguaje misionero de Jesús en cuanto a la santificación de los creyentes, el fortalecimiento, el aprendizaje y luego el envío y la unción para el ministerio.
Como afirmó Jesús en Juan 16: 7-11: “Pero yo os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya; porque si no me fuera, el Consolador no vendría a vosotros; más si me fuere, os lo enviaré. Y cuando él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio. De pecado, por cuanto no creen en mí; de justicia, por cuanto voy al Padre, y no me veréis más; y de juicio, por cuanto el príncipe de este mundo ha sido ya juzgado.” Jesús deja claro también que la vida nueva no es algo que se consiga por esfuerzo humano, porque lo que nace de la carne es carne, mientras que transformar la vida espiritual requiere la acción sobrenatural del Espíritu Santo. Así mismo refiriéndose al paráclito Jesús afirmó: Juan 15:26: cuando venga el Consolador, que yo os enviaré de parte del Padre, el Espíritu de verdad que procede del Padre, El testificará acerca de mí.
La relación de Jesús con sus discípulos en el envío misionero que les encomienda tiene que estar respaldada por El Espíritu Santo, o de lo contrario no tendrá ningún éxito. El Espíritu-Paráclito hace a Cristo más presente, más comprensible, más transformador. En su misión ante el mundo, urgida por El Espíritu, la iglesia descubre el verdadero sentido de la palabra hecha carne.
Jesús envía a sus discípulos a una misión sin fronteras, misión cuyo verdadero origen está en El Padre. “Como el Padre me ha enviado, así también yo os envío”. (Juan 20:21). La misión de los discípulos se asocia en Juan de una manera muy precisa con la misión de Jesús. Jesús es enviado al mundo para salvarlo (3:17), para alumbrarlo (1:4-5), para ser la vida (1:4) y para dar a conocer al Dios invisible (1:18). De la misma manera, al entender la misión de Jesús se dan los lineamientos de la misión de la iglesia, encarnada originalmente en sus primeros discípulos. La misión de Jesús sirve como fundamento para la misión de la comunidad.
En el envío está la clave de la misión juanina. Juan Bautista es enviado por Dios para dar testimonio acerca de Jesús. Jesús es enviado por el Padre para dar testimonio acerca del Padre y realizar su obra. El Paráclito es enviado por el Padre y el Hijo para dar testimonio acerca de Jesús. Y, finalmente, los discípulos son enviados por Jesús para hacer lo que Él hizo. Esta es la clave. La misión ha sido dada y el trabajo se ha venido haciendo desde entonces. La misión de Jesús está en el proceso de ser cumplida hasta que Él vuelva. Tenemos una misión.
Capítulo 1.
Sígueme. El llamado a la misión
“El siguiente día quiso Jesús ir a Galilea, y halló a Felipe, y le dijo: Sígueme” (Juan 1:43)
Una sola palabra significó el cambio de vida radical para Felipe: “Sígueme”.
Galilea fue el escenario en el cual se cambió el destino para dos hombres que aguardaban al Mesías de la misma manera que todo el pueblo de Israel. Sin embargo es a ellos a quienes se les revela de manera particular. No es solo el encuentro de Felipe con “aquel de quien escribió Moisés en la ley, así como los profetas,” es el encuentro de este hombre con una misión exclusiva, señalada en el tiempo, definida desde los cielos, estructurada con el Hijo como sujeto principal y desarrollada entre seres humanos tan simples como los que estaba empezando a reunir el Verbo hecho carne.
Es el llamado que trasciende la conciencia, que se instala más allá de los deseos, que prorrumpe violentamente en medio de la monotonía y desbarata de un tajo la tranquilidad de quien lo recibe.
Es el llamado a ser débil para ser fuerte, a tomar la cruz para caminar ligero, a ser humilde para ser exaltado, a entrar en discordias para alcanzar la paz, a desafiar los poderes malignos para marcar territorio, a entrar en la dinámica de un reino desconocido abdicando a los deseos pasajeros e instalándose en la eternidad.
Es el llamado para tomar el yugo fácil y la carga ligera, que sin embargo conduce al sacrificio mayor. Es el llamado de quien amará a su enemigo, bendecirá al que lo maldice, orará por quien lo ultraja y lo persigue, caminará la milla extra y se despojará de lo poco que tenga para hacer tesoros que no se corrompen.
Es el llamado a dejar tierra y parentela, a soltar las amarras de los botes que garantizan el sustento y dejar ir las barcas a la deriva, a seguir al que no tiene un lugar seguro donde reposar, a no voltear la mirada en un camino sin regreso, a seguir hasta el Gólgota a quien caminó desde los cielos en su peregrinación por este mundo. Es el llamado a la misión. Una misión desconocida, apabullante, estremecedora e inédita, pero surgida desde los mismos cielos y a punto de cambiar la historia para siempre.
Para Felipe, Jesús es la respuesta al anuncio de Moisés y los profetas. De Él se escribió desde tiempos antiguos. A Él se refirieron los profetas anhelantes de la verdad revelada. Por Él es que Israel camina mirando al futuro con esperanza.
Jesús no solo realizó una misión en la tierra, sino que invitó a sus seguidores a ser parte de la misma. El desafío de seguir a Jesús no solo implicaba dejar atrás las tareas propias de supervivencia que tenía cada uno de sus discípulos, sino además tomar una nueva y aún más desafiante labor a la cual se les llamaba como parte de la misión más amplia en la que entraban. Dentro de ese llamado eran necesarias las muestras de compasión hacia el necesitado, es decir, que la misión no solo conllevaba un dejar atrás de ciertas tareas, sino también la de asumir un nuevo carácter acorde con el modelo que se adaptaba al Reino anunciado. Pero aun no sería completo el llamado a la misión si no involucrara el sufrimiento como parte esencial de esta nueva vocación de sacrificio y entrega.
Seguir a Jesús es también seguirlo a donde El concluye su misión terrenal. Seguirle a Él implica necesariamente ir con El hasta el Gólgota mismo, donde se completará la obra misionera que transformó el mundo para siempre.
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