Nina - Con voz propia

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Desde su infancia, música y canto han sido los acompañantes imprescindibles de Nina. Una carrera profesional dedicada al espectáculo. Trabajo, esfuerzo y dedicación durante más de tres décadas se recogen en unas intensas páginas en las que Nina pone en alza la voz como instrumento profesional y protagonista de toda su trayectoria profesional. Desde Operación Triunfo hasta la actualidad, siendo protagonista del musical Mamma Mía! Nina rinde un homenaje a la voz y a los comportamientos que hay que tener para no dañarla y otorgarle la importancia que tiene como valor individual de todo ser humano.Un libro que sin duda será de gran utilidad para los amantes de la música, el teatro y sobre todo de la voz.

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Escogemos las voces en la radio, en la televisión, en la calle, en el trabajo e incluso las escogemos en las aulas de las escuelas o universidades cuando nos encontramos ante un profesor que habla con volumen, entonación y ritmo adecuados. No quiero decir que escojamos al profesor —esto, desafortunadamente, en muchos casos no podemos hacerlo— sino que nuestro cerebro escoge conectarse o desconectarse en función del listón comunicativo que nuestro emisor sea capaz de alcanzar. Se puede dar el caso de que te interese el contenido del mensaje pero la monotonía de la voz y la ininteligibilidad acaben por provocar una irremediable desconexión neuronal, y nunca mejor dicho.

Sin estudios científicos a mano que lo prueben, me atrevo a afirmar que la voz tiene un impacto en el interlocutor y que juega un rol vital en la conexión entre individuos. Que podamos sentir, o no, afinidad con una persona que acabamos de conocer puede ser cuestión de segundos, los que tardemos en percibir la sequedad o la amabilidad, la ternura o la dureza, la convicción o la duda, la verdad o el engaño a través del timbre, el tono, el volumen y el ritmo de quien nos habla. Las palabras encuentran en la voz el soporte acústico para volverse audibles, y justamente por este canal viaja una información no explícita en lo que decimos pero perfectamente perceptible y codificable que informa y condiciona a nuestro interlocutor.

Los formadores en presentaciones orales de alto impacto se preocupan de los contenidos, de la construcción del mensaje, pero no del instrumento que lo hace posible. Es lógico entonces, que no estén demasiado de acuerdo, como leo a menudo, con la famosa regla 38%-55%-7% de Albert Mehrabian,[2] resultado de la investigación que el psicólogo llevó a cabo y con la cual demostró que el impacto de la comunicación verbal y la no verbal es superior a la del propio mensaje, es decir, superior a las palabras que empleamos para comunicar. Probablemente porque la investigación es por encima de todo replicabilidad y esta es totalmente necesaria para poder generalizar los resultados de una búsqueda, no se hacen esperar las voces que postulan que, en ningún caso, un estudio enmarcado en el ámbito de la comunicación de emociones y sentimientos puede generalizarse a todos los contextos y registros comunicativos. Tienen razón. En parte.

Como profesional preocupada y ocupada en mejorar el uso vocal y las habilidades comunicativas de aquellos que me confían sus voces, confieso que la regla de este buen hombre me va como anillo al dedo. No obstante, entiendo que se pueda encontrar descompensando el grado de impacto que, según los resultados del estudio, las palabras ejercen en el interlocutor (7%) frente al grado de impacto que provoca el instrumento que las materializa (38%). Dicho esto, estoy segura de que eres muy capaz de imaginar qué pasaría si dispusiéramos de un discurso magistralmente construido y desastrosamente articulado. Tengan razón los unos o los otros, lo cierto es que a través del sonido, palabras e intenciones quedan enroscadas para ir en una misma dirección, o no. Excepto en el ámbito periodístico, donde la voz, a nivel acústico, debe correr tan paralelamente como pueda el camino de la objetividad en relación con la información que transmite, en otros ámbitos lo que desea el comunicador es convencer (políticos), ilusionar (empresarios), emocionar (actor, cantante), alentar (profesor), vender (comercial) o motivar (entrenador), en definitiva, ser capaces de transmitir con eficacia el mensaje y alcanzar un objetivo. Ahora bien, cuando de forma forzada añadimos emoción a lo que decimos, el sonido se impregna de falsedad. La frontera entre la empatía y el rechazo, la confianza o el descrédito, es muy fina. Si miramos hacia el ámbito político encontraremos un puñado de casos dignos de estudio y análisis. Cuando añadimos una supuesta emoción al mensaje, enfatizando la agresión, pongamos por caso, con agresividad, el resultado final suele ser justamente lo contrario del objetivo que se perseguía. La performance se convierte en una sobreactuación y, como tal, poco creíble. Claro que siempre habrá quien muerda el anzuelo pero, en general, bastan unos segundos para que el oído y la piel del interlocutor perciban y descodifiquen lo que no expresan las palabras que oye. Hay verdaderos expertos en decir blanco con las palabras mientras que el sonido de la voz dice negro. Las cosas que nos tocan de cerca, las que nos importan o nos conmueven, las decimos con naturalidad. Las emociones son fruto de una respuesta orgánica y fisiológica y la voz es el canal para expresarlas incluso sin el soporte de las palabras. Es fácil identificar un matiz de alegría, burla, ironía, enfado o falsedad a través de un sonido minúsculo en una expresión de alegría, de burla, de ironía, de enfado, de falsedad. De la misma manera que con la musculatura facial podemos hacer visible en el rostro lo que sentimos, nuestra voz hace audibles las emociones.

«Tenía más miedo a perder la voz que a morir. Porque si un político pierde su herramienta más valiosa ya está muerto». Aunque son sorprendentes, no me extrañaron nada las declaraciones de Lula da Silva a raíz de la superación del cáncer de laringe. Las de Lula son palabras de muchísima fuerza, contienen un gran valor porque describen, sin hacerlo explícitamente, lo que puede llegar a sentir alguien que pierde su principal herramienta de trabajo. El de Lula es un caso de patología grave en que, siendo la vida lo que está en juego, la gran preocupación es perder el motor que lo hace ser, desarrollarse personal y profesionalmente y resultar útil a su sociedad, a su país. Pero no nos hace falta ir tan lejos. Una simple disfonía[3] puede dejarnos fuera de juego y hacernos pasar un rato de profunda angustia. Si alguna vez te ha pasado, si alguna vez has perdido la voz en el momento en que necesitabas usarla y de forma exigente, sabrás muy bien de qué angustia te hablo. Salir al escenario en según qué condiciones vocales y saber que al otro lado hay gente que espera para oírte cantar es la sensación más angustiosa que jamás he vivido. Te sientes en peligro. Te invade una gran sensación de impotencia. Ves el riesgo que corres pero no hay absolutamente nada que esté en tus manos para evitarlo. Solo te acompaña la certeza de que abrirás la boca y el sonido no saldrá en condiciones o, simplemente, no saldrá. Cuando uno trabaja con la voz y la pierde se siente profundamente desamparado.

La voz no tiene recambio. Sería una gran cosa si dispusiéramos de uno, pero no hay ninguna otra pieza que substituya a una laringe y sus pliegues vocales, al menos manteniendo el sonido natural y la mecánica que utilizas a diario aunque la desconozcas. Los problemas vocales incomodan, asustan, crean incertezas profesionales y paralizan hasta tal punto que en lugar de correr al especialista de la voz, como haríamos si nos apareciera cualquier otro problema de salud, nos limitamos a esperar que pase la tormenta. Y pasa. Pero no nos engañemos. Que pase la dificultad y recuperemos la voz no quiere decir que hayamos eliminado el problema. Hablo, claro está, de los casos en que las disfonías y afonías persisten y aparecen de vez en cuando. En muchas ocasiones me encuentro con personas que hacen la pregunta del millón: «¿Qué puedo tomar?». Esto es lo primero que se pregunta cuando se pierde la voz o se sufre una disfonía. La voz no sabe nada de medicamentos ni de milagros. Querer recuperarla con la rapidez que se va una jaqueca cuando tomamos la pastilla de turno es del todo inútil. No podemos tomar nada porque no hay ningún remedio que actúe milagrosamente para recuperarla de un día para otro. En todo caso, se puede contribuir a su recuperación callando y durmiendo tanto como podamos mientras persistan los síntomas de agotamiento físico y/o vocal. El silencio bien administrado, un descanso de calidad, la rehabilitación vocal y el tiempo son el único tratamiento que verdaderamente funciona. Tan sencillo como esto. Cuando sufrimos un problema muscular acudimos al especialista para conocer el tipo y el alcance de la lesión. No difiere demasiado de lo deberíamos hacer cuando sentimos que nuestra voz no funciona bien. Un problema de voz es un problema de salud y cuando este aparece y persiste es necesario dirigirse a los profesionales médicos especializados en voz, cuya exploración y diagnóstico serán fundamentales para intervenir y tratar el problema de la forma más adecuada.

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