Nina - Con voz propia

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Desde su infancia, música y canto han sido los acompañantes imprescindibles de Nina. Una carrera profesional dedicada al espectáculo. Trabajo, esfuerzo y dedicación durante más de tres décadas se recogen en unas intensas páginas en las que Nina pone en alza la voz como instrumento profesional y protagonista de toda su trayectoria profesional. Desde Operación Triunfo hasta la actualidad, siendo protagonista del musical Mamma Mía! Nina rinde un homenaje a la voz y a los comportamientos que hay que tener para no dañarla y otorgarle la importancia que tiene como valor individual de todo ser humano.Un libro que sin duda será de gran utilidad para los amantes de la música, el teatro y sobre todo de la voz.

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A mi voz le gustaba el jazz. Antes de producirse la aventura madrileña, había empezado a estudiar en el Taller de Música de Jazz. Los estándares de jazz me tenían muy bien acostumbrada a acampar la voz allá donde le apetecía. Las clases de clásico eran como una especie de ahogo, un castigo vocal, una represión a los sonidos que en nombre de una estética no estaba permitido emitir. Aquello era demasiado rígido y yo demasiado rebelde. Ni yo tuve la inteligencia para entender en qué consistía aquel trabajo y la paciencia para ir descubriéndolo, ni aquella buena mujer me lo supo explicar. Tampoco era su deber. O quizás sí. Un profesor debería ser un canal de transmisión de conocimientos y un guía capaz de proveer al alumno de las herramientas adecuadas para alcanzar los resultados que ambos desean.

La discusión sobre si el canto debe nutrirse o no de la técnica es una cuestión que plantean a menudo tanto alumnos como artistas consagrados. He conocido cantantes que no quieren ni oír hablar de técnicas. Argumentar que les pueden maltratar, no en un sentido físico pero sí estético, la acústica de sus voces y, en consecuencia, su personalidad como cantantes. Pero a mí me parece que es como si Messi evitara someterse a un entrenamiento técnico y sistemático para así mantener intacta su genialidad en el campo los días de partido. En el canto, si alguien es un genio lo será con técnica o sin ella, pero será más eficaz si conoce el instrumento y lo entrena.

Entrenar el aparato vocal para explorar sus posibilidades sonoras y hacer uso del abanico de recursos vocales que ofrece no lleva implícita ninguna transformación irreversible. Ciertamente, del entrenamiento muscular laríngeo y de todo el conjunto de estructuras que posibilitan el sonido se derivarán unas consecuencias acústicas y, fruto de este trabajo, el intérprete dispondrá de más recursos para aplicarlos libremente cuando y donde le convenga. La técnica no es limitadora por naturaleza, más bien al contrario, otorga libertad. El conocimiento es un aliado, no un enemigo; en todo caso hace falta canalizar la información que recibimos hacia el propio interés estético y artístico. Es cierto que en algunos géneros como el canto lírico o el teatro musical, el conocimiento de la técnica y el entrenamiento no solo son recomendables sino que se hacen absolutamente imprescindibles. Fisiológicamente, todo el mundo puede cantar, de la misma manera que todo el mundo puede nadar, correr o patinar. El grado de exigencia y profesionalidad con el que queramos o debamos desarrollar una actividad profesional nos marca cuál tiene que ser el nivel de conocimiento y entrenamiento necesarios para hacerlo con éxito. Dominar la técnica y las habilidades inherentes al oficio no tiene que ser ningún impedimento o limitación, más bien al contrario, nos da la posibilidad de crecer, explorar nuestras capacidades y desplegar todo nuestro potencial. La técnica debe estar al servicio de la voz. Al final, lo importante es pasar la información por el propio cedazo y otorgarle alma y singularidad.

A pesar de este desconocimiento anatómico y funcional sobre mi instrumento, siempre he conocido mi voz. Me he sentido muy cerca de ella. Sé cómo está incluso antes de oírla cada mañana. Hemos hecho un largo camino juntas y hemos aprendido a organizarnos del mejor modo posible. Pero a los veintiún años, por cuestiones orgánicas de la edad y por inexperiencia, uno es incapaz de reconocer el sonido de su voz, son muchas las influencias que recibimos, y no solo musicales. La voz se va enriqueciendo o empobreciendo según los modelos en que se refleja. El criterio sobre el propio sonido llega más tarde. Si llega. Alguna vez he oído decir que la voz guarda cierto paralelismo con el vino y, ciertamente, el tiempo es clave para madurar, desarrollar la personalidad vocal y cierto criterio, no solo hacia la propia voz sino también sobre las voces que nos rodean. Los cambios que habitualmente sufre la voz a causa de los procesos orgánicos que comporta la edad son prácticamente imperceptibles en cantantes entrenados. Es de agradecer que un oficio cuya principal característica es la inestabilidad tenga algún tipo de ventaja ante otros que presentan más seguridad emocional y económica. Los actores y cantantes envejecemos, claro está, pero gracias al entrenamiento podemos llegar a la vejez físicamente y vocalmente más jóvenes de lo que nos tocaría por nuestra edad cronológica. Me gusta pensar que este es el regalo que nos llega a medida que cumplimos años. El instrumento ciertamente mejora con el paso de los años si el propietario se encarga, como y cuando hace falta, de su mantenimiento.

Al abrir el armario del cuarto de coser me tropecé con un sospechoso maletín negro. Hacía meses que nos habíamos independizado, por así decirlo, de los abuelos. Habíamos dejado la casa del abuelo Joan para ir a vivir a un piso cerca del mar. Por lo visto, durante la mudanza nos llevamos una overlock porque en el cuarto del que hablo mi madre todavía cosía algunas bragas por la tarde, al llegar del laboratorio fotográfico donde había empezado a trabajar. Yo nunca más volví a cortar las gomas. Cuando entraba en el cuarto de coser miraba de reojo la overlock con cierto desprecio, como si aquel trozo de hierro pudiera llegar a percibirlo. No sabía qué hacer. Me moría de ganas de abrir aquel maletín y al mismo tiempo sabía que no debía hacerlo. Aunque nadie me pillara, sabía que no estaba bien abrirlo y no tenía que hacerlo. Y punto. Estuve días dándole vueltas al tema. Dudaba si contárselo a mis hermanas. Ganas no me faltaban. Quizás ellas conocían la existencia del maletín. No. No se lo diría. Me moría de vergüenza solo con pensarlo. Lo haría pero no se lo diría a nadie.

Con las penurias que pasaba mi madre para llegar a final de mes, la última cosa que me podía imaginar al abrirlo es que me había comprado un tocadiscos, pagado a letras como se hacía antes, cuando su trabajo le costaba a aquella mujer llegar a final de mes. Que aquel artefacto era de mi propiedad lo supe días después cuando me lo regaló pero al abrir a escondidas la misteriosa maletita negra me quedé bastante indiferente e incluso un poco decepcionada. ¿Un tocadiscos? Pensaba encontrar algo más estrafalario. ¿De quién demonios debía de ser? Evidentemente, nuestro no era. Seguramente mi madre lo había guardado allí por alguna razón que desconocía y que algún día sabría. Pues sí, sí que lo supe. Las noches que siguieron no pegué ojo. La ilusión me lo impedía. Me despertaba cada dos por tres para asegurarme de que el tocadiscos estaba exactamente donde lo había dejado.

aun tiene aguja, y alguna vez he hecho sonar algún disco. Era monofónico aunque eso lo supe años más tarde. Qué sabía yo entonces de si sonaba un canal o sonaban dos. Estereofónico o no, el caso es que aquello sonaba y era mío. Y podía escuchar voces. No dependería nunca más de la radio para escuchar música. Aquel aparato me daba libertad para escoger lo que yo quería oír. Claro que en la radio también podía girar el dial cuando una voz no me gustaba. Pero el tocadiscos era un grado más. Implicaba escoger.

Conscientes o no, desarrollamos un criterio sobre la propia voz y las que nos rodean. En cuestión de voces, tomamos decisiones y escogemos igual que hacemos en muchos aspectos de la vida. Escogemos con plena consciencia, por ejemplo, al girar el dial de la radio cuando no soportamos la voz que oímos o para encontrar aquel programa que nos gusta, no solo por su contenido sino por lo que nos transmite la voz de quien lo conduce. Hay voces que nos enamoran, mientras que otras nos resultan insoportables. Podríamos cambiar perfectamente aquel refrán y decir contra voces no hay disputas. Existe cierto consenso, sin embargo, en que las voces graves y con cuerpo son las más atractivas. De hecho, es conocido el fenómeno de transformación deseada y consciente de aquellas voces femeninas que para reforzar su autoridad han adoptado un timbre de voz más grave, estrategia que, afortunadamente, debe de ir a la baja porque la inteligencia y capacidad femenina para ocuparnos de según qué responsabilidades está más que probada. No nos hace falta ganarnos la confianza de nadie utilizando una fachada acústica que se corresponda con aquello que se espera de nosotras. Graves o agudas, cálidas o estridentes, en materia de gustos vocales no hay absolutamente nada escrito ni válido para todo el mundo.

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