Antonio
¡Enobarbo!
Enobarbo
¿Qué deseas, señor?
Antonio
Debo irme de aquí pronto.
Enobarbo
Mataremos a las mujeres. Ya sabemos lo mortal que es para ellas un desaire. Padecer nuestra ausencia será su muerte.
Antonio
Tengo que irme.
Enobarbo
En caso de necesidad, que se mueran las mujeres.
Sería una pena abandonarlas por nada, pero si hay
una causa importante, que no cuenten. Como tenga la
menor noticia de esto, Cleopatra se nos va en el acto.
Por mucho menos la he visto yo irse veinte veces. Será
porque en ello hay un ardor que la hace amorosa: se va
con mucha rapidez.
Enobarbo es meticuloso al describir el ardiente talento de Cleopatra para fingir sus muertes, un arma decisiva en su arsenal.
Antonio
Es más lista de lo que pensamos.
Enobarbo
¡Ah, no, señor! Sus emociones están hechas de la flor
del amor puro. No podemos llamar vientos y lluvias
a sus suspiros y sus lágrimas: son tempestades y
tormentas mayores que las que anuncia el almanaque.
Eso no es ser lista. Si lo es, ella trae la lluvia igual de
bien que Júpiter.
Antonio
¡Ojalá no la hubiera visto nunca!
Enobarbo
Entonces te habrías quedado sin ver una gran obra
maestra, y sin esta suerte menguaría tu fama de viajero.
El lenguaje es admirable y cómico, y nos dice una vez más que Antonio y Cleopatra no pueden subsumirse en géneros o categorías. El pobre Antonio, embelesado por ella, admira su arte y a la vez es reducido a desear que se termine. La lengua de Enobarbo brilla cuando es un eco de Hamlet:
¡Qué obra maestra es el hombre! ¡Qué noble en su raciocinio! ¡Qué infinito en sus potencias! ¡Qué perfecto y admirable en forma y movimiento! ¡Cuán parecido a un ángel en sus actos y a un dios en su entendimiento!
( Hamlet , acto 2, escena 2)
Cleopatra es una obra maestra que es maravillosa de otra forma: erótica y a la vez, trascendente.
Antonio
Fulvia ha muerto.
Enobarbo
¿Señor?
Antonio
Fulvia ha muerto.
Enobarbo
¿Fulvia?
Antonio
Ha muerto.
Enobarbo
Entonces ofrece a los dioses un sacrificio de gratitud.
Cuando place a sus divinidades quitarle la mujer a
un hombre, nos enseñan quiénes son los sastres de
este mundo. Y en ello está el consuelo de que, cuando
un traje está gastado, los del oficio hacen otro. Si no
hubiera más mujeres que Fulvia, ¡triste asunto! Tu
pesar culmina en la consolación: el camisón viejo
trae la enagua nueva, y en la cebolla hay lágrimas que
bañarán tu dolor.
(acto 1, escena 2)
Esto es fascinante, como si a Enobarbo lo hubiera contagiado el gozoso ingenio de Falstaff, y me hace desear que Shakespeare hubiera agrandado su papel:
Antonio
El asunto que ella ha abierto en el Estado
no soporta más mi ausencia.
Enobarbo
Y el asunto que tú has abierto aquí te necesita, especialmente el de Cleopatra, que exige enteramente tu presencia.
Antonio
Basta de frivolidad. Anuncia mi intención
a mis oficiales. Yo haré saber
a la reina la causa de este apremio,
y me dará licencia de partir.
[ . . . ]
Anuncia a mis oficiales mi deseo
de que partamos en seguida.
Enobarbo
A tus órdenes.
Esta secuencia es esencial para aprehender la renovada subida del dinamismo de Antonio. De pronto es romano y desea hechos, no ilusiones. Sus hercúleos y potentes vientos se elevan y, a fin de corregirse, acepta que le digan sus defectos como arando para arrancarle sus errores y devolverle su sentido del terreno de su gloria.
La rueda de la fortuna y del tiempo que se hunde le avisa a Antonio de que su placer le llevará a la pesadumbre. Enobarbo, el riente cínico, juega con la idea de una mujer que muere al alcanzar su orgasmo. Cleopatra suele fingir la muerte, desmayándose dramáticamente cuando le conviene, de modo que sus muertes implican un aumento de vigor o exuberancia sexual. Enobarbo nos agrada por su abierta franqueza, su lealtad a Antonio y su ingenio escabroso. Pero Antonio vuelve a ser un general político romano y no hace caso a esas respuestas livianas. Su espíritu marcial desborda el límite y él reasume su hercúlea estatura.
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