¿Cómo llamar al mutuo amor de Cleopatra y Antonio? En primer y último lugar, es sexual. Cada uno de estos supremos narcisistas se contempla más radiante a los ojos del otro. Con todo, no son iguales. Antonio se somete incesantemente, pero Cleopatra no se rinde al flujo del tiempo. Shakespeare insinúa que Antonio se afirma en ella buscando apoyo para su alma vacilante. Sin embargo, ni la vitalidad imparablemente floreciente de Cleopatra logra impedir su caída.
Shakespeare era un maestro de la elipsis, de omitir cosas con el fin de despertar nuestra curiosidad por sus orígenes. Salvo en una escena fugaz en la que Antonio maldice la traición de Cleopatra, 2nunca los vemos juntos a solas. Cuando no se acoplan, ¿cómo se relacionan? Cleopatra menciona una ocasión en que hubo intercambio de género. Ella lo vistió con su ropa y se puso su armadura para empuñar su espada favorita, Filipos, con la que él derrotó a Casio y Bruto.
Es difícil visualizar la mutua soledad de estas dos fieras individualidades. Dependen de la admiración de sus seguidores. En ellos Shakespeare inventó una nueva clase de ser carismático en la que la adulación hace posible la dicha de la supremacía.
Capítulo 3
Desborda el límite
Antonio y Cleopatra empieza con Filón, uno de los oficiales de Antonio, que se queja a otro del insensato enamoramiento de su jefe:
Sí, pero este loco amor de nuestro general
desborda el límite. Esos ojos risueños,
que sobre filas guerreras llameaban
como Marte acorazado, dirigen
el servicio y devoción de su mirar
hacia una tez morena. Su aguerrido pecho,
que en la furia del combate reventaba
las hebillas de su cota, reniega de su temple
y es ahora el fuelle y abanico
que enfría los ardores de una egipcia.
Clarines. Entran Antonio, Cleopatra con sus damas, el séquito y eunucos abanicándola .
Mira, ahí vienen. Presta atención y verás
al tercer pilar del mundo transformado
en juguete de una golfa. Fíjate bien.
(acto 1, escena 1)
Todo en esta gran obra «desborda el límite». Sube el Nilo, inunda sus orillas, trae abundancia a la tierra egipcia. Las gigantescas personalidades de Antonio y Cleopatra rompen todos los límites:
Cleopatra
Si de veras es amor, dime cuánto.
Antonio
Mezquino es el amor que se calcula.
Cleopatra
Mediré la distancia de tu amor.
Antonio
Entonces busca cielo nuevo y tierra nueva.
Coqueteando, Cleopatra provoca a Antonio amenazándolo con fijar una frontera a su pasión. En el tono del Apocalipsis, Antonio se jacta de que la encantadora a la que llama «mi serpiente del Nilo» tendrá que descubrir un nuevo cielo y una nueva tierra. Negándose a atender a los emisarios de Roma, exclama:
¡Disuélvase Roma en el Tíber y caiga
el ancho arco del imperio! Mi sitio es éste.
Los reinos son barro, y la tierra con su estiércol
mantiene a bestias y a hombres. Lo grandioso
de la vida es hacer esto, cuando una pareja
tan unida puede hacerlo. Por lo cual,
¡bajo castigo reconozca el mundo entero
que somos inigualables!
Podríamos llamar a esto la epifanía de su pasión y de su orgullo. Antonio lo dice y no lo dice en serio. Él ambiciona Roma y Egipto. Quiere el mundo entero. La grandeza de su historia culmina en el fiero abrazo con Cleopatra. Explícitamente, celebra la fusión sexual de sí mismo como Hércules y de Cleopatra como Isis. Ambos forman una pareja inigualable sobre la cual el mundo debe emitir veredicto de unicidad.
El orgullo por su proeza compartida –política, militar, erótica– es uno de los grandes ingredientes de su gloria. Este orgullo es semejante al gozo de Falstaff en su lenguaje y a la confianza de Hamlet en el alcance de su consciencia.
Podría decirse que el mundo es la tercera mayor personalidad de Antonio y Cleopatra . Octavio César, el futuro Augusto y primer emperador, palidece en presencia de Cleopatra, su Antonio y el ancho mundo. Octavio destruirá a Cleopatra y a Antonio y se convertirá en el señor universal que imponga una paz romana. Y sin embargo, tanto él como el mundo se convierten en público de los amantes imperiales que acaparan la escena y se la apropian.
Cleopatra
¡Admirable engaño!
¿Se ha casado con Fulvia y no la quiere?
No soy la boba que parezco, y Antonio
no va a cambiar.
Antonio
...si no lo excita Cleopatra.
Por amor del Amor y sus tiernas horas,
no perdamos el tiempo con disputas.
Que no corra un minuto más de vida
sin algún placer. ¿Qué diversión hay esta noche?
Cleopatra
Atiende a los embajadores.
Antonio
¡Quita allá, discutidora!
A ti todo te cuadra: reñir, reír,
llorar; en ti toda emoción
pugna por hacerse bella y admirada.
¡Nada de mensajeros! Los dos solos
pasearemos esta noche por las calles
observando a las gentes. ¡Vamos, reina mía!
Anoche lo deseabas. [ Al mensajero ] ¡No me hables!
Burlándose de su amante, Cleopatra le recuerda su agresiva esposa, a la que él no quiere. Se encoge de hombros y dice que prefiere creerle cuando él sólo habla de placeres, aunque ella sabe lo que hay. La insensata respuesta de Antonio depende de la rica palabra «excita», en la que se combinan la excitación sexual, la locura y el estímulo para las nobles hazañas. «A ti todo te cuadra: reñir, reír, / llorar». Cuadrarle todo esto suena como si se nos recordase el flujo y reflujo de Cleopatra, como su Nilo. Antonio opta por la prolongación de los placeres, incitado por presagios de un final próximo. Hábilmente, Cleopatra evita a Antonio y le exige que escuche a los embajadores.
Hay aquí una huida hacia la brillante destrucción cuando Antonio admira la pasión de su Isis. Inconscientemente, habla como Osiris, ciego a su propia dispersión y hechizado por una diosa cuyas lágrimas y risas realzan su belleza por igual.
Flujo y reflujo, el ritmo del río del tiempo, pronto hacen que el romano Antonio oiga la resonancia de lo opuesto:
Enobarbo
¡Chss...! Aquí viene Antonio.
[ Entra Cleopatra .]
Carmia
Él no, la reina.
Cleopatra
¿Habéis visto a mi señor?
Enobarbo
No, señora.
Cleopatra
¿No estaba aquí?
Carmia
No, señora.
Cleopatra
Estaba de ánimo alegre, y de pronto
le da por pensar en Roma. ¡Enobarbo!
(acto 1, escena 2)
Cleopatra intuye sagazmente que «pensar en Roma» alejará de ella a Antonio. La política y la pasión se funden al darse cuenta de ello.
Enobarbo
¿Señora?
Cleopatra
¡Búscalo y tráelo aquí! ¿Dónde está Alexas?
Alexas
Aquí, a tu servicio. –Ahí llega mi señor.
Cleopatra
No quiero verlo. Venid conmigo.
Su desdén es tan auténtico como táctico y nos recuerda que, mientras ella representa continuamente su propio papel, es consciente de los límites de su histrionismo. Los mensajeros informan de que la mujer de Antonio, Fulvia, y su hermano Lucio fueron derrotados por Octavio. Las malas noticias se multiplican. Los de Partia han atravesado las líneas romanas. Fulvia ha muerto. Antonio, que no la quería, la alaba como una gran alma «que nos deja». Una nueva percepción le avisa de que debe romper sus cadenas egipcias y abandonar a la «reina hechicera»:
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