El estudio del concepto de Dios, según se propone en este libro, no se da en el vacío. Se basa principalmente en la ponderación sobria y crítica de los textos canónicos del Antiguo Testamento.1 Nuestra finalidad es evaluar sosegadamente los escritos bíblicos para enfatizar y explicar las peculiaridades teológicas y desafíos espirituales que pueden arrojar luz sobre la naturaleza divina.
Nos interesa comprender, específicamente, las acciones del Dios que se revela a Moisés con nombre propio, que posteriormente interviene de forma liberadora en la historia del pueblo de Israel y que, finalmente, se manifiesta de manera extraordinaria en la vida y muerte de Jesús y en la resurrección de Cristo. Deseamos explicar y aplicar la afirmación que le brinda fuerza e identidad a la teología del Antiguo Testamento: la soberanía de Dios,2 pues esa característica divina es el trasfondo del importante tema expuesto y afirmado por los profetas y Jesús de Nazaret, el reino de Dios.
Los documentos básicos que estudiaremos en este trabajo de teología bíblica se incluyen en el Antiguo Testamento. Usaremos el canon de la Biblia hebrea,3 que se puede dividir en tres secciones básicas y fundamentales. Seguimos el texto hebreo pues, además de ser el más antiguo, fue la Biblia que utilizó Jesús de Nazaret en su ministerio educativo y profético.
La primera gran sección se conoce como la «Torá», que en su sentido amplio se entiende como ley, aunque desde una perspectiva más estricta significa «instrucción». Incluye los primeros cinco libros de la Biblia, es decir, el Pentateuco: Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio.
La segunda sección, a la cual nos referimos como «Profetas», comprende libros narrativos (desde Josué hasta 2 Reyes, conocidos como profetas anteriores) y también proféticos (Isaías, Jeremías, Ezequiel y los Doce, conocidos como profetas posteriores). Los llamados Doce, en las comunidades cristianas, se identifican como los doce profetas menores, que esencialmente son una especie de exégesis e interpretación histórica y teológica de la Torá.
Finalmente, la tercera sección bíblica es conocida con el título genérico de «Escritos», e incorpora materiales literarios y teológicos, en poesía y prosa, muy diversos, entre los que se encuentran: Salmos, Proverbios, Job, los cinco «Rollos» (Ester, Cantares, Rut, Lamentaciones y Eclesiastés), el apocalíptico Libro de Daniel y la doble interpretación teológica de la historia de Israel, Esdras–Nehemías y las Crónicas.4
La comunidad judía de la diáspora, particularmente la que vivía en Egipto, incorporó en su literatura religiosa una serie de libros y adiciones a los libros canónicos que no se incluyen en la Biblia hebrea. Esos escritos, redactados en griego y conocidos como apócrifos (de acuerdo con las comunidades protestantes y evangélicas), o deuterocanónicos (para las iglesias católica u ortodoxa), posteriormente se les reconoció autoridad y se incorporaron en la traducción bíblica conocida como la Vulgata Latina, que en el año 1546, y por decisión del Concilio de Trento, fue reconocida como la versión oficial de las comunidades de fe católicas.5
En torno a esos libros apócrifos, Martín Lutero indicó, en un interesante apéndice teológico de su traducción de la Biblia al alemán que, «aunque eran provechosos y útiles, no eran del mismo nivel del resto de la Biblia hebrea».6 De esa forma, desde muy temprano en la historia de la Reforma Protestante, la literatura apócrifa o deuterocanónica generalmente no se incluye en las Biblias editadas para las iglesias evangélicas.
La redacción del Antiguo Testamento es el resultado de un proceso histórico y teológico extenso e intenso que tomó alrededor de mil años en completarse. Desde las primeras expresiones poéticas orales hasta la redacción de la literatura narrativa, profética y de sabiduría, el Antiguo Testamento recoge en sus páginas un largo proceso de formación espiritual, religiosa, social y política que tiene sus comienzos históricos en antiguas comunidades nómadas.
Prosigue con la ubicación del pueblo de Israel en las tierras de Canaán, continúa con el estado monárquico, permanece durante el período exílico y revive en el retorno del pueblo de la diáspora a Jerusalén.7 Un estudio sobrio de la teología que se encuentra en esos documentos no puede ignorar las dinámicas sociales, políticas y religiosas que se manifiestan en esos escritos. De particular importancia es el hecho de que se revela desde muy temprano en la historia: el Dios bíblico desea establecer un pacto o alianza con su pueblo. Y esa singular afirmación teológica, pedagógica y política ubica al Señor de la Escritura en un nivel diferente al resto de divinidades del Oriente Medio. Es un Dios que no solo tiene capacidad de intervención en la historia, sino que también posee el firme compromiso de establecer relaciones estables y transformadoras con su pueblo.
La teología del Antiguo Testamento puede describirse como el resultado de un largo proceso de estudio riguroso y de presentación sistemática de las ideas y conceptos sobre Dios que se incluyen en la primera sección de las Biblias cristianas. Esas ideas y conceptos le dan cohesión y unidad a todo el Antiguo Testamento; además, sirven de base para la comprensión de la divinidad que manifiesta su nombre a Moisés y que luego en la historia es reconocido como «el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo».
Aunque es una disciplina científica relativamente reciente, en sus reflexiones internas se incluyen esfuerzos teológicos de importancia. En efecto, la realidad de la teología del Antiguo Testamento es más antigua que su nombre propio.8 Antes que se pensara, dialogara o analizara el tema de la teología bíblica, los conceptos básicos referentes a Dios se manifestaban con propiedad y liberad en las páginas de la Biblia hebrea.
El estudio de los conceptos que se relacionan con Dios en la Biblia son de importancia capital para pastores y pastoras, estudiantes de teología en seminarios e institutos bíblicos y personas laicas interesadas en crecer espiritualmente y desarrollarse en la fe. En primer lugar, el presupuesto teológico y metodológico más importante para entender la Biblia, específicamente para comprender el Antiguo Testamento, es la existencia de Dios, que no se pone en duda en las narraciones bíblicas y que se presupone y presenta claramente desde los comienzos mismos del Libro de Génesis (Gn. 1:1). Es importante notar, además, que el protagonista indiscutible de las narraciones de liberación y de las acciones salvadoras hacia el pueblo de Israel es Dios. El personaje fundamental, que se reveló a los padres y a las madres de Israel, y que en momentos de crisis nacional intervino en la historia de manera redentora, no es otro sino Dios, el Señor creador de los cielos y de la tierra.
En torno a ese Dios redentor y liberador se predican sermones y se presentan estudios bíblicos contextuales. Y en ese espíritu docente es labor de los pastores y las pastoras, los maestros y las maestras y también de los teólogos y las teólogas de la iglesia, exponer con efectividad, gracia, orientación, sabiduría y dedicación las Sagradas Escrituras. El objetivo es que los creyentes, las congregaciones y la sociedad en general no solo entiendan el mensaje bíblico, sino que también tengan el deseo, la capacidad y el compromiso de aplicar sus enseñanzas a la vida diaria.
Luego de veinte años de haber publicado algunas ideas en torno al Señor de la Escritura por primera vez, reviso esos temas a la luz de nuestras nuevas investigaciones y reflexiones. Retomo el concepto, pues el siglo veintiuno requiere que tengamos una conciencia clara de la naturaleza divina. Además, las iglesias necesitan recursos noveles para comprender y predicar la naturaleza del Dios eterno; los predicadores y las predicadoras anhelan tener libros que les den nuevos recursos teológicos, homiléticos y pastorales; y las nuevas generaciones demandan explicaciones inteligentes a las preguntas básicas y fundamentales de la vida.
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