Ya fuese por la decepción que vio reflejada en el rostro del joven Pivot o por un indefinible sentimiento de compasión hacia aquel muchacho, el director le ofreció colaborar en una sección de ocio, agenda cultural y pasatiempos que el periódico publicaba en su penúltima página. No imaginaba Bernard Pivot que aquella oferta, que él aceptó más por mantener un vínculo con el periódico y trabajar en el entorno de aquellos profesionales a los que tanto admiraba, iba a ser el comienzo de una de las más brillantes carreras que ha conocido el periodismo cultural.
Cuento esta anécdota porque el tratamiento de la información cultural en los medios de comunicación no ha avanzado mucho desde aquellos años de mediados del siglo pasado. En efecto, también hoy día los directores de los periódicos y los responsables de los servicios informativos de los programas de radio y televisión suelen destinar a las secciones de cultura a aquellos periodistas primerizos, recién salidos de las facultades de Comunicación, o a aquellos profesionales considerados menos intrépidos, para que cubran la información cultural, una información supuestamente exenta de responsabilidad y para la que parecería que los errores y el desconocimiento de la materia no suponen un serio inconveniente. El resultado es que, salvo en ciertos medios en los que la presencia de la cultura supone un prestigio añadido, la sección que se ocupa de la información cultural tiene en general un nivel ciertamente mejorable, por no hacer una descalificación más rigurosa.
No hace muchos años el concepto de periodismo cultural estaba ausente de nuestros medios de comunicación. Las informaciones relacionadas con la cultura se cubrían por periodistas de otras materias a los que en algún momento alguien les encargaba que, además, se ocuparan de algún evento relacionado con la cultura. Así, las informaciones culturales no tenían secciones propias en los medios de comunicación ni los periódicos publicaban páginas especiales bajo el epígrafe de Cultura: con frecuencia, la información cultural se mezclaba con la de sociedad y a veces incluso se descubría entre las noticias de crímenes y sucesos. Actualmente el periodismo cultural es una categoría respetada y valorada y la información cultural goza de un estatus ciertamente prestigioso.
Para hacernos una idea más aproximada de lo que es el periodismo cultural creo que sería conveniente una aproximación previa a lo que se entiende por cultura. La idea más extendida es la de que la cultura es el fruto de la ilustración que da la formación, sobre todo en los estudios, y el contacto con la creación en todos sus ámbitos, y esa es la cultura de la que se ocupan preferentemente los medios de comunicación, aunque hay otro tipo de cultura que es deudora más de la experiencia que de la formación académica. Es a la que se refería don José Ortega y Gassett cuando, después de haber llevado a cabo en un trabajo de campo decenas de entrevistas a campesinos de las zonas más deprimidas del medio rural español, en los años 30 del siglo XX, comentó a uno de sus interlocutores: ¡Qué cultos son estos analfabetos!
En los años 50 del siglo pasado, aproximadamente cuando Bernard Pivot fue a pedir trabajo en L’Equipe, los sociólogos Clyden Kluckhohn y Alfred Kroeber ya habían recopilado más de 160 definiciones distintas de la palabra cultura, y en los sesenta, Georges Blandier contó hasta 250. Actualmente, quien se dedicara a reunir nuevas definiciones superaría con creces estas cifras. Esto puede dar una idea de la complejidad de un término que admite interpretaciones sociales, económicas, antropológicas, semióticas, religiosas, etc., y que además evoluciona con la historia y por lo tanto está sometido a interpretaciones también cambiantes. El concepto de lo que es cultura se va haciendo más difícil a medida que lo asociamos con sociedades más complejas, por lo que no es conveniente analizarlo de forma aislada y sí aplicarlo a un momento histórico preciso. De todas las definiciones posibles, hay una del filósofo Jurgen Habermas (el mejor representante de la última generación de la Escuela de Frankfurt), quien dice que la cultura es el caudal de saberes que adquieren las personas para tener un mejor conocimiento del mundo. En la actualidad los medios de comunicación serían mediadores culturales, cauces para hacer llegar esos saberes a los ciudadanos y añadir al concepto de información el concepto de conocimiento. El periodismo cultural trata de canalizar la información que se genera en torno al mundo de la cultura, darle un tratamiento homogéneo como especialidad diferenciada y difundir esa información con el fin de que llegue a los consumidores habituales de otro tipo de noticias. Para ello se establecen unas pautas de producción diferenciadas y se utilizan unos mecanismos narrativos propios de esta amplia y heterogénea especialidad informativa.
La división clásica de la cultura en cultura de élite, cultura de masas y cultura popular ha encontrado en la sociedad actual una dificultad para su estricta definición. El concepto de cultura de masas y sobre todo el de cultura popular lleva implícito de manera sutil la idea de que su calidad no está a la altura o al nivel de la cultura de élite, la denominada alta cultura, de aquellos productos culturales consumidos por las élites adiestradas en el gusto refinado de las clases sociales superiores, pues de esto se trata cuando se habla de alta y baja cultura (o del gusto íntimo y gusto popular, como las denomina Pierre Bourdieu), división en la que no es baladí la influencia de poderes como el económico o el religioso a lo largo de la historia. Los partidarios de desmontar esta tesis recuerdan que los dramas de Shakespeare y las comedias de Lope de Vega fueron creados para el consumo masivo, que Dostoievski y Víctor Hugo escribieron sus grandes obras en formatos por entregas o que la ópera nació como un espectáculo popular. Recuerda Tzvetan Todorov en su obra El miedo a los bárbaros que en la Francia del siglo XVIII condenaban las obras de Shakespeare por considerarlas excesivamente burdas, ya que la cultura francesa de la época exigía separar los estilos elevado y vulgar, que el dramaturgo inglés mezclaba. ¿Sabían ustedes que, en su estreno en 1824, la Novena Sinfonía de Beethoven fue considerada por la crítica más culta como «una obra escrita para cerebros que por educación y por costumbre no consiguen pensar en otra cosa que no sean los trajes, la moda, el chismorreo, la lectura de novelas y la disipación moral, a los que les cuesta un gran esfuerzo sentir los placeres más elaborados de la ciencia y del arte»? La revolución que supuso esta sinfonía en la evolución de la música no fue apreciada en su dimensión innovadora por sus contemporáneos, quienes, obsérvese, tampoco consideraban edificante la lectura de novelas. Cuando Tchaikovsky estrenó el Concierto para violín y orquesta, el crítico más célebre de la época, Eduard Hanslick, dijo que era «música hedionda y de salvaje nihilismo». Por su parte, La consagración de la primavera, de Stravinsky, fue demolida por la crítica y pateada por el público durante su estreno en París en 1913. En su momento, la pintura realista, con escenas de mercados, faisanes y personajes oscuros, desplazó las Anunciaciones y los motivos religiosos y mitológicos como temas centrales del arte, lo que desató las críticas de los guardianes de la pureza cultural. En otros ámbitos, la primera crítica que el New York Times dedicó a un disco de The Beatles no apareció hasta 1967, cuando el grupo publicó Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band. Richard Goldstein, el crítico de pop del periódico, hizo una descalificación contundente del álbum. Por el contrario ¿sabían que el cine, hoy el gran espectáculo de masas, fue en sus orígenes concebido para la aristocracia y la alta burguesía de la época, a juzgar por los elevados precios de las entradas a las primeras proyecciones de los Hermanos Lumière y a que su vitrina social en París se instaló en un bulevar céntrico de la capital, y en Madrid en el elegante Hotel Rusia, a donde acudió la familia real para ver el nuevo espectáculo? Lo dice el investigador y catedrático de Historia del cine Román Gubern en un artículo titulado “Del palacio al televisor, pasando por el minicine” (Revista de Occidente Nº 290-29)1.
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