Carmen Orellana - Ante el silencio y la oscuridad

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Este libro es un homenaje a aquellas personas avanzadas a su época, que se unieron y conformaron un precioso proyecto de renovación pedagógica en España, que la guerra civil defenestró.Jacobo Orellana Garrido, protagonista de este relato, contribuyó de manera destacada a tal empresa. Con su trabajo y sacrificio, luchó para que este país pudiera salir del analfabetismo en el que se encontraba más de la mitad de su población.Trajo de Europa los métodos más innovadores para la educación de sordomudos y sordociegos. Una apasionante vida entre guerras (vivió tres), una vida de compromiso ante el silencio y la oscuridad, el silencio de los sordos y la oscuridad de los ciegos, una vida de sacrificio y valor, ayudando a los que habían silenciado y luchando contra aquellos que habían llenado el mundo de oscuridad. Una historia que merecía la pena ser contada. «La educación nos hará libres». Sin ella, lo que llega es el silencio y la oscuridad.

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Él descansará en la paz que merece, y en sus hijos, en sus amigos y en sus discípulos vivirá de continuo su recuerdo, también pacífico, con la suave y honda tristeza de esos atardeceres de los días espléndidos, más tristes porque recuerdan las alegrías de la cercana y ya extinta aurora.

Para los maestros jóvenes, unos engreídos, otros displicentes, modestos y cultos los demás, la memoria de los gloriosos veteranos, como don Jacobo Orellana y Espejo debe ser freno para los unos, para los otros estímulo y para todos, un bello ejemplo insuperable.

Segovia 8 septiembre 1912. B. J. Z.».

Esta necrológica la he transcrito siguiendo la ortografía del original que se utilizaba en la época. La localicé en el blog del sacerdote don José Antonio Espejo Zamora.

«Mi padre me transmitió el sentido del deber, la responsabilidad, la ética y la honestidad. Era un hombre que amaba profundamente su profesión. Sus alumnos lo recordaban con respeto y cariño. Fue como un inmenso roble que sujetaba la estructura familiar y a cuya sombra todos descansábamos. Yo sabía que mi vida tenía que seguir, recordando la herencia recibida y marcando nuevos destinos en mi camino, pero la sensación de soledad que deja la muerte de los padres se apodera de nosotros y nos acompaña toda la vida».

Guerra de

Marruecos (1922)

Cuando llegaba a casa procedente del colegio, siempre desde la puerta empezaba a llamar al abuelo. Allí estaba; le veo con sus gafas y su lupa. Tenía un problema de nacimiento en el ojo derecho, una atrofia que le impedía la visión de ese ojo casi por completo. Para leer se ayudaba de su lupa, que tengo aquí, en mi escritorio. Es uno de sus recuerdos. La miro, sonrío y siento que me acompaña.

«¿No te he contado cuando fui a Marruecos en busca de tu tío Jacobo?... España se encontraba inmersa en la guerra del Rif, también llamada segunda guerra de Marruecos, una guerra que enfrentó a las tribus rifeñas con las autoridades coloniales españolas y francesas entre 1911 y 1927. Fue una larga contienda, con numerosos altibajos, que marcó la historia de España en el primer tercio del siglo XX. En 1921 se inició definitivamente el comienzo del fin del largo conflicto.

Todo empezó cuando el 12 de febrero de 1920 el general Manuel Fernández Silvestre, que había sido jefe del Cuarto Militar del rey y que tenía una hoja de servicios llena de actos heroicos, fue nombrado comandante general de Melilla. En enero de 1921 decidió emprender una ofensiva para tomar la bahía de Alhucemas. Dejándose llevar por su arrojo, que al fin se mostró imprudente, prescindió de los mandos superiores y quiso hacer la guerra por su cuenta, con unas tropas poco preparadas y con problemas de suministros, enfrentadas a las duras tribus rifeñas, acostumbradas a las calamidades y conocedoras de un territorio muchas veces ingrato y siempre duro. Perdieron la vida 10.000 hombres entre oficiales profesionales y soldados de reemplazo. También cayeron heridos o prisioneros otros 10.000 en manos de Abd el-Krim. A punto estuvo de perderse Melilla.

Allí, en medio de esa masacre, se encontraba Jacobo, tu tío. En su servicio militar le había tocado Marruecos y se vio obligado a quedarse. Contaba veintitrés años de edad. Las noticias que llegaban a la Península eran muy alarmantes y algo me dijo que debía tomar rápidamente cartas en el asunto. No sabíamos si estaba vivo o muerto porque hacía mes y medio que no recibíamos noticias suyas. Después de debatir sobre la mejor solución con tu abuela, decidí que debía desplazarme a Marruecos; parecía lo más cabal. Estaba en periodo vacacional, así que empecé a mover contactos con amistades; acababa de hacerme socio del Ateneo y conseguí a través de un amigo una carta de recomendación para el Alto Comisario. Imposible iniciar este viaje sin unas credenciales. Viajé hasta Algeciras y allí embarqué en un carguero que admitía pasajeros.

Gracias a las gestiones del Alto Comisario logré averiguar que Jacobo se encontraba en un hospital en Tánger. Por fin pude encontrarlo; se hallaba en unas condiciones deplorables. Tenía sarna y una afección intestinal que le hubiera costado la vida. Apenas podía andar. Conseguí sacarlo del hospital por la noche a base de sobornar al enfermero de guardia y lo llevé a un hotel donde las condiciones higiénicas dejaban mucho que desear, con camastros que no invitaban a acostarse. Quité los colchones y, como era verano, coloqué las sábanas —que aparentemente estaban limpias— encima del somier. Quería evitar como fuera las picaduras de pulgas y chinches. Era un lugar que nos aseguraba la clandestinidad que precisábamos. Allí nos hospedamos hasta la noche siguiente. Nos trasladamos en una carreta hasta el lugar donde íbamos a embarcar. Era principios de agosto de 1922. Nos llevó un día entero.

Viajaba lleno de tensión, preocupado por su extrema debilidad. Al día siguiente conseguí que un pescador accediera a cruzar el estrecho de Gibraltar gracias a una buena cantidad de dinero. Por fin llegamos a España tras una travesía en la que nos acompañó la suerte. Había luna llena, que nos iluminó el camino; sin embargo, se me hizo larguísimo. Siempre le tuve mucho respeto al mar y viajar de noche impresiona muchísimo. Una barca rodeada de agua oscura y profunda. Parecía que el pescador era un hombre seguro y experto, pero yo me sentía totalmente desprotegido, se me entumecían las piernas y no me podía mover. Tu tío apenas se enteraba de lo que estaba sucediendo.

En Cádiz alquilé un piso. Jacobo estaba en tan malas condiciones físicas que no podía emprender un viaje de retorno a Madrid. Un médico le visitaba todos los días y le dio un tratamiento que logró que poco a poco pudiera recuperarse. No figuró como prófugo porque eran tantos los cadáveres sin identificar y los prisioneros, unido al desastre de organización, que al poco tiempo pudimos regresar a la capital sin problemas.

A tu abuela le envié un telegrama desde Tánger cuando encontré a Jacobo y otro nada más instalarnos en Cádiz. Luego ya empecé a escribirle, poniéndola al corriente de nuestro día a día. Así transcurrieron mis vacaciones de aquel año.

Tu tío había estudiado Bellas Artes. La guerra de Marruecos interrumpió sus aspiraciones a continuar en la universidad. Una vez recuperado de los horrores y sufrimientos pasados, preparó unas oposiciones para funcionario de correos e inició su trabajo con veinticinco años de edad.

Eugenio, tu padre, padeció desde pequeño bronquitis asmática, que le impedía llevar los estudios con normalidad. Fue el único que no estudió una carrera universitaria porque pasaba temporadas en un sanatorio de Granada. Este hecho le liberó de hacer el servicio militar. Cuando acabó el bachillerato en el Liceo Francés preparó oposiciones como funcionario de telégrafos y ya estaba trabajando cuando Jacobo y yo regresamos de Marruecos».

Recuerdos de la posguerra en Bruselas (1944)

Yo estaba atenta a su relato, sin pestañear. Me parecía el héroe de una historia de aventuras. Presumía de abuelo con mis amigas.

Después de comer regresaba al colegio. Mi hermana Feli trabajaba en las oficinas de un taller de confección de trajes de caballero; su relación con el abuelo era escasa debido a su horario, que en aquella época era de 48 horas semanales. Además, tenía novio. Estaba plenamente integrada en otras historias.

Por la tarde hacía mis deberes y deseaba acabar rápidamente para poder volver a charlar con él. Estaba a mi lado, entretenido en sus lecturas.

«La Segunda Guerra Mundial fue terriblemente devastadora; hubo una población en Bélgica que fue bombardeada por los alemanes y nadie sobrevivió, solo un niño que había ido a visitar a sus abuelos y no se encontraba allí. Utilizaron las mismas bombas incendiarias que en Guernica. En realidad, fue precisamente en Guernica donde experimentaron para poder luego arrasar también Londres y muchas otras ciudades.

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