Javier Cotelo Villarreal - Al volante de un santo

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San Josemaría preparó la expansión del Opus Dei por toda Europa visitando a los obispos y llenando las carreteras «de avemarías y de canciones», como solía decir. Esos viajes, como tantos otros que realizó para visitar y alentar a los que comenzaban en esos países, o para descansar unos días durante el verano, solía realizarlos en coche.
El autor, arquitecto, fotógrafo y en estas ocasiones también conductor, pudo acompañarlo durante más de dos décadas. Relata ahora sus recuerdos, hasta ahora inéditos, que ponen de manifiesto la dimensión más afectuosa y familiar del fundador del Opus Dei.

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UN PERAL DA MÁS DE UNA PERA

EL CRECIMIENTO DE LA LABOR apostólica de la Obra en los años 50 fue - фото 11

EL CRECIMIENTO DE LA LABOR apostólica de la Obra en los años 50 fue impresionante. Cuando pedí la admisión éramos unos pocos miles. Siete años después, el Señor había enviado muchos miles de vocaciones. Pues bien, cuando estuvo san Josemaría en Madrid, Zaragoza y Pamplona en octubre de 1960, nos sorprendió diciendo que era ridículo que un peral diese una sola pera; que no podíamos dormirnos en los laureles… Dios nos estaba pidiendo que hiciéramos mucho más. Con la simpatía que derrochaba, nos exigía y nos despertaba para que no nos contentásemos con lo que se había hecho hasta entonces.

Estuve en la basílica de San Miguel cuando celebró allí la Santa Misa. Estaba abarrotada de gente. Muchos de la Obra nunca le habían visto. En la homilía recordó que en esa misma iglesia había celebrado Misa por primera vez en Madrid, en 1927.

En la Universidad de Zaragoza, recibió el doctorado honoris causa por la facultad de Filosofía y Letras. En su discurso recordó con cariño sus estudios en aquella Universidad, con insignes profesores.

En Pamplona, participó en el acto oficial de erección del Estudio General de Navarra en Universidad, así como en la colocación de la primera piedra del campus. Recuerdo que fui allí en un Volkswagen, con un grupo de personas del Centro de Serrano. Miles, también nosotros, fueron acogidos por familias de Pamplona en sus hogares, pues había una gran dificultad de alojamiento.

El 26 de octubre, san Josemaría celebró la Santa Misa en la catedral, donde no cabía un alma. Durante la homilía, que fue memorable, habló del Opus Dei con una claridad y una fuerza impresionantes. Al terminar, quiso saludar a cada uno de los asistentes en el claustro gótico anejo a la catedral. Me tocó en suerte ser uno de los encargados del orden. Pasaban de uno en uno a saludarle, formando una fila muy larga. Al cabo de un rato encontré a mi gemelo entre los que ya habían pasado. No había querido hacerse notar. «Pero ¿cómo no le has dicho que eres mi hermano?», le pregunté. Aunque pasó vergüenza, yo, con la autoridad que me daba el brazalete de encargado del orden, le puse de nuevo en la cola, y cuando le llegó el turno se lo presenté a san Josemaría, que lo abrazó y le dijo unas palabras llenas de cariño que nunca olvidaría.

El fundador del Opus Dei no era partidario de celebrar las primeras piedras, sino las últimas. Sin embargo, en este caso no tuvo más remedio que ceder. Habían acudido al acto Mons. Ildebrando Antoniutti, nuncio de Su Santidad en España, junto con otros obispos, ministros, autoridades locales y catedráticos de universidad: se iban reuniendo allí muchas personas importantes vistiendo sus mejores galas y chapoteando en el barro, bajo una lluvia persistente, sobre el terreno de lo que sería en el futuro el campus universitario. La primera piedra quedó colocada en el cruce entre la carretera que sigue el curso del río Sadar y la que venía de la Clínica Universitaria. Años después, cuando se urbanizó la zona como parque, esa primera piedra se llevó al Edificio Central de la universidad, y allí se conserva como recuerdo.

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