—¡Aileen! Ya he terminado.
Vi su mano enguantada sobre mi brazo, y luego mi propia mano, en la que había una copa de vino que no recordaba haber cogido. Di un paso hacia atrás, pero no pude escuchar el sonido de mis botas por encima del bullicio de la recepción, como era lógico. Parpadeé rápidamente, intentando despejar mi mente, y miré a mi alrededor.
—¿Qué le habéis echado? —le pregunté al fin a Sara, mientras alzaba la copa para olerla.
—¿Qué? ¿Por qué? ¿Está picado? —me preguntó ella, quitándomela de las manos para probar el vino.
—No. No sé, ha sido rarísimo, no sé qué ha pasado…
Me giré hacia el hombre al que había seguido por el salón y descubrí que estaba en el mismo sitio, de espaldas a mí.
—Igual ha sido él. Algún tipo de hechizo. ¿Quién…?
En ese momento, el desconocido se giró, echando un vistazo a su alrededor. Cuando sus fríos ojos azules se encontraron con los míos se detuvieron un par de segundos que se me hicieron eternos. Luego parpadeó, me miró de arriba abajo y se volvió con el ceño fruncido hacia sus acompañantes.
Alcé las cejas, exagerando mi incredulidad.
—¿Quién es ese idiota? —le pregunté a Sara en un susurro.
—Luther Moore. Acaba de instalarse.
—¿Moore? ¿De los Moore de Luan? —pregunté mirándolo yo también de arriba abajo.
Llevaba un elegante traje con casaca larga y chaleco de raso, y estaba rodeado de otros norteños. Se volvió para hablar con uno de ellos y pude observar mejor su cara, fijándome en su nariz recta y su mandíbula marcada. Llevaba el pelo rubio con los laterales rapados y el resto, peinado hacia atrás, por supuesto.
Sara carraspeó y miró a nuestro alrededor, aunque nadie nos podía oír por encima de las conversaciones ajenas.
—Lo expulsaron cuando la guerra —me contó en voz baja—. Ha sido uno de los primeros perdones del Consejo.
Lo observé de nuevo por el rabillo del ojo, esa vez con más desprecio. Aparentaba unos treinta años, así que debía tener menos de veinte cuando ocurrió la Guerra de las Dos Noches. Tal vez por eso solo lo habían expulsado de la corte y no lo habían mandado al exilio. O tal vez había sido por ser un Moore, una de las familias más ricas de Ovette.
—Pues que le aproveche. Vamos a buscar a Liam.
Encontramos a mi primo con Claudia y algunos de sus amigos del Subcomité Político. Estaban discutiendo sobre los perdones, como muchos de los asistentes a la recepción, cada uno con una copa en la mano.
—Aileen, por favor, apóyame —me pidió en cuanto nos vio acercarnos.
Resoplé. Habíamos tenido ya esa conversación varias veces desde nuestro regreso.
—¿En qué parte de la discusión estáis? ¿Habéis llegado ya a la parte en que miles de personas murieron en una sola noche…?
—¿… sin poder defenderse ni rendirse? —dijeron Ethan y Noah a la vez que yo completaba la frase.
—Pues no entiendo qué otro argumento necesitáis.
—Si vais a decir lo mismo una y otra vez, yo necesito más vino —anunció Sara alejándose.
—Da igual que lo repitáis mil veces, habrán pasado quince años de todas formas —dijo Noah.
Ethan asintió, pero no añadió nada más.
—¿Y esa gente está menos muerta que hace quince años? —protestó Claudia.
—¡La gente a la que se ha perdonado ni siquiera estaba allí! Además, la mayoría no va a volver a la corte ahora, han rehecho sus vidas fuera y no tienen ningún interés político después de tanto tiempo.
—Claro, porque los perdones no han sido para nada por interés político —insistió Claudia.
—Bueno, es que ya es hora de que haya un poco más de equilibrio —contestó Noah.
Suspiré con fuerza y me llevé la copa a los labios, pero el vino se había calentado hacía rato. De repente, se me habían ido las ganas de volver a repetir por enésima vez la misma discusión sobre cómo el norte debía recuperar algo de poder y cómo el sur había aprovechado lo sucedido hacía quince años para imponer sus creencias… Me sentía incómoda e intranquila, así que me disculpé y me fui a buscar a Sara, que estaba junto a una de las mesas con bebidas.
—No entiendo por qué no podéis servir cerveza —me quejé.
Dudé un momento con la copa en la mano, pero, al final, preferí enfriar el vino con un gesto de mis dedos en vez de coger una nueva copa. Sara fingió no darse cuenta de que había usado magia para algo tan cotidiano y observó por encima de su hombro a los demás.
—¿No se cansan?
Le di un largo trago al vino y resoplé.
—No. Y ahora con Claudia no hay forma de dar por terminada la conversación, parece que siempre tiene algo que añadir.
Sara me miró un instante, mordiéndose el labio inferior.
—Me recuerda a alguien —dejó caer al final.
Me llevé una mano al pecho, dramática.
—Yo nunca he sido así.
—Igual en lo de la mala educación no, pero cuando llegaste eras mucho más… política.
Supe que quería decir sureña, y giré la copa entre mis manos, pensando en sus palabras. ¿De verdad había cambiado tanto desde que había llegado a la corte? Era cierto que había tenido que adaptarme, ya que en Rowan tenía que tratar con todo tipo de gente, pero… eso no significaba que hubiera cambiado de ideas, ¿no?
Sara debió adivinar mis pensamientos, porque enseguida puso una mano sobre mi brazo.
—¡No lo decía como algo malo! —me confirmó—. Es solo que antes hablabas mucho más de todas esas cosas y me reñías todo el rato por usar demasiada magia, y ahora simplemente te vistes como quieres y te dedicas a tus cosas…
—Claudia me echó en cara que usara mi magia para plantas decorativas.
Sara frunció los labios.
—¿Y qué más da lo que diga Claudia?
Negué con la cabeza.
—No es que me importe su opinión, es que… no me había parado a pensarlo, ¿sabes? Y ni siquiera me he informado bien de todo lo que hay detrás del tema de los perdones.
—Pero eso no es culpa tuya. No puedes estar al tanto de todo y, además, seguir con tus estudios y trabajar en los invernaderos…
—Ya no trabajo en los invernaderos —le recordé.
Nos miramos un largo momento a los ojos y sentí cómo Sara temía añadir algo más a la conversación.
—¿Cuándo es la próxima reunión del Subcomité Político? —pregunté al fin—. ¿Lo sabes?
Sara suspiró.
—Pasado mañana por la tarde, creo.
Asentí, y volvimos a quedarnos en silencio. No sabía si era el barullo de la gente o la conversación, pero la intranquilidad que sentía solo había ido en aumento, así que decidí despedirme de Sara y dirigirme a mi habitación.
Sin embargo, la sensación de desasosiego no desapareció. Tal vez era el hecho de que todo parecía estar cambiando en la corte, o el miedo a no saber qué más podía cambiar en los siguientes meses. Podía ser el vino, o ese hombre norteño y su extraño hechizo.
Al final decidí encender un par de velas relajantes y, tras un rato, conseguí dormirme.
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A la mañana siguiente, a las once en punto, alguien llamó a nuestra puerta. Sabiendo que Liam no llamaría a la puerta de fuera y al no esperar ninguna visita, no me molesté en alzar la vista de mis apuntes.
—¡Sara! ¡La puerta! —le grité.
La oí salir de su dormitorio y cruzar la salita de estar.
—Buenos días. ¿La señorita Aileen Dunn?
Noté que Sara titubeaba y me acerqué a mi puerta entreabierta para escuchar.
—No, soy Sara Blaise.
—Disculpe, me habían dicho que estas eran sus habitaciones.
—Lo son. Somos compañeras.
Tras un momento de silencio, el desconocido volvió a hablar:
—¿Y se encuentra aquí la señorita Dunn?
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