Mairena Ruiz - Tormenta de magia y cenizas

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Aileen Dunn vive en Ovette, un país dividido por su forma de entender la magia. Mientras en el sur creen que esta proviene de la naturaleza y debe ser usada con cuidado, los norteños defienden su derecho a utilizar tanta magia como quieran.De padre sureño y madre norteña, Aileen solo quiere terminar su tesis sobre el sistema educativo de Ovette y mantenerse alejada de las intrigas políticas de la corte, pero para poder terminar sus estudios tendrá que aceptar la ayuda de Luther Moore. Luther es un norteño lleno de prejuicios, que fue expulsado de la corte tras la Guerra de las Dos Noches, la cual enfrentó a Ovette con un país extranjero, pero también a norteños y sureños.Cuando por fin Aileen y Luther empiezan a entenderse, Aileen y sus amigos descubren que el Gobierno está ocultando información y que existe la amenaza de una nueva guerra que reavive las disputas del pasado. Entonces tendrá que decidir en quién puede confiar y qué está dispuesta a hacer para evitar que la historia se repita.

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Sabía que lo que decía no tenía sentido, aunque Luther pareció entenderme, porque sonrió.

—Puede que tengas más talento del que esperaba —me dijo como respuesta—. Al fin y al cabo, la sangre tira.

Quise replicarle, decirle que dejara de menospreciar el origen sureño de mi padre, pero aún me sentía extraña y confusa, así que no dije nada.

—Lo dejaremos aquí por hoy. ¿Nos vemos dentro de tres días?

Asentí en silencio y lo vi salir de la sala. Todavía perdida en mis pensamientos y en el recuerdo de la intensa experiencia, me acerqué a abrir las cortinas y luego soplé todas las velas, una por una.

--------

Llevaba tanto tiempo sin ir a una reunión del Subcomité Político que incluso aquellos a los que apenas conocía se alegraron de verme allí.

Los subcomités tenían un número fijo de miembros con voz y voto. En el político dedicaban la mayor parte del tiempo a debatir, aunque también se hacían informes y propuestas para el Comité Político, que era el que de verdad tomaba las decisiones y cobraba por su trabajo. En esos casos solo intervenían los miembros, pero cualquiera podía ir a los debates y era un prerrequisito no escrito para convertirse en miembro.

Pese a lo oficial que podía sonar todo, las reuniones en realidad solían consistir en discusiones acaloradas e informales con una bebida en la mano. Allí había aprendido lo equivocados que estaban algunos de mis prejuicios, y me habían ayudado a entender el origen de algunas tradiciones norteñas de las que nunca se había hablado en casa. Y es que, por mucho que mi madre fuera norteña, seguía todas las costumbres y tradiciones sureñas desde joven. Esa había sido una de las razones por las que su familia la había desheredado antes de la guerra, y no fue hasta que esta ya había terminado que se reconciliaron.

Ese día, por supuesto, estaban debatiendo sobre los perdones y, pese a lo repetitivo de los argumentos de ambos bandos, me alegré de haber ido. Tras mucho insistir una vez más en cómo tras la guerra contra Sagra el poder se había desequilibrado hacia el sur, lo necesario que era recuperar ese equilibrio y que los muertos seguían muertos, por fin Noah aportó algo nuevo:

—Mikke y su gente siguen en la Isla, ¿de acuerdo? —dijo, de repente, desde el otro extremo de la mesa.

Los demás nos callamos y nos giramos hacia él. Aunque no había presidentes en los subcomités, todo el mundo escuchaba siempre lo que Noah tuviera que decir.

—No van a volver del exilio —continuó mirando alrededor de la mesa—. Nadie los va a perdonar, porque fueron ellos los que tomaron la decisión y ejecutaron a miles de personas en Sagra. Eso nadie lo discute.

Liam me miró por el rabillo del ojo y me dio rabia notar que me estaba sonrojando. Seguimos en silencio, esperando el «pero» que debía venir tras mencionar cosas de las que nadie hablaba nunca, y menos en la corte. Mikke, su exilio y todo lo que había ocurrido durante la guerra eran temas totalmente tabúes.

—Dicho esto, hay rumores en el este. Y, si resultan ser ciertos, necesitaremos la ayuda de la gente que estuvo implicada en la guerra, aquellos que tenían alguna idea de lo que estaba pasando.

—¿Qué rumores? —preguntó una chica junto a Ethan.

Mi amigo tenía los brazos cruzados y la mirada clavada en la mesa.

—Uso de magia oscura en la frontera con Daianda —contestó Noah—. Intentos de replicar el hechizo que creó Mikke.

Hubo unos largos segundos de silencio.

—¿Intentos…? ¿Intentos por parte de quién? —preguntó un chico al fondo de la mesa.

—Por parte de Daianda.

—Pero eso es imposible —protestó Liam con vehemencia—. Solo Mikke conoce el hechizo y aun así le llevó años y años de practicar magia oscura poder hacer lo que hicieron aquella noche.

Noah se encogió de hombros.

—Yo solo os cuento lo que he oído. Sagra y Daianda han puesto a prueba ambos lados de nuestras fronteras durante siglos y ni siquiera la Guerra de las Dos Noches puede detenerlos para siempre. La gente tiene miedo y el Gobierno está intentando cubrirse las espaldas. No van a averiguar nada que no hayan averiguado en quince años, pero al menos podrán decir que lo han intentado.

Quise intervenir y decir algo sobre lo peligroso que era devolverle el poder a la gente que había creado el problema en primer lugar. Así era como había ocurrido todo durante la Guerra de las Dos Noches: el miedo y las amenazas de invasión por parte de Sagra hicieron que Mikke ascendiera rápidamente al poder, usando más y más magia oscura para protegernos, hasta que decidió reunir a sus consejeros más cercanos y acabar con todos los soldados extranjeros acampados en la frontera. Pero no dije nada, porque una de esas consejeras era Andrea Thibault, mi tía.

Al fin y al cabo, mucha gente, sobre todo en el sur, no había estado de acuerdo con el uso que el Gobierno estaba haciendo de la magia oscura. Con el tiempo, aquellos que habían hecho públicas sus opiniones habían sido acusados de traidores y perseguidos bajo una nueva ley marcial. Algunas de esas personas habían llegado a morir por sus ideas, por mucho que entonces culparan a los soldados enemigos de sus muertes. Y mi tía había sido la encargada de aplicar esa ley. No todo el mundo sabía que yo era su sobrina y nadie me lo había echado nunca en cara, pero era algo que me coartaba a la hora de hablar de la guerra y el exilio.

La reunión terminó poco después y Liam, siempre atento, dejó que Claudia se fuera antes y esperó junto a la puerta hasta que nos quedamos a solas.

—¿Estás bien? —me preguntó tirando de un hilo suelto en mi blusa.

—Claro que sí, no es nada nuevo. Deberías haberte ido con Claudia.

Liam se encogió de hombros.

—He quedado con ella más tarde, no te preocupes.

Intenté sonreír, pero no me salió demasiado bien.

—Aileen…

—Es solo que no estoy acostumbrada a que la gente hable de… de los exiliados. Al menos ahora entiendo mejor por qué han dado los perdones, pero…

Estiré la manga de mi camisa, evitando su mirada, no queriendo transformar mis miedos en palabras.

—Son solo rumores, Aileen, no va a pasar nada. La gente teme demasiado a Ovette después de… de lo que Mikke hizo.

—No fue solo Mikke —murmuré.

Él tiró de mi mano y me abrazó con fuerza.

Liam era mi primo por parte de padre, claro. Su familia era toda del sur, como casi todas las de Olmos. Los matrimonios entre gente del norte y del sur eran raros fuera de la corte y aún más en las circunstancias que habían rodeado el de mis padres. Mientras mi tía se había unido a Mikke cuando las tensiones con Sagra habían empezado a empeorar, con el apoyo de toda su familia, mi madre había rechazado el uso de la magia oscura, rebelándose contra las ideas y la forma de vida norteña. Se había fugado con mi padre a Olmos, donde después formaron parte de los grupos que criticaban las políticas del Gobierno. Habían sido años muy duros, y habían perdido a más de un amigo, incluida la tía de Liam.

De hecho, mucha gente consideraba que el exilio en la Isla era un castigo insuficiente, sin embargo, tras recuperar el poder y prohibir las ejecuciones y el uso institucional de la magia oscura, nadie quiso empezar la nueva etapa haciendo una excepción con Mikke y sus seguidores. Así que allí seguían, en una de las desiertas islas del mar del norte donde, según contaban, nada crecía y el frío era eterno.

Pensar en todo aquello siempre me llenaba de angustia y desasosiego. Me aterraba pensar en todo lo que mis padres habían pasado, en la gente a la que habían perdido, pero también me hacía dudar de todo lo que pensaba y en lo que creía.

Mi madre no podía evitar ser norteña por mucho que quisiera pensar y vivir como una sureña. Siempre me había percatado de pequeñas cosas que me dejaban entrever un mundo muy diferente al mío y, una vez mis padres y mis abuelos se reconciliaron, las visitas a Nirwan, donde ellos vivían, terminaron de abrirme los ojos. Al principio me parecía una forma de vida ostentosa aunque fascinante; pero, con el tiempo, adquirir algunas costumbres norteñas me había hecho encontrar mi lugar en el mundo, sobre todo cuando empecé a vivir en la corte, alejada de la burbuja sureña de Olmos. Me había convertido en lo que era en realidad: una mestiza. Y no me avergonzaba de ello, pese a los problemas que suponía.

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