—Venga, arriba.
Luther le pasó un brazo por la cintura a McTavish y tiró de él para ponerlo en pie.
—¿Necesitas ayuda? —le pregunté.
—No, no te preocupes.
Supe que no era la primera vez que tenía que lidiar con McTavish en ese estado, y no insistí.
Antes de irse, Luther se giró una vez más hacia mí.
—Gracias por venir a buscarme.
Yo solo asentí.
Esperé en la puerta mientras Luther y McTavish se alejaban por el pasillo, McTavish apoyándose pesadamente en Luther, y este susurrándole algo.
Cerré la puerta cuando giraron la esquina y vi a Sara junto al sofá, cruzada de brazos.
—Lo siento —le dije.
—No empieces tú también, por favor.
Me apoyé contra la puerta mientras Sara recogía el cuenco con agua y el trapo húmedo.
—Lo siento de todas formas. Que hayas tenido que… verlo.
Ella se encogió de hombros.
—Soy del norte. No es la primera vez que veo algo así.
No sabía qué contestar a eso, así que me limité a darle las buenas noches, recogí la manta y me fui a dormir.
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Al día siguiente intenté quedarme en la cama todo lo posible, pero estaba demasiado acostumbrada a madrugar y al final tuve que levantarme. Imaginando que Sara dormiría hasta el mediodía, bajé al comedor para desayunar con los chicos.
Liam miró su reloj de forma exagerada cuando me vio entrar.
—¿Qué son estas horas? —me preguntó—. ¿Estás enferma?
—Ja, ja. Hazme sitio.
Me senté junto a mi primo, que estaba desayunando con Noah e Ethan, como de costumbre, y también con Claudia. Apenas lo había visto sin ella últimamente.
Empecé a desayunar, escuchando a medias su conversación. Seguían hablando de los rumores en la frontera y de lo que el Gobierno estaba haciendo ante ellos.
—Van a formar una Brigada de Seguridad, ya lo veréis —estaba diciendo Noah.
—Lo dudo, yo creo que tal vez mandarán a alguien a investigar, pero es muy pronto para formar brigadas.
—¿Por qué están trayendo mercenarios, entonces?
Dejé el tenedor en el plato y tragué agua.
—¿Qué mercenarios? —pregunté en cuanto pude hablar, interrumpiendo a Liam.
Ethan miró a un lado y a otro y se inclinó sobre la mesa.
—Hemos visto ya a uno —susurró—, y seguro que traen a más. Las brigadas siempre son de mercenarios del norte.
—¿Qué es un mercenario? —preguntó entonces Claudia.
—Gente que usa magia oscura por dinero, básicamente —contestó Noah.
—¿Y quién es el mercenario que ha llegado?
—McTavish. James McTavish. Es de Luan, aunque ha trabajado por todo el norte.
—Y es un borracho —añadió Ethan.
—Usando tanta magia oscura, como para no serlo —dijo Noah—. Pero es todo un personaje. Mi hermano lo conoce y ha venido más de una vez a casa. Te ríes mucho con él.
Intenté seguir desayunando, pero se me había quitado el hambre. Había sospechado que McTavish usaba magia oscura desde la sesión del día anterior, pero saber que no solo era cierto, sino que además se ganaba la vida con ello…
En ese momento, el reloj marcó las nueve y Noah se levantó de un salto de su asiento.
—Voy a por La Gaceta .
Minutos después volvió con varias copias de La Gaceta , la hoja informativa que el Gobierno publicaba una vez por semana con las noticias del país.
—¿Qué os había dicho? —dijo, triunfante, entregándonos las copias.
Yo cogí la mía y la leí rápidamente. No hablaba de la formación de Brigadas de Seguridad, algo que no había existido desde la guerra, pero sí contaba que había tenido lugar un ataque en un pueblo de la frontera. Cinco personas de la misma familia habían sido atacadas con magia oscura, aunque habían sobrevivido. Se sospechaba que era gente de Daianda, experimentando.
—Dicen que había tormenta —murmuró Ethan—. Que han usado electricidad.
Sentí un escalofrío recorrer mi espalda. Mikke había utilizado la fuerza de los relámpagos para crear su hechizo. Había transgredido uno de los mayores tabúes de nuestra sociedad, utilizando la propia naturaleza para hacer daño.
Doblé la hoja y la guardé en mi bolsillo. Al alzar la mirada, vi a Luther acercándose a mí.
—Aileen, ¿tienes un momento?
—Claro.
Me puse en pie y me alejé con él unos pasos, sintiendo en mi espalda las miradas curiosas de mis amigos. Sobre todo la de Claudia.
—¿Cómo está McTavish? —le pregunté en voz baja.
Luther carraspeó, algo incómodo.
—Está perfectamente, no te preocupes. Siento que… te vieras envuelta en…
—No pasa nada —lo interrumpí—. De verdad.
Él asintió.
—Pasado mañana saldremos a montar —me dijo entonces—. Nos vemos en la salida principal a las nueve.
—De acuerdo.
Luther hizo una breve inclinación de cabeza y se marchó hacia el lado opuesto del comedor. Yo volví a mi sitio.
—¿Quién es ese? —preguntó Claudia apenas me había sentado de nuevo.
—Luther Moore —le contesté.
—¿Y te llama Aileen? —intervino Ethan.
Sentí que me sonrojaba al verme acorralada.
—Cuando yo estudiaba, los instructores y los alumnos no se tuteaban, han debido cambiar las cosas —siguió picándome Noah.
—A mí desde luego no me llaman por mi nombre —añadió Claudia.
—No es mi instructor —respondí al fin, cogiendo la tetera—. Es más bien… un colaborador.
Noah negó lentamente con la cabeza, sonriendo.
—Aileen Dunn, tuteándose con Luther Moore. Quién te ha visto y quién te ve.
Mi primo seguía callado sin defenderme, el muy traidor, doblando y desdoblando la hoja de La Gaceta .
—La educación no debería entender de política —repliqué tras un momento.
—Ajam.
—Bueno, será mejor que vaya a escribirle a mi padre. El ataque ha sido en Cata y eso entra en la jurisdicción de Olmos.
Sin decir nada más, me puse en pie y salí del comedor, ignorando sus miradas.
El resto de la mañana lo dediqué a escribir a mis abuelos y a mis padres. No solo de lo ocurrido en Cata, sino también de las últimas novedades e intentando resumir mis lecciones con Luther Moore de la forma más neutra posible. A mis padres les gustaba que investigara sobre educación, pero eran mis abuelos los que pagaban mi estancia en la corte y no sabría decir qué les gustaba menos, si deberles algo o que viviera lejos de casa, rodeada de norteños. Dudaba que les fuera a hacer ninguna gracia que ahora, además, contara con Luther Moore como colaborador.

5
Dos días más tarde bajé a las puertas principales, vestida con ropa de montar. Aunque el verano aún no había terminado, había estado lloviendo toda la noche, por lo que opté por unos pantalones norteños con un jersey fino. Ropa cómoda e informal. No como Luther, que llevaba buenas ropas de montar con botas de cuero y jersey de cuello alto con hilo de oro. Fruncí el ceño ante su ostentación, pero no dije nada, igual que él tampoco comentó nada sobre mí.
—Buenos días. ¿Estás lista?
Asentí y él abrió las pesadas puertas, esperando a que yo pasara primero. Era raro caminar con Luther por los jardines, y la gente no podía evitar mirarnos con curiosidad al pasar. Al fin y al cabo, él era un Moore y yo, la hija de un gobernador sureño. Por mucho que me gustara pretender lo contrario, todo el mundo sabía quiénes éramos, y era extraño vernos juntos.
Al llegar a los establos, saludé a Jonah con familiaridad. Era de Olmos, y siempre me daba caballos sureños: fuertes y bajitos, no como los enormes animales norteños con sus minúsculas sillas de montar, a las que, de todas formas, me era imposible encaramarme sin ayuda. Luther, por supuesto, tenía su propio caballo, altísimo y esbelto.
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