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El escalón
Intro Intro Me llamo Lucía, pareciera que mi nombre refiere al pasado y esto me molesta en cierto modo, porque yo soy fan del presente, y preferiría llamarme Lucero, o Luz, pero soy Lucía, y ya estoy casi dentro de ese subgrupo de la humanidad al que nombran «cuarentones». Mi interés particular es el ser humano, no he dejado de investigar sobre el ser humano desde que, con seis años, un día jugando a pillar con otros niños en la plaza de la iglesia, llegué corriendo a refugiarme en la mesa del bar donde estaban todos los papás. Me senté como un rayo en una silla en la que el culo enorme de una persona estaba a punto de acomodarse; ante mi invasión, volvió con sobresalto a la postura vertical con cara de espanto, creo que más porque estuvo a punto de aplastarme que porque le quitara el sitio. Las risas estallaron al unísono, fue tan grande el ridículo que sentí que, como un rayo, tal y como había entrado, salí para ser pillada. He investigado a través de mis vivencias personales, laborales, sociales, a través del análisis, la observación, la deducción, la lógica, respondiendo a mi particular manera de pensar. Algunas conclusiones a las que fui llegando sobre la naturaleza humana son que, por lo general, da miedo separarse de lo común, da miedo la soledad, da miedo la libertad, el amor, sentir, da miedo la vida, el miedo no deja vivir. Evidentemente, son mis conclusiones, y simplemente me sirven para hacer algo con lo inentendible; solo nos queda buscar la manera de entender, tolerar, aceptar y bregar entre todas nuestras glorias y miserias, propias y ajenas, sin que engullan a nuestro ser. Creo que la mayor lucha en la vida, o quizás la única, es conseguir que nuestro ser sea libre, que se desate de las cadenas con que el mundo lo sujetan, y se zafe de los juicios y sentencias. La vida es poder escucharnos entre los ruidos del mundo y defender nuestro ser de las razones que lo ahogan bajo el mandato del miedo. Había cosas que, sin saber, sabía, hasta que me encontré en un escalón donde lo no sabido me habló para decirme que el amor no se pide, que la verdad hace libre, y que, quien arriesga, siempre algo gana, aunque pierda.
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Epílogo
Datos de autor
El escalón - Cuando Lucía, por una casualidad del destino, se ve encerrada en su propia habitación, sin poder salir, se sienta en el escalón que separa el dormitorio de la terraza y se pone a darle vueltas a su vida. Durante esas horas reflexiona a fondo sobre aspectos de su pasado, de sus relaciones y de su propia identidad, llegando a conclusiones sorprendentes que harán variar el rumbo de su futuro a partir del momento en que abandona ese escalón, que no resulta ser lo que parece. El escalón es la historia de una mujer y sus circunstancias vitales, como la de tantas otras que están a punto de cumplir los cuarenta, una edad en la que nos replanteamos si la vida que tenemos es la que realmente queremos vivir.
El escalón
El escalón
© 2020, Carmen Suero
© 2020 , La Equilibrista
info@laequilibrista.es
www.laequilibrista.es
Primera edición: febrero de 2020
2 Maquetación: La Equilibrista
Imprime: Ulzama Digital
ISBN Ebook: 9788418212055
Queda prohibida la reproducción total o parcial de cualquier parte de este libro, incluido el diseño de cubierta, así como su almacenamiento, transmisión o tratamiento por ningún medio sea electrónico, mecánico, químico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin el permiso previo por escrito de: NOCTIVORA, S.L.
Me llamo Lucía, pareciera que mi nombre refiere al pasado y esto me molesta en cierto modo, porque yo soy fan del presente, y preferiría llamarme Lucero, o Luz, pero soy Lucía, y ya estoy casi dentro de ese subgrupo de la humanidad al que nombran «cuarentones».
Mi interés particular es el ser humano, no he dejado de investigar sobre el ser humano desde que, con seis años, un día jugando a pillar con otros niños en la plaza de la iglesia, llegué corriendo a refugiarme en la mesa del bar donde estaban todos los papás. Me senté como un rayo en una silla en la que el culo enorme de una persona estaba a punto de acomodarse; ante mi invasión, volvió con sobresalto a la postura vertical con cara de espanto, creo que más porque estuvo a punto de aplastarme que porque le quitara el sitio. Las risas estallaron al unísono, fue tan grande el ridículo que sentí que, como un rayo, tal y como había entrado, salí para ser pillada.
He investigado a través de mis vivencias personales, laborales, sociales, a través del análisis, la observación, la deducción, la lógica, respondiendo a mi particular manera de pensar. Algunas conclusiones a las que fui llegando sobre la naturaleza humana son que, por lo general, da miedo separarse de lo común, da miedo la soledad, da miedo la libertad, el amor, sentir, da miedo la vida, el miedo no deja vivir. Evidentemente, son mis conclusiones, y simplemente me sirven para hacer algo con lo inentendible; solo nos queda buscar la manera de entender, tolerar, aceptar y bregar entre todas nuestras glorias y miserias, propias y ajenas, sin que engullan a nuestro ser. Creo que la mayor lucha en la vida, o quizás la única, es conseguir que nuestro ser sea libre, que se desate de las cadenas con que el mundo lo sujetan, y se zafe de los juicios y sentencias. La vida es poder escucharnos entre los ruidos del mundo y defender nuestro ser de las razones que lo ahogan bajo el mandato del miedo.
Había cosas que, sin saber, sabía, hasta que me encontré en un escalón donde lo no sabido me habló para decirme que el amor no se pide, que la verdad hace libre, y que, quien arriesga, siempre algo gana, aunque pierda.
PARTE I
Se cerró la puerta tras de mí, la empujé sin querer con la fregona, no hice caso, seguí limpiando mi habitación. Tenía la puerta de la terraza abierta para ventilar y cuando acabé de fregar, salí a tomar el fresco mientras se secaba el suelo. Había tomado la costumbre de hacerlo así.
Al poco rato entré, y en el ademán natural de bajar la manilla, la puerta no se movió. Repetí el gesto nerviosa e insistentemente, pero la puerta no se abrió. Una especie de calor-frío me subió por todo el cuerpo, sin darme tiempo a pensar en la razón, sabiendo que la razón era que estaba absurdamente encerrada en mi dormitorio.
Era sábado por la mañana, vivía sola, el teléfono se había quedado cargando en el comedor, y mi terraza daba a un extenso campo donde todo era naturaleza sin edificar. Tenía un vecino colindante, era mi única opción. Salí a la terraza y lo llamé. No sabía su nombre, hacía pocas semanas que me había trasladado allí y no se había dado la ocasión de conocer a ninguno de los tres vecinos del pequeño edificio en las afueras de ese minúsculo pueblo de montaña.
Lo llamé. «¿Hola?», «¿Me escuchas?», «¿Hay alguien?», «Necesito ayuda», fui gritando, cada vez con mayor intensidad y desespero, sin obtener respuesta.
Entré derrotada, con el sudor frío apoderándose de mi cuerpo. Tuve un instante de lucidez y me dije: «Respira, tarde o temprano te echarán de menos y alguien vendrá a ver». Luego apareció el realismo dentro de la lucidez, y pensé que solo Luis podría hacer ese papel; era el único que tenía una copia de las llaves de mi piso. Sin embargo, Luis estaba en Londres de fin de semana; se hundió mi tabla de salvación.
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