Después de su toma de posesión, el estudiante en la clase de Filosofía participa en las ceremonias y en la liturgia del capítulo. Así, el domingo de la Quasimodo de 1668 él canta el Te Deum, que celebra la conquista de La Franche-Comté, ante varios miembros de su familia y de su parentela, comenzando por su padre; el consejo de la ciudad y el tribunal participan en la ceremonia (Poutet, 1992, p. 18). La Paz de Aquisgrán le da la ocasión de celebrar su segundo Te Deum, dos meses más tarde, a inicios de junio. En esta fecha la peste ya se ha declarado en la ciudad. El 24 de septiembre comienzan las procesiones del relicario de San Remí, llevado de iglesia en iglesia por algunos canónigos, entre ellos
Nicolás Roland, a través de la ciudad.
El sacerdocio
Cuando regresa de manera definitiva de París a Reims, a finales del mes de abril de 1672, Juan Bautista, aunque canónigo, es solo un clérigo tonsurado y con las órdenes menores. Según Maillefer (1966), durante su primer año en San Sulpicio él se había preparado para recibir la primera de las órdenes mayores, el subdiaconado, y tenía la intención «de comprometerse en las órdenes sagradas»; pero antes de hacerlo habría consultado al canónigo Nicolás Roland y se habría decidido bajo la orden de este último: «él le dijo que no postergara más la recepción de las órdenes» (CL 6, ms. 1723 y 1740, pp. 22-23). En el curso de mayo de 1672 Juan Bautista toma la decisión. Por falta de conocimiento de los entresijos de sus reflexiones y del contenido de sus intercambios con Nicolás Roland, se debe solo proceder a esta simple constatación: recibiendo de modo sucesivo las órdenes que lo llevaron al sacerdocio, Juan Bautista de La Salle se pone primero en condiciones para ejercer la plenitud de su canonjía. Él no se desvía de la ruta trazada cuando se fue a París. Seguramente su duda tuvo que ver con una cuestión de calendario y no con su vocación: ¿debía esperar el fin de sus estudios de teología para devenir presbítero o, por el contrario, comenzar por esta primera etapa? La muerte de
Luis de La Salle modifica la situación, en el sentido de que se hace más imperativo para Juan Bautista disfrutar de la totalidad de las rentas de su prebenda. Esta consideración concuerda sin dificultad con otras de orden espiritual que pudieron nutrir sus conversaciones con Nicolás Roland.
Pasa un poco más de un mes antes de que Juan Bautista reciba el subdiaconado en Cambrai, el sábado 4 de junio43, la víspera de Pentecostés, de manos del
obispo Ladislao Jonnart. Ninguna ordenación estaba prevista en Reims y aunque Carlos Mauricio Le Tellier está ya en función, él debe solicitar las cartas dimisorias para ir a otra diócesis. Las obtiene el 27 de mayo. Fue quizá en esa ocasión cuando encontró personalmente y por primera vez al arzobispo. Él va primero a Laón, luego a Noyon y finalmente a Cambrai, donde se ordena al término de un periplo de ochenta kilómetros, recorridos en cinco o seis días, no se sabe en qué medio de transporte. Tiene veintiún años, edad requerida por el concilio.
Debido a que el Concilio de Trento no había prescrito sino un año mínimo de intervalo entre los grados, Juan Bautista espera cuatro años más antes de recibir la ordenación diaconal. Como para sus estudios de teología, él parece no manifestar ninguna prisa. Pero la recibe en circunstancias bastante particulares, elucidadas gracias a los trabajos de L. M. Aroz.
Nicolás Roland, según Maillefer (1966), habría persuadido a Juan Bautista:
[…] que al comprometerse en el estado eclesiástico, no debía buscar un reposo funesto a la sombra de su canonjía, y que un eclesiástico debía servir a la Iglesia en lo que ella tiene de más duro. Lo que le hizo nacer el deseo de tomar un beneficio con obligación de las almas, y se persuadió desde entonces que Dios lo llamaba a eso. (CL 6, ms. 1723 y 1740, pp. 22, 24, 25)
Así, el director espiritual de Juan Bautista es quien está en el origen de una operación de permutación de beneficio muy compleja, sin duda, y no muy transparente para poder triunfar. Andrés
Cloquet, párroco de San Pedro el Viejo, en Reims, desea cambiar su casa cural por un beneficio simple, es decir, sin carga de almas, «sin obligación de asistencia ni residencia, siendo contraria al retiro que meditaba el dicho señor». Advertido, Nicolás Roland organiza una permutación a tres:
Remí Favreau, titular de la capilla San Pedro y San Pablo en la catedral de Reims, cambiaría su capellanía por la casa cural de San Pedro el Viejo, por la cual Juan Bautista permutaría su prebenda44. Los cuatro ladrones se encuentran donde el maestro Rogier, notario en Châlons-en-Champaña, el 20 de enero de 1676, para firmar esa doble permutación de beneficio y el maestro Rogier debe proseguir la operación en la curia de Roma. Para esta fecha, Juan Bautista, en sus veinticinco años, subdiácono y bachiller, comienza a cursar su licencia en Teología. Para tomar posesión de su casa parroquial debe ser por lo menos diácono, asumiendo el compromiso de recibir el sacerdocio en el plazo mínimo de un año.
La operación fracasa por varias razones. Primero, cuando Andrés
Cloquet se da cuenta de que la capilla de San Pedro y San Pablo no es un beneficio simple, sino que lo obliga al oficio, al menos por una parte de las horas, se retracta delante del notario el 2 de marzo siguiente. Pero Juan Bautista, por su lado, solicita las dimisorias necesarias, puesto que no estaba prevista ordenación alguna a Reims, y las obtiene el 13 de marzo. Para esta fecha él ya había recibido la nota de la retractación de Andrés Cloquet; sin embargo, él se va a París para ser ordenado allí y encontrarse con el arzobispo de Reims, de quien espera conseguir confirmación de la permutación firmada el 20 de enero. El 21 de marzo recibe el diaconado de manos del obispo de Belén, Francisco
Batailler, en la capilla del arzobispado de la capital. Pero cuando monseñor Le Tellier lo recibe, él ya está prevenido sobre la operación solicitada. Por una parte, la nota de retractación se le envía; por otra, la familia de Juan Bautista ha tomado medidas sobre su sede para impedirle al joven canónigo no solo abandonar su prebenda sino, aún más, que lo haga en provecho de un extranjero a la familia. Esta última no puede consentir una gestión que signifique una pérdida de prestigio y de patrimonio:
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