Y, junto a la Eucaristía, las reuniones de oración, a la escucha de las santas Escrituras y la interpretación de los grandes maestros de la espiritualidad. Momentos de silencio profundo, de adentramiento en la intimidad del corazón, de coloquio íntimo con el Señor en comunión con los hermanos.
Este es, sin duda, el estilo de las comunidades cristianas del futuro. Así lo presienten muchos teólogos y esta es su apuesta. Para corroborarlo voy a transcribir una cita del recordado teólogo alemán Karl Rahner hablando de las comunidades de base: «La Iglesia del futuro será una Iglesia que se construirá desde abajo, por medio de comunidades de base de libre iniciativa y asociación. Hemos de hacer todo lo posible para no impedir este desarrollo, sino más bien promoverlo y encauzarlo correctamente» (Cambio estructural de la Iglesia, Cristiandad, Madrid 1974, 132). Estas palabras de Rahner son corroboradas sorprendentemente por el entonces Cardenal Joseph Ratzinger, reconociendo el incremento de las comunidades como un gran acontecimiento eclesial de nuestro tiempo; las designa como «la floración de nuevos movimientos que nadie planea ni convoca y surgen de la intrínseca vitalidad de la fe». Más adelante, en el mismo documento, Ratzinger comenta: «Nadie ignora, sin embargo, que entre los problemas que estos nuevos movimientos plantean está también el de su inserción en la pastoral general. […] Surgen tensiones a la hora de insertarlos en las actuales formas de las instituciones, pero no son tensiones propiamente con la Iglesia jerárquica como tal. Está forjándose una nueva generación de la Iglesia, que contemplo esperanzado. […] En este sentido, la renovación es callada, pero avanza con eficacia. Se abandonan las formas antiguas, encalladas en su propia contradicción y en el regusto de la negación, y está llegando lo nuevo. […] Nuestro quehacer –el quehacer de los ministros de la Iglesia y de los teólogos– es mantenerle abiertas las puertas, disponerle el lugar» (Card. Joseph Razinger, Vittorio Messori, Informe sobre la fe, BAC, Madrid 41985, p. 50).
Las sorprendentes palabras del Card. Ratzinger son un testimonio valioso sobre las comunidades y sobre el influjo determinante que han de tener en la Iglesia del futuro. Nos alerta el futuro Benedicto XVI del grave problema que estos grupos de cristianos van a plantear, sin duda, a las instituciones de la Iglesia; hay que ubicar a las comunidades en el entramado de la organización eclesiástica, hay que reservarles un sitio digno, de responsabilidad, hay que contar con ellas. Es una tarea que Ratzinger encomienda a los ministros de la Iglesia y a los teólogos. Hay que evitar el espectáculo lamentable que se está ofreciendo actualmente en muchas diócesis; en la organización eclesiástica diocesana apenas si se tiene en cuenta la existencia de las comunidades cristianas de base, no se cuenta con ellas, como si no formaran parte de la Iglesia local. Se ignora su importancia y su existencia. No se piensa que, en la Iglesia del futuro, estás comunidades tendrán que ser integradas en las parroquias y constituirán uno de los elementos clave para el desarrollo y el rejuvenecimiento de la vida cristiana en el pueblo de Dios. Porque a nadie se le oculta que la Iglesia del futuro tendrá que abandonar las grandes concentraciones de masas, el boato y las formas grandiosas, para convertirse en una Iglesia de minorías fervientes y convencidas.
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