Emilio Garoz Bejarano - La razón perversa

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La tesis sobre la que se edifica
La Razón perversa es muy simple, pero, a la vez, en los tiempos que corren, muy difícil de comprender. Esta es una de las razones que nos llevan a considerar que este es un libro hasta cierto punto necesario; pretende ayudar, en la medida de lo posible, a desarrollar una conciencia social que permita comprender lo siguiente: que el comportamiento de la masa social es irracional en la gran mayoría de los casos.Esto, que podría parecer una verdad de perogrullo (no se puede exigir a todo el mundo que se comporte todo el tiempo racionalmente) se vuelve preocupante cuando se advierte que la irracionalidad es admitida como algo normal –e incluso algunas veces como deseable- porque en su gran mayoría viene generada por las instituciones o, más bien, por lo que en la obra se caracteriza como la racionalidad perversa de las instituciones.La racionalidad perversa se define como aquellas decisiones racionales que tienen como objetivo engendrar irracionalidad social. Es racionalidad, puesto que es fruto de una planificación racional, y es perversa porque está pervertida –su fin es lo contrario de lo racional, le da la vuelta a la racionalidad: la pervierte- y actúa, por ello, oculta, escondida.
A lo largo de la obra se analizan los diversos ámbitos sociales de actuación de esa racionalidad perversa, desde la educación hasta los medios de comunicación, pasando por la política y la economía.

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Esto, que en un principio podría parecer evidente, supone la máxima alienación del ser humano, la máxima irracionalidad. Como nos recuerda Adorno (Adorno, Th. W., 2006) el individuo sólo alcanza su verdadera libertad y emancipación dentro de la sociedad, algo muy difícil de conseguir si ésta ha quedado reducida a un cetro comercial. Y es que es la sociedad la que pone los medios para la emancipación del individuo. El afán de emancipación individual a lo único que conduce es a la eliminación de la libertad. Es esa emancipación individual que se da en todos aquellos espacios destinados a que uno “se sienta libre”. Si no se ponen los cimientos para que la sociedad proporcione libertad al ser humano, si no se ataca la represión social y se busca la emancipación de forma individual –y por lo tanto burguesa- el sujeto no podrá ser libre. Es decir, concluimos con Adorno, que la libertad humana tiene que ver con una dialéctica individuo-sociedad, según la cual sólo una sociedad libre hará individuos libres y viceversa. Es por ello que la irracionalidad debe darse a nivel de la sociedad: sólo así se consigue eliminar el elemento liberador que contiene.

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En el contexto en que se mueve esta obra puede resultar esclarecedor recordar el planteamiento de la falacia estructuralista. Según ésta si un determinado grupo social, o bien la sociedad en su conjunto, realiza una determinada acción, y esa acción lleva consigo la consecución de un efecto cualquiera, es ese efecto el que explica la acción realizada. La falacia estructuralista, así, es una falacia porque racionaliza acciones o causas a partir de sus efectos. Acciones que en un principio pueden ser irracionales, porque no estaban dirigidas a producir el efecto por el que se las explica a posteriori. Estaríamos hablando de grupos sociales que desconocen el efecto de las acciones que realizan y aún así las realizan, aunque no pretendan sus consecuencias. Esta falacia, en cambio, no se da cuando determinadas acciones aparentemente irracionales dan lugar a un efecto que podemos fundadamente presumir que era el que se buscaba al realizar la acción. En esto precisamente consiste la racionalidad perversa. Veremos, por ejemplo, como las actuaciones aparentemente irracionales de las autoridades educativas no lo son tanto cuando se analizan sus efectos –la práctica idiotización de amplias capas de la sociedad- desde los intereses del poder. Pero quizás el prototipo de lo que significa la racionalidad perversa nos lo ofrezca Naomi Klein (Klein, N., 2010). Como nos señala esta autora una crisis o una catástrofe cualquiera provoca un schock en la población que paraliza sus posibilidades de respuesta y permite que no ofrezca resistencia a reformas económicas que van en contra de sus intereses. Esto supone que decisiones aparentemente irracionales que se toman desde estamentos de poder y que no hacen más que agravar las consecuencias de dichas catástrofes, sean éstas naturales o artificiales, en realidad tienen como objetivo crear las crisis, poner las condiciones que provocan el schock en la masa social. Subyace en esta toma de decisiones aparentemente irracional una racionalidad oculta.

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Para terminar esta introducción me gustaría dejar sentada mi opinión respecto a un tema muy de moda últimamente en determinados ambientes intelectuales: la idea de que la irracionalidad actual tiene su origen en el desprecio de la razón por parte del pensamiento filosófico de la posmodernidad en general y, en particular, de una tradición que puede remostarse hasta el escepticismo de Hume. Pienso que, por el contrario, este pensamiento irracional denominado post-moderno es más bien una consecuencia –o, por mejor decir, un cómplice- de los intereses económicos y políticos que propician esa irracionalidad desde una postura perfectamente racional. Si la racionalidad consiste en un análisis del coste-beneficio, entonces la irracionalidad social, en términos de beneficio para el poder, es perfectamente racional.

De hecho, la crítica a la irracionalidad desde la perspectiva señalada anteriormente también contiene un elemento irracional, cuya base es considerar que existe una realidad objetiva y aprehensible que tenga un valor social más allá de nuestras ideas o interpretaciones sobre ella. De esta forma esta realidad se intenta imponer a todas las demás –precisamente por eso se la considera objetiva- cuando no es más que una interpretación entre muchas. Pienso que después de pasar por la Filosofía de Kant ya no debería caber lugar a dudas de que la realidad en sí misma es inaprehensible.

El mecanismo de estas críticas que fomentan la irracionalidad haciéndola pasar por racionalidad es el siguiente. En primer lugar equiparan una supuesta objetividad científica con el sentido común para, posteriormente, aplicar esta objetividad científica disfrazada de sentido común a la realidad social 2. De esta forma caen en dos falacias. En primer lugar consideran que existe algo así como una objetividad científica, un problema que es objeto de debate continuo en el ámbito de la Filosofía de la Ciencia. En segundo lugar suponen que esa objetividad científica equivale al sentido común, lo que significa reducir éste –que es común- a la mentalidad científica. Y en tercer lugar, puesto que se ha realizado esta equiparación ilegítima, consideran que la realidad social forma parte de la objetividad científica. En el fondo el objetivo de estas críticas no es otro que desacreditar a la Filosofía y con ella a su instrumento y consecuencia: la racionalidad, en nombre, paradójicamente, de esa misma racionalidad. En suma, aquello que se ha caracterizado como racionalidad perversa.

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Me voy a permitir, por último, plantear un caso de racionalidad perversa que no afecta al desarrollo de la sociedad pero que quizás, por cotidiano, resulta especialmente llamativo. Si de algo podemos estar seguros en esta vida es de que nos vamos a morir. El único consuelo o la única esperanza que nos queda es no saber cuándo: consuelo y esperanza, elementos, pues, irracionales. Cuando un médico comunica a un paciente que su enfermedad no tiene cura y que tan sólo le queda un tiempo corto de vida –unos meses, unos días o unas horas-, además de no sanarle le está quitando su única esperanza. Pero –y aquí está el elemento de racionalidad perversa- si no se lo dijera le estaría mintiendo. Sin embargo, si a un paciente sano le dice que va a morir, aunque no pueda determinar cuándo, no le estaría mintiendo. Se da así una situación paradójica que se resuelve en la idea del consuelo ante la muerte. Una idea irracional, pero que puede ser utilizada racionalmente.

En el capítulo siguiente se expondrán una serie de fundamentos teóricos alrededor de los cuales se edifican los conceptos de racionalidad e irracionalidad. A continuación se analizarán: la reaparición, cuando no la pervivencia, de elementos míticos, y por tanto irracionales, en la sociedad contemporánea (capítulo 2); los elementos de racionalidad perversa en los medios de comunicación, como instrumento de su exportación a la masa social (Capítulo 3) y su presencia en la política y la economía (Capítulo 4) y en la educación (Capítulo 5).

1. .- En esta obra se cita por extenso el término poder. Aunque por economía intelectual este término aparezca siempre como hipostatizado e “in abstracto” hay que tener en cuenta que el poder nunca es abstracto. No es “utópico”, en el sentido de no ocupar ningún lugar, sino que constituye un espacio social muy concreto ocupado por individuos de carne y hueso.

2. En todo caso lo que nos diría el sentido común sería justamente lo contrario. Que no existe una realidad objetiva, sino que más bien cada uno capta la realidad de una manera distinta. Quizás el ejemplo más claro sea algo que a todos alguna vez se nos ha ocurrido: si todos captamos los colores de la misma manera. La respuesta que nos da el sentido común es que, en el mejor de los casos, no podemos saberlo, porque no podemos entrar en las terminaciones nerviosas que aprehenden las longitudes de onda de los demás. Lo que nos dice el sentido común es, entonces, que la realidad es subjetiva.

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