La primera es una encarnación física. El doctor Robert Seizer cuenta en su libro Mortal Lessons: Notes in the Art of Surgery [Lecciones mortales: Notas sobre el arte de la cirugía] la operación que realizó para extraer un tumor y la necesidad que tuvo de cortar un nervio facial, dejando la boca de una joven permanentemente torcida por la parálisis producida. Dice el doctor Seizer:
Su joven esposo se encuentra en la habitación, de pie al otro lado de la cama y juntos parecen sentirse a gusto a la luz de la lámpara al caer la tarde, ignorantes y aislados de mí en su intimidad. ¿Quiénes son este joven y esta boca torcida que he hecho - me pregunto -? ¿Quiénes son estos que se contemplan y se tocan con tanto interés y avidez? La joven pregunta: “¿Me quedará la boca así, para siempre?” “Sí - le digo -,porque el nervio fue cortado.” Ella asiente con la cabeza y se queda en silencio. Pero el esposo sonríe. “Me gusta así - dice -. Te queda bonito.” Luego.. .sin cohibiciones, se inclina para besar su boca torcida y yo, tan cerca, puedo ver como él tuerce sus labios para acomodarlos a los de ella, para demostrarle que su beso es posible todavía. 7
Así es la manera como debemos amar. El cuerpo de nuestra esposa es nuestro cuerpo, su bienestar es nuestro bienestar, su atractivo es nuestro atractivo, y su preocupación es nuestra preocupación.
Una segunda manera de amar a nuestra esposa como a nuestro propio cuerpo consiste en la encarnación emocional. Son tantos los hombres que hacen tema de humor humillante las diferencias emocionales que hay entre hombres y mujeres. Desprecian la condición natural femenina, como si la dureza masculina fuera superior. Se dan cuenta de las diferencias que hay entre los sexos, pero no las toman en consideración y no tratan de comprender. ¡Ningún hombre puede decir que obedece a Dios si se comporta de esa manera! Es una masculinidad mal entendida la que piensa que poder comprender los sentimientos de otra persona es un rasgo femenino. En realidad, tal comprensión de las naturalezas complementarias que Dios les dio al hombre y a la mujer, es característico de todo hombre verdaderamente desarrollado y maduro.
Por último, por supuesto, debe haber encarnación social. Erma Bombeck dice jocosamente que hay muchos maridos machistas que piensan que su esposa debe pasar todo el día ocupándose de los juguetes de los niños o de los calcetines de la familia.
La mujer tiene, desde luego, muchos escenarios sociales aparte del hogar, tales como la oficina y la escuela. Recuerdo una beneficiosa encarnación que experimenté una vez que mi esposa se encontraba visitando a su hermana durante una semana, dejándome a cargo de nuestros cuatro hijos pequeños. En esos días me tocó preparar las comidas, cambiar un sinfín de pañales, vendar heridas, arbitrar en riñas, dar baños, ordenar el desorden y volver a arreglarlo todo de nuevo. Yo estaba ocupado antes de levantarme y después de acostarme. La experiencia me marcó de tal manera que en mi mente inventé un nuevo cuarto de cocina después de observar cómo se lavan los automóviles en las máquinas automáticas. Los pisos se inclinan hacia un inmenso desagüe ubicado en el centro del cuarto de cocina. De una de las paredes cuelga una manguera lista para pulverizar todo lo sucio puesto allí después de las comidas. Fue una encarnación que no estuve muy deseoso de repetir, pero como dice mi esposa, ¡me hizo bien!
Estamos llamados a amarnos a nosotros mismos por mandato divino. Eso significa amar a nuestra esposa como a nuestro propio cuerpo, a cuidar de ella como Cristo cuida de la Iglesia. El amar el cuerpo de nuestra esposa como amamos al nuestro exige una triple encarnación: física, afectiva y social. Debemos dedicar a nuestra esposa la misma energía, el mismo tiempo y la misma facultad creadora que nos dedicamos a nosotros mismos. Estamos llamados a amarnos con amor inquebrantable. Dichosa la esposa a quien se le ama así, y aun más dichoso el hombre que ama de tal manera, porque es como Cristo.
Es grande el desafío que nos presenta Efesios 5: Amor abnegado (¡el amor es como la muerte!), amor santificado? (amor que eleva) y amor a uno mismo (amar a nuestra esposa es como amar nuestro propio cuerpo). Si esto nos llama a hacer algo, ese algo debe ser el esfuerzo por la santidad. Como dijo Walter Trobisch: “El matrimonio no es un logro acabado, sino un proceso dinámico entre dos personas, una relación que sufre cambios constantes, una relación que crece o se muere.” 8
El llamado que se nos hace a todos de amar a nuestra esposa como Cristo amó a la Iglesia exige ciertas disciplinas específicas.
COMPROMISO RESPONSABLE
Debemos comenzar con la disciplina del compromiso responsable. Con el paso de los años, me he vuelto más exigente en mis demandas a las parejas que desean que las case. Les digo que los votos matrimoniales son el compromiso voluntario de amar, independientemente de como uno se sienta. Les digo que es una tontería pensar que uno puede faltar a los votos sólo porque uno “sienta” que ya no está enamorado. Les hago ver que las Escrituras nos llaman a “vestirnos de amor” (Cf. Colosenses 3:14), y que a pesar de que ese amor puede ser considerado hipócrita, nunca es hipocresía vestirse de la gracia divina. Les digo que si tienen en mente el más mínimo pensamiento de que pueden divorciarse si la otra persona no es lo que esperaban, no realizaré la ceremonia de casamiento. La verdad es que los matrimonios que dependen de estar “enamorados” para mantenerse, terminan en fracaso. Los que recuerdan las ardientes promesas hechas en la ceremonia nupcial son los que triunfan. No hay nada mejor que pacto más compromiso responsable.
FIDELIDAD
Cuando un hombre se compromete consigo mismo a amar a su esposa, “como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella”, siempre le será fiel.Una cosa con la cual la Iglesia puede contar siempre es con la fidelidad de su Esposo, Jesucristo. Y esto es algo con lo que puede contar la esposa cuyo esposo ame como Cristo. Jeremy Taylor, el notable predicador del siglo diecisiete, dijo lo siguiente en cuanto a la fidelidad conyugal en su sermón “The Marriage Ring or the Mysteriousness and Duties of Marriage” [La sociedad matrimonial o el misterio y las obligaciones del matrimonio]:
Sobre todo .. .que él (el esposo) conserve hacia ella una confianza sagrada y una pureza inmaculada, porque en esto consiste la sociedad matrimonial, que ata a dos corazones con una cinta eterna; es como la espada encendida del querubín puesto para guardar el paraíso .La pureza es la garantía del amor, que protege a todos los misterios del matrimonio como se protegen los secretos de un templo. Bajo este cerrojo está depositada la seguridad de la familia, la unión de los afectos y el reparador de las roturas que se producen de cuando en cuando. 9
Nuestra esposa debe poder confiar en nuestra fidelidad. Todo lo nuestro: nuestra mirada .nuestras palabras .nuestra agenda .nuestro ardor debe decirle a ella: “Te soy fiel y lo seré siempre.”
COMUNICACIÓN
Luego viene la disciplina de la comunicación. Hace poco se les preguntó a los lectores de una popular revista para mujeres lo siguiente: “Si usted pudiera cambiar algo de su marido, ¿qué cambiaría?” 10El consenso abrumador fue que les gustaría que mejoraran su comunicación con ellas. También indicaron que, todavía mejor, les agradaría que sus esposos las escucharan. A este respecto, dice Eugene Peterson:
El estereotipo es el del esposo escondido tras las páginas del periódico durante el desayuno, leyendo la información de una agencia noticiosa en cuanto al escándalo más reciente de un gobierno europeo, la puntuación de las competencias atléticas del día anterior, y las opiniones de un par de columnistas con los cuales él jamás se encontrará, en vez de escuchar la voz de la persona que ha acabado de compartir su misma cama, servido su café y freído sus huevos, a pesar de que escuchar esa voz viva presagia amor y esperanza, profundidad emocional y exploración intelectual mucho mayores que lo que él puede sacar de las informaciones del NewYork Times, de The Wall Street Journal y de The Christian Science Monitor, todos ellos combinados. 11
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