Mi padre nació en 1929. A partir de ese momento se produjo un goteo constante de gente de Toga: las hermanas de mi yaya vinieron a Barcelona a servir, no se adaptaron y regresaron al pueblo. Ahora me sorprende ver a mi bisabuela, vestida con bata, en la plaza de España y en la cima del Tibidabo, y a mi bisabuelo en las vendimias. La tía de mi padre, Enriqueta, que conserva estas fotos, me aclara que pasaban temporadas en Cataluña. Mi padre explicaba siempre que había nacido en las chabolas de detrás del Cementerio del Este. Cuando yo era chico todavía vivían en la misma casa unos medioparientes. Recuerdo haber estado en la casa, que no tenía nada de chabola: era una casa sencilla de paredes encaladas. En aquella época ya debía tener luz y agua corriente. Cuando mis yayos se instalaron en la calle Luchana, en los años treinta, la casa se convirtió en lugar de paso para los parientes, antes de que encontraran trabajo y piso. Unos traían a los otros: como hacen hoy los chinos y los magrebíes. El tío Manuel y la tía Enriqueta llegaron en 1963. Las hermanas de mi yaya se quedaron en Toga, pero sus hijos acabaron emigrando en la posguerra: Nicanor y Juanito, hijos de la tía Clara y, más adelante, Miguel, hijo de la tía María.
La casa de la calle Topete, donde vivió Generosa Guillamón.
Mi amigo Xavier Bou me ha proporcionado un dato que encontró en un libro del historiador Joan B. Culla: en 1916 la comunidad de Castellón debía ser muy importante, porque se creó un Centro Instructivo Republicano Radical Castellonense, vinculado al Centro Democrático Radical de Pueblo Nuevo. Su primer presidente fue Domingo Gimeno Calpe. Cuando la entidad tuvo suficiente peso se instaló con sede propia en la calle Luchana, número 23. Funcionaba allí una escuela laica. Según cuenta Culla, en 1926 tenía aún sesenta socios. De manera que el portal del número 23 de la calle Luchana, con una gran escalera que se veía desde la calle, ¡había sido el Centro Instructivo Republicano Radical Castellonense! En las listas de entidades que recibían subvenciones del Ayuntamiento de Barcelona a principios de los años veinte solo el Centro Aragonés de la calle Joaquín Costa y el Centro Democrático Radical Castellonense especifican la procedencia de sus socios. El partido de Lerroux debía confiar en sacar tajada del desarraigo de los castellanoparlantes del barrio de la Plata.
Cuando yo era chico este núcleo inicial se había disuelto, la gente había dejado de ser y sentirse valenciana. Los hijos, catalanes o castellanos, eran barceloneses. El sentido de pertenencia se había debilitado y ha sido mucho después cuando hemos ido reconstruyendo, con amigos y conocidos, una especie de red. Un compañero de clase de mi hermano se llamaba Vicenç Gallén: un día descubrimos que sus abuelos eran de Espadilla. Los abuelos del diseñador de Edicions de l’Eixample, Salvador Saura, resultó que eran de Argelita. Juanjo Caballero, que durante muchos años fue el editor del magazine de La Vanguardia , tenía familia en Fuentes de Ayódar. Un día tuve que realizar una consulta de los fondos de la antigua sala de conciertos Zeleste, en el Razzmatazz de la calle Almogàvers, y me atendió un chico que se apellidaba Agustina, como un primo de mi padre. Lo adiviné: de Argelita.
En la misma finca de la casa donde vivíamos, casi en la esquina de Wad-Ras y Luchana, se encontraba un bar muy típico: la gente lo llamaban indistintamente Bar Montins o Bar Victoriano. De pequeño mi madre me mandaba allí a comprar hielo para la primera nevera que tuvimos en casa, de la marca Pingüino. De más mayorcito era mi padre el que me enviaba a comprar tabaco, cigarrillos rubios que se vendían sueltos, o a tirar la quiniela en una oficina de las Apuestas Mutuas Deportivo Benéficas, con su famoso 1x2, en la entrada. Contaba las monedas y me las ponía en la palma de la mano: el dinero justo para dos o tres Lucky o Chesterfield sin filtro. Cuando empecé a preparar estas páginas quise informarme un poco sobre el Bar Victoriano. Al tipo que atendía en el mostrador todos lo llamaban Adróver. En el expediente que se conserva en el Arxiu Municipal Contemporani de Barcelona he descubierto que se llamaba Gabriel Adrover y que estaba casado con Francisca Montins, que en 1973 se hizo cargo del bar que su padre, Victoriano Montins, tenía desde antes de la guerra. Cuando lo depuraron, en 1939, era un hombre de cuarenta años y llevaba viviendo en la calle Wad-Ras desde hacía veintisiete. Quedé muy sorprendido al constatar que este Victoriano Montins Sanz había nacido en Zucaina, a 32 kilómetros de Toga por la carretera que va a Cortes de Arenoso y Mora de Rubielos.
En el colegio donde iba de pequeño, el Voramar de la calle Badajoz, esquina con la calle Enna –hoy Ramon Turró–, nunca se hablaba de los abuelos valencianos. Regresábamos a casa por la calle Enna, y nos parábamos a comprar chicles o helados de sobre en el colmado que tenían los padres de uno de nuestros compañeros de clase. Era un chaval retaco, muy peludo, con unas cejas muy negras, que le daban un aspecto silvestre. Era una característica de la familia: el padre, la madre y la hermana, todos tenían la misma constitución: retacos, peludos y silenciosos. La tienda era oscura y estaba a reventar de productos. El hombre vestía siempre con un guardapolvo azul. Mi hermano decía que se parecía al padre de Manolito, el tendero de Mafalda. Y se parecía realmente. Un día, en una clase, puede que de historia, nos preguntaron la procedencia de nuestros antepasados. El chico se llamaba Pedro Calpe Calpe y nos pareció muy cómico que hubiera nacido en un pueblo que se llamaba Los Calpes. Hasta hoy no he mirado donde queda: es un pueblo del término de la Puebla de Arenoso, en la cuenca del río Mijares. Nuestros abuelos eran vecinos.
Victoriano Montins y José Calpe, nacidos en Zucaina y en Los Calpes de Arenoso, vecinos en el Alto Mijares y en Pueblo Nuevo.
En el expediente del traspaso del establecimiento que he encontrado en el Arxiu Municipal Contemporani de Barcelona he descubierto que el padre de mi amigo se llamaba José Calpe Calpe. Aquella gente debía naufragar en un mar de relaciones consanguíneas. Se hizo cargo del colmado en 1960, después de que el antiguo inquilino, Jaime Genovés, hijo de valencianos de la Vall d’Uixó, se hubiera «ausentado de la ciudad ignorándose su paradero». El colmado existía desde 1939. En 1956 la familia Calpe todavía vivía en Los Calpes de Arenoso, porque en los papeles del traspaso aparece el número del Documento Nacional de Identidad expedido en el pueblo, en septiembre de 1956. Era eso, quizás, lo que nos parecía extraño en nuestro amigo: vivía en Barcelona desde hacía cuatro días. Las familias de los otros chavales valencianos del Voramar le llevábamos treinta años de ventaja.
De aquel mundo del Alto Mijares y su gente quedaba muy poco. Mi yaya todavía seguía una ruta: la alpargatería de Eladia, en la calle Taulat, una pollería de la calle Mariano Aguiló. Nos llenaba la cabeza con genealogías complicadas y no le hacíamos mucho caso. Para mi padre era un recuerdo lejano. En una esquina de la calle Pedro IV un cartel anunciaba el Bar Mijares. Cada vez que pasábamos por delante, decía: «Proceden de Castellón». Algo parecido sucedía con los Guillamón que hacían algo de provecho en la vida: un futbolista del Sevilla o uno que tenía un bar en Castellón de la Plana. «Se apellida como nosotros», subrayaba mi padre, como si quisiera demostrar que él también hubiera podido ser futbolista o tener un bar.
Читать дальше