Cada Estado en Malasia determina según sus ordenamientos aquellos comportamientos, actividades o prácticas consideradas una ofensa al islam, por lo que los castigos dependerán del lugar donde se cometa la falta. En tres Estados del norte de Malasia la práctica del yoga está prohibida —entre otras restricciones—, de acuerdo con las disposiciones del Consejo Nacional de la Fatwa, instancia encargada de velar por el cumplimiento de las escrituras del Corán.
En Occidente cuesta entender y aceptar que a los musulmanes se los castigue por no cumplir con “la moral” prescrita en sus textos sagrados; o que se los vigile en sus actos más privados; o que exista un teléfono disponible las veinticuatro horas del día para hacer denuncias. Basta que un vecino, un amigo o un anónimo maledicente disque el número apropiado para que los celadores de la “buena conducta” partan raudos a buscar y detener a quienes estén violando la ley que rige las relaciones sexuales prematrimoniales, la infidelidad, el divorcio, la herencia, la tenencia de los hijos y las relaciones sexuales de personas del mismo sexo, entre muchas otras cosas5 .
“Defensa propia”, esa era la idea, el concepto jurídico que los chilenos internalizaban y repetían una y otra vez, algo que no sería tan fácil de demostrar en el juicio. En contra de este argumento que invocaría la defensa se interponían hechos, como que en la pelea habían actuado dos contra uno, que el peso de Fernando —que había aplastado la espalda de Bin Ishak— era mucho mayor que el de la víctima, y en consecuencia la noción de la proporcionalidad en el uso de la fuerza les podría jugar en contra. Otro aspecto clave era comprobar quién había empezado la riña, si ellos o la víctima. Adicionalmente, el personal de la embajada les había explicado que era muy importante descartar que hubiera habido algún contacto previo entre los acusados y Tasha esa noche. Pero para demostrar aquello ante la justicia habría que esperar los resultados de las pruebas de ADN, algo que en Malasia podría tardar meses. También, un punto central era que mientras menos repercusión pública tuviera el proceso, más posibilidades habría de obtener mejores resultados. Para las autoridades de Malasia este era un asunto sensible. Muchos casos anteriores de extranjeros condenados con severas penas por tráfico de drogas terminaron involucrando a sus gobiernos, quienes, en su afán de defender a sus nacionales, ejercieron presiones, lo que hizo que los procesos se filtraran en los medios de comunicación. Tampoco era un tema menor que la víctima haya sido un transgénero, ya que en Chile esto podía ser un caldo de cultivo para el morbo y las especulaciones. No menos preocupante resultaba que las organizaciones LGTB sacaran sus banderas y tomaran esta causa tan sensible como propia.
Por eso, decidieron mantener una férrea discreción, un estricto silencio.
A pesar de que Malasia era su primera destinación en el exterior, el cónsul Mason tenía cierta experiencia; ya que le había tocado asumir la jefatura de la misión diplomática durante diecisiete meses a la espera de que el Gobierno designara a un nuevo embajador. Por lo tanto, entendía cómo se movían los hilos de la diplomacia en un entorno cultural tan diferente. Conocía además otros casos de extranjeros presos y lo complejo que podía ser el proceso judicial que se avecinaba.
En la sede policial, los chilenos aún no internalizaban el abismo en el que estaban sumidos. No había nada definido aún. Tampoco si el abogado Foong sería quien asumiría la defensa. Tenían que esperar que sus familiares tomaran la decisión.
Nicole Osiadacz y Francisco Candia llegaron a Kuala Lumpur cuando ya habían pasado más de una semana tras las rejas. Alcanzaron a visitar a Fernando y Felipe el día previo del traslado a la cárcel de Sungai Buloh. Carlos ya había sido puesto en libertad.
Venían mandatados para conseguir los mejores abogados. Se reunieron con Foong, quien les hizo una detallada exposición de lo que vendría para los chilenos en el futuro. También les dijo que si querían trabajar con él necesitarían confiar en su criterio, que él no contestaba inmediatamente los llamados telefónicos y que ese era su modo de operar. Pero había algo, un dejo de poca transparencia y algunas insinuaciones de que se necesitaba dinero para arreglar o apurar ciertas cosas de manera extraoficial, sugerencia que a Nicole y Francisco les hizo dudar. Kitson Foong definitivamente no sería el abogado que los sacaría pronto de allí. No con esos métodos.
Capítulo 3
LA VIDA SECRETA DE TASHA
Holly came from Miami, F.L.A.
Hitch-hiked her way across the U.S.A.
Plucked her eyebrows on the way
Shaved her legs and then he was a she.
She said, “hey babe, take a walk on the wild side”,
Said, “hey honey, take a walk on the wild side”.
Candy came from out on the island,
In the backroom, she was everybody’s darlin’,
But she never lost her head
Even when she was givin’ head.
Lou Reed, “Walk on the Wild Side”
Más allá de su cédula de identidad, ¿cómo era la víctima que había muerto en medio de sofocos y súplicas de socorro en la recepción del Star Town Inn? ¿Era realmente una prostituta trans acostumbrada a perseguir turistas en plena madrugada? Esas y otras preguntas rondaban en la cabeza de los policías bajo el mando de Faizal Bin Abdullah. Él sabía que las calles Changkat y Bukit Bintang eran un imán de prostitución, pero la investigación recién estaba empezando y necesitaba recopilar todas las evidencias. Había que encontrar la historia de la víctima, sus contactos, videos, medir tiempos, reconstruir las rutas. Eso en la teoría, porque en la práctica —el tiempo diría— sus competencias dejaban mucho que desear.
Mientras eso sucedía, la madre de Tasha era rodeada por sus hijos, que continuaban rezando. Siti Juhar recordaba su cara, el momento del parto y los primeros meses de vida. Le comentaba a su hija Arfah cómo desde pequeño los modos de Tasha no encajaban en el carácter de un varón. Pero con tal cantidad de hijos que cuidar no había tiempo para detalles tales como qué tan rudo o femenino podía ser el menor de ellos. Al final lo que contaba era que su pequeño era un muchacho suave, alegre, sano y colaborador. De hecho, se acordaba que ni bien cumplió los quince años empezó a ayudar a su padre en la tienda de comestibles y a ella a vender postres por el pueblo. Eso continuó hasta que cumplió los dieciocho.
—No hay dinero para tus estudios —le dijo un día su papá.
—No importa. Yo me voy a trabajar a Kuala Lumpur —le respondió.
El patriarca del clan tenía la misión de alimentar a los doce hijos. El dinero escaseaba, razón por la cual eligió cuidadosamente cuáles de ellos podían ir a la universidad. Tasha no figuraba en la lista. El jefe de la familia no toleraba su carácter, sus modos poco masculinos ni los amigos que lo rodeaban. Por eso, de algún modo, la partida de Tasha a Kuala Lumpur fue un alivio para todos en ese momento, en especial para ese padre que no toleraría por mucho tiempo más lo que ya tenía ante sus ojos: un hijo que levantaba todo tipo de rumores en el pueblo. A los pocos meses de dejar Tebal, Tasha les contó que había conseguido un trabajo en un spa y que su vocación era la estética y los masajes.
Cada vez que los visitaba, lo hacía con dinero para repartir, algo imposible de materializar si se hubiera quedado trabajando en Temerloh, donde los sueldos no alcanzaban ni para la mitad que en Kuala Lumpur y donde definitivamente no habría podido dedicarse a vender sexo.
Además, cuando regresaba a su hogar cocinaba, lavaba la ropa, hacía el aseo, cortaba el pasto y podaba las plantas del pequeño y bien cuidado antejardín.
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