I:Una vez me equivoqué y saludé a un recién conocido de otro país con un beso. El tipo me miró como si le hubiera pegado un puñetazo en la cara. En muchos países latinoamericanos el machismo ha dictado el deber ser no sólo de los hombres frente a las mujeres, sino de los hombres entre los hombres. En general se impuso que un hombre debe ser distante y firme ante los otros hombres manteniendo un tono de voz alta, mientras que debe ser mucho más táctil, cordial y próximo en el contacto con las mujeres. No está muy bien visto darle un fuerte apretón de manos a una mujer… incluso cuando se trata de negocios.
A: Lo interesante es que ligado a ese machismo hay otro fenómeno que podría llamarse hembrismo o machismo a la inversa. Se trata de la típica mujer que quiere parecer un hombre al peor estilo del machismo. Ella hace lo posible por hacerse ver como un macho: hablar más duro que cualquiera, imponer sus puntos de vista y apretar muy fuerte las manos al saludar.
I: Aunque también existe una versión mixta de esa mujer en la cual se combinan las actitudes imponentes del machismo con gestos ambivalentes de maternidad y de femme fatale . Ella es un tipo de mujer alfa o jefe, quien no estrecha la mano sino que sabe saludar con delicadeza al tiempo que las modulaciones de su voz oscilan entre el alto imponente del macho al ondulado seductor femenino. Depende, che, de lo que esté en juego.
A: En el mundo indígena andino, como tú ya viste en el Titiqaqa, los roles de género están muy marcados. El intercambio de hojas de coca que presencié en el cañón andino vía Huchuy Qosqo fue, efectivamente, entre los hombres.
I: Sí, la mina con quien viajé al Titiqaqa se atrevió a dejar hojas de coca en las chuspas de unos isleños cuando nos subimos a un bote. Algunos se rieron, otros se quedaron quietos mirando al piso. Pero ninguno le devolvió hojas de coca. Desde su óptica es violar una ley quizá como lo percibiría el policía que ve pasar un conductor excediendo el límite de velocidad. Con todo, la infracción del saludo de coca genera una suerte de indiferencia cuando un extranjero transgrede una pauta como la del saludo. El visitante es considerado entonces como ignorante y termina por pasar desapercibido. El intento de cercanía deviene en su opuesto. Hay culturas en donde un saludo implica un contacto mucho más cercano. Un abrazo fuerte o que se haga sentir está reservado en nuestras sociedades para los amigos y los familiares. Imaginate qué diría la jefa si todas las mañanas la abordaras con un intenso abrazo de buenos días.
A: En la distancia está el poder. Entre más objeto o empleado eres, es mucho más factible que te puedan dar órdenes. Uno a los amigos y a la familia no le da órdenes.
I: ¡Aunque casos se ven, che! Como cuando un esposo le dice a su mujer: ¡Aquí se hace lo que yo obedezco!
A: ¡ Jaaa! Y el chiste también funciona al revés.
I: Como las historias sobre nuestros trenes que no acabamos nunca de contar.
A: Volviendo al tren, cuando lo vimos venir a lo lejos, corrimos para llegar a la base de la montaña. Nos encontramos con una carretera poco transitada. Para llegar al tren alcanzamos a tomar un taxi colectivo que pasó caído del hanan pacha . Para ayudarnos a llegar a tiempo, el conductor iba tan rápido cuando pasó por las calles de piedra de Ollantaytambo, el antiguo asentamiento inca, que saltábamos como en un juego de niños y nos reíamos a carcajadas.
I: Me los puedo imaginar golpeando el techo del taxi con la cabeza y apretujándose con esa señora suerte que venía en el taxi.
A: Te puedo imaginar corriendo para llegar a tu tren sin saber expresarte ¿en qué lengua?
I: En árabe. Estaba de viaje al norte de los montes Atlas y necesitaba tomar ese tren para llegar a un puerto en el Mediterráneo. Cuando llegué a la estación me percaté de que por un retraso del tren tendría más de una hora para embarcarme. Entonces me animé a entrar en un bazar para relajarme y buscar un té de menta después de semejante carrera. Después de todo es muy parecido viajar en África y en Latinoamérica. Y no es porque seamos un tercer mundo, como nos dicen quienes quieren sentirse superiores en estos tiempos de deshumanización.
A: A nosotros nos pasó que el tren entró en marcha recién encontramos el asiento en el vagón. Fue cuestión de minutos. Luego pasó una mamacha ofreciendo infusiones con hojas de coca. Al verla, una rubia con los labios pintados como si fuera para una fiesta, se erizó desviando las pestañas y le respondió con un nou tan acuchillante que habría dado para esa indian le negara la entrada a la casa de sus antepasados. ¿O será que los incas sólo viven en las postales?
I: La mina habrá pensado que le ofrecían cocaína. O algún alucinógeno…
A: Uno pensaría que una persona que viaja a los Andes, y en particular a visitar Machu Picchu, debería saber que es muy diferente la hoja de coca al veneno aquel…
I: En este mundo del turismo extractivista mucha gente lo que quiere es tomarse la foto en unos cuantos monumentos públicos y enviarla inmediatamente a sus contactos en las redes. Hay gente que se va al Polo para que le den unos cuantos likes . Pero pasan del cool al cold .
A: Ayer escuché por vez primera otra palabra fea, pero relativamente comprensible en este mundo de masas: turisfobia. Escuché en la radio que Machu Picchu había llegado a su límite de visitantes. Igual le está pasando a Venecia e incluso a Agra, la población cercana al Taj Mahal. Está sucediendo en muchos de esos lugares que dicen que tienes que ver antes de morir .
I: A los que crearon esa campaña les ha ido muy bien. Preferiría no subirme al tren que nos lleva sólo por llevarnos; al agitado avión del vivir por vivir y viajar por viajar. Como uno de esos turistas que pasan por un país del que llaman tercer mundo pidiendo descuento a los vendedores en la calle, buscando dondequiera un starbucks y hospedándose en hoteles 6 stars .
A: El quetzal huye de las miradas vanas y vive lejos de autopistas y trenes. En la intimidad de la vida florece una belleza a la que no nos llevará ningún tour , y cuyo único guía es el corazón.
I: Lo comparto plenamente porque he tenido la verdadera fortuna de dejarme guiar por tal maestro. Aunque también me he equivocado. El canto de las sirenas es muy fuerte, che.
A: Lo sé; no necesitamos superhombres. Cuando visitamos con mi esposa los bosques de lluvia en el Pacífico costarricense tuvimos la fortuna indecible de ver al quetzal libre: ¡dos veces!
I: Contame, Arca.
A: Cuando se va llegando a las cimas en donde se levantan los bosques de lluvia, ah, los vientos de principios de año te refrescan y te van otorgando incontables bendiciones gracias al rocío de nubes que se desvanecen sobre tu piel ¡por puro placer!
I: ¿Querrás decir que llovía?
A: No exactamente. Eran más bien chubascos, permanentes chubascos que nos parecían interminables, diminutas caricias.
I: Como esas hojas que el jardinero riega con su mejor agua. La que el sabio escoge para su té.
A: Para contemplar el quetzal no fue necesario pensar, ni siquiera desear verlo fervientemente; tan sólo considerar en silencio que nos gustaría verlo. Verlo como la primera vez, una semana antes, cuando le tomamos algunas fotos en el bosque.
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