San José, sigue siendo el patrono de los trabajadores y es muy eficaz para encontrar trabajo y ayudarnos en los apuros si se le pide con confianza.
Cuentan los monjes de la abadía de San José de Clairval:
Un sacerdote, dedicado durante muchos años al ministerio de las almas en Francia, era consultado frecuentemente por la superiora de un centro social de acogida dirigido por religiosas. Este centro, contaba con más de ochocientas mujeres arrepentidas de mala vida y prostitución que se habían refugiado allí para escapar de esa vida. La superiora recibía encargos de varios grandes almacenes de París y eso era lo que le permitía mantener a tanta gente.
«Entre nuestras ochocientas chicas, –decía ella a este sacerdote–, hay unas cuatrocientas que viven como verdaderas santas». En un momento dado, las industrias que proveían de trabajo al establecimiento cesaron los pedidos durante cierto tiempo. Se buscó en otro lado un proveedor, pero fue en vano. Ya casi todos los recursos estaban agotados, no se podía continuar más así. «Si no nos llegan auxilios, –dijo la Superiora al sacerdote director suyo–, hay que resignarse a morir de hambre, o despedir a nuestras pobres muchachas. Y si las despacho, ¿acaso no volverán a caer en el vicio y se perderán para siempre? ¿Qué tengo que hacer? El sacerdote le respondió: –Diríjase a San José, comience una novena en su honor con toda su comunidad.
La Superiora siguió el consejo. A los pocos días, aparece una señora con mucha agitación interior y le dice: –Permítame, Padre, contarle lo que me ha sucedido esta noche y pedirle consejo. He visto aparecer a un anciano venerable que, con un gesto amenazador, me ordenó ir en auxilio de un cierto convento. Desde ese momento, no tengo descanso y estoy presa de una gran agitación. Dígame, pues, Padre, lo que debo pensar de todo esto.
El sacerdote empezó a sonreír, sabiendo perfectamente de qué se trataba, y le contó todo lo que sabía respecto a la aflicción del establecimiento de acogida y sobre el recurso de las jóvenes a San José.
–¿No piensa Ud., dijo al despedirse de la señora, que San José oyó la oración de esas pobres chicas y quiso elegirla a Ud. como instrumento de sus misericordias? Sería Ud. digna de lástima si no hiciera caso al santo.
Al poco, recibió de su parte un sobre sellado con la suma exacta que necesitaban las religiosas, para volver a poner a todas a trabajar. Era la respuesta de San José a la invocación que le habían hecho24.
Meditemos hoy en el carpintero de Nazaret y en su modo de santificar el trabajo, y pidamos en un momento de oración y con el rezo del Santo Rosario, que se nos conceda que se termine tanto paro como hay y la virtud de la laboriosidad ofrecida por amor, además de la gracia especial que pedimos durante este mes de San José.
San José esposo de la Virgen María, padre y custodio de la Sagrada Familia, celestial patriarca del pueblo de Dios, ruega por nosotros.
Que Dios te bendiga querido lector, y hasta mañana si Dios quiere.
21.Papa Francisco, Audiencia general, (Roma, 1 de mayo de 2013).
22.Henri Caffarel, Op. cit., 21.
23.Papa Francisco, Audiencia general, (Roma, 1 de mayo de 2013).
24.Abadía San José de Clairval, Op. cit., 46-48.
Día 6
Desposorios y noviazgo de San José y María
Muy querido lector:
Dentro de 25 días nos consagraremos a San José. Qué alegría saber que, al unirnos a él, nos unimos de un modo especial también a la Santísima Virgen María, su esposa y junto con ellos podemos ser más perfectamente consagrados al Corazón de Cristo.
Vamos a meditar hoy el texto del Evangelio de San Lucas 1, 26: «El ángel fue enviado a una doncella desposada, con un varón cuyo nombre era José».
Desposada quiere decir prometida en matrimonio, pero que no cohabitan. Por eso la Virgen dirá al ángel: «no conozco varón». Es el modo de decir que no tiene relaciones sexuales con ningún varón, porque se ha comprometido con José a un matrimonio virginal. Antes de ese matrimonio hubo un noviazgo y un conocimiento mutuo. La pregunta es ¿cómo supieron José y María que estaban destinados el uno para el otro?
El Padre Caffarel dice:
Según todas las apariencias José y María habrían pasado su infancia y juventud en Nazareth y esta proximidad les habría permitido conocerse. María como toda joven israelita, gozaba de bastante libertad: podía cuidar los rebaños, ir a buscar agua a la fuente, hacer visitas o espigar en los campos detrás de los segadores. Nada impedía pues encontrarse con José, lo mismo que con los otros jóvenes. Sin embargo, en algún momento han pensado el uno en el otro de modo distinto, en algún momento se han enamorado.[…]
Hemos de evitar dos tentaciones. La primera calcar los sentimientos de dos jóvenes cualesquiera que se atraen mutuamente.
No hay que olvidar que María y José son seres extraordinarios por su santidad, entregados totalmente al Señor y cuyo amor sólo podía surgir de esta luz.
Hay que apartar de ellos totalmente la impureza y el engaño. La otra tentación sería sustraerlos de la condición humana y negar que entre ellos hubiera podido nacer un amor auténtico.[…]
Esto no es así, entre estos dos seres nacerá el amor humano, el amor más grande que haya florecido nunca en esta tierra […]. Normalmente se va en la relación del amor humano al amor de Dios. Aquí el orden es inverso: es Dios el primer conocido y el despierta en cada uno el amor hacia el otro25.[…]
Hélène Monguin, en su precioso libro Santos de lo ordinario, nos explica a propósito del conocimiento y noviazgo de Luis Martín y, Celia Guerin, los padres santos de Santa Teresita del Niño Jesús:
Celia sólo tenía al mismo Espíritu Santo para aconsejarla. Fue que Celia se cruza con Luis casualmente por vez primera. No sólo le impresiona vivamente su buena presencia, sino que además una voz interior le confirma: «es éste el que he preparado para ti».
Los dos jóvenes se conocen en abril (1858) y enseguida, se aman. Su compromiso se fija rápidamente: se prometen y, con el visto bueno del sacerdote que los prepara para el matrimonio, deciden casarse el 13 de Julio26.
Fíjense queridos oyentes si este aviso sobrenatural ocurre a Santa Celia, ¿Cuánto más no ocurriría a la Santísima Virgen? ¿Cómo sería la confirmación que ella tuvo, para saber que era José el destinado para él?
La beata mística Ana Catalina Emmerich cuenta lo siguiente:
María tenía catorce años y debía salir pronto del Templo para casarse, junto con otras siete jóvenes, […] El sumo sacerdote presentó unas ramas a los asistentes, ordenando que cada uno de ellos la marcara una con su nombre y la tuviera en la mano durante la oración y el sacrificio. Cuando hubieron hecho esto, las ramas fueron tomadas nuevamente de sus manos y colocadas en un altar delante del Santo de los Santos […] Obedeciendo a las órdenes del Sumo Sacerdote, acudió José a Jerusalén y se presentó en el Templo. Mientras oraban y ofrecían sacrificio pusiéronle también en las manos una vara, y en el momento en que él se disponía a dejarla sobre el altar, delante del Santo de los Santos, brotó de la vara una flor blanca, semejante a una azucena; Así se supo que éste era el hombre designado por Dios… María, lo aceptó humildemente, sabiendo que Dios todo lo podía, puesto que Él había recibido su voto de pertenecer sólo a Él27.
Hasta aquí esta mística. María vio en aquella flor blanca, el signo sobrenatural de quién estaba destinado a ser su esposo virginal.
Pero podemos imaginar cómo irían después hablando poco a poco de sus llamadas respectivas y dedicarían tiempo a la oración. Ellos se confían, callan y oran. José no se cansa de mirar a María y María de mirar a José. Han renunciado a la entrega carnal, pero no a la dulzura de la presencia física y a la comunión de proyectos. A través de José, María presiente el poder creador del Señor, el sentido profundo de una laboriosa actividad. José a través de María, ve reflejada la inmensa ternura divina y el valor de la contemplación y la entrega. Se complementan y cada uno aporta al otro. Armonía del modo masculino y femenino en comunión y en riqueza de matices, sin dominios ni tensiones.
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