— No— se dijo a sí misma, algo le pasaba a la joven, pero ella ya tenía suficiente con lo suyo como para preocuparse en ese momento por la muchachita.
Continuó con su auto saliendo de la puerta del country, también lo hizo a pie Johanna, que lucía preocupación o tristeza en el rostro. Lidia no lo supo descubrir desde su espejo retrovisor cuando la dejó unos metros atrás, pero cuando la curiosidad la volvió a llamar detuvo el auto, aguardó con el motor en marcha mientras la joven se aproximaba, pudo contemplar con más cercanía su rostro, un instinto maternal perdido en su ser tiró de ella.
— Algo le pasa, no la puedo dejar— se dijo a sí misma Lidia en voz alta para autoconvencerse. Dio marcha atrás hasta llegar a la joven.
— ¿Estás bien, Johanna?— dijo Lidia interceptándola.
Johanna levantó la desesperanzada vista, miró por un segundo seria a su vecina. Cuando fue consciente de que se trataba de alguien que la conocía hizo un esfuerzo por sonreír mostrando aquella cara alegre que la caracterizaba, aunque no lo logró del todo y lo supieron tanto ella como Lidia.
— Estoy bien, solo, solo voy a... unas sesiones de fotos, no, en realidad voy a cancelar un trabajo... Creo, no puedo tomar el trabajo así— dijo Johanna con algo de carraspeo a lágrimas en la garganta que se hizo sentir en su voz.
Lidia la observó de arriba abajo, no necesitaba ser un genio para saber que algo sucedía, la vio tan joven e indefensa que por un momento un instinto protector la embargó por dentro.
— Subí al auto, te llevo y conversamos, ¿qué te parece?— dijo con cautela intentando ayudar.
Johanna levantó la mirada vidriada a los ojos negros de Lidia que por algún motivo le dieron confianza, subió al auto algo temblorosa sabiendo que ya no podía volver atrás.
— ¿Dónde está Dick?— preguntó Lidia.
— No lo sé, no estoy segura— dijo Johanna.
— No hay problema— le respondió mientras palmeaba la rodilla de Johanna a modo de consuelo.
Lidia aparcó el auto a un lado cuando la joven rompió en llanto, escuchó atenta a Johanna que sucumbió en una crisis, permitió que se tomara un tiempo para retomar la calma y así apaciguar las angustiosas lágrimas.
Lidia creyó que lo más acertado era detener el vehículo y prestarle atención, nunca imaginó que aquella hermosa y sonriente vecina tuviese su vida al borde de un precipicio, con belleza y soledad, con pareja e indiferencia, con tantas ganas de vivir sin tener dónde volcarlo.
Pensó de inmediato en sus gatos, que si bien mucho distaban en compararse con Dick, ellos sí le fueron siempre de compañía y mientras la acompañaron estos felinos nunca sintió soledad ni tuvo que mendigarles amor, ellos siempre estaban dispuestos en su vida. Esa insólita comparación interna le recordó que debía avisar al señor que iba a quedarse ese mes en su casa con los gatos que no fuera, ya no era necesario. Miró la hora y se percató de que era algo tarde, Rafael la esperaba.
— No deberías afligirte tanto, Johan, a tu edad la vida te pone muchas oportunidades— le dijo Lidia intentando consolarla.
— Pero no puedo ser feliz, sé que debería ser más agradecida, tengo quizá mucho de lo que otras jóvenes quisieran, pero muy dentro de mí algo me dice que una pizca está mal, que no es lo que parece— respondió Johanna en tono ya tranquilo pero desesperanzado.
Lidia sintió pena por la joven, fue desconcertante verla tan diferente a lo que estaba acostumbrada, por un instante se cruzó en su interior esa ola que a veces la invadía, esa ansiedad que no le permitía usar la lógica y la llevaba a cometer impulsos sin siquiera analizar lo que su boca transmitía. Quizá el modo correcto en el cual llevaba su vida, donde todo funcionaba como un reloj alemán, donde el tiempo era exacto, donde todo estaba planeado como en la agenda que compraba dos meses antes de que terminase el año. Lidia era tan correcta que cuando las olas de impulsos aparecían en su vida lo hacían también de la manera correcta, «a lo grande», y embarcada en su ola interna, que era lo único con lo cual no podía luchar en su prolija vida, permitió que de su interior salga hasta la última palabra que inútilmente intentó reprimir.
— ¿Irías a Escocia?— dijo Lidia, ambas se miraron permaneciendo unos instantes en silencio dejando actuar al pesado aire que ocupaba el espacio entre ellas en ese momento—. Tengo una investigación que hacer allí muy, muy importante, pero en mi trabajo surgió... algo relacionado con ese mismo asunto y debo quedarme, necesito a alguien que me reemplace, alguien que sea mis ojos.
Johanna la oyó descolocada, después de unos pocos segundos de un silencio mortal la joven le respondió:
— ¿Por qué yo? No sé nada sobre investigar, en realidad no sé nada, de nada... soy modelo.
— Eso no va a ser un problema— dijo Lidia, mientras se envalentonaba con su descabellada idea—. Yo te voy a guiar, te voy a decir a dónde tenés que ir, cómo recoger la información, qué es lo que necesito, vamos a estar conectadas al teléfono todo el tiempo, tengo un hotel pagado donde iba a hospedarme con comidas, tengo el pasaje, tengo todo— dijo Lidia convencida.
— Es una locura— replicó Johanna.
— Una locura es que pierda mi investigación, vos necesitás despejarte, y hacer algo, ¿no sería bueno que Dick se pregunte al menos por un momento dónde estás? ¿Que deje de ignorarte? Hacerte visible con tu ausencia... yo necesito ayuda en mi trabajo, las dos podemos ayudarnos mutuamente— le rogó con la mirada Lidia—. Además, sería buena idea que hagas algo... diferente, te va a hacer bien descubrir el mundo, Dick es un mundo muy pequeño.
— ¿Cómo que... un mundo pequeño?
— Dick es menos que un átomo, de verdad, te va a servir.
Ambas se miraron un largo instante, las dos pensaban quizás lo mismo, la incertidumbre, lo correcto, lo descabellado de sus pensamientos se entrelazaban como trenza en un hombre calvo que no sabría qué hacer.
Johanna rompió el largo silencio dudosa.
— Tengo buen inglés, ¿cuándo debería ir?— preguntó mientras sus ojos color miel se dilataban comenzando a brillar.
— Ahora.
4
Johanna se encontraba parada en el centro del aeropuerto, Lidia notó que los ojitos de la muchacha estaban asustados como aquellos gatitos suyos cuando hacían alguna travesura, sabía que esto era algo más que una travesura, esto lindaba con la locura. Pues enviar a una chica inexperta, modelo, en plena crisis, a la otra punta del mundo a ocuparse de lo más sagrado para ella que era su trabajo, definitivamente era una locura, pero en su interior la ansiedad le decía que era una oportunidad y no podía permitirse perderla, debía estar en dos sitios a la vez y Johanna podía hacerlo bajo sus directrices; su mente sabía que no se trataba solo de ella, sino también de la joven modelo, necesitaba ayuda, atención, y Lidia estaba resuelta a dárselas.
Sin medir más palabras abrazó fuerte a Johanna a modo de despedida, le pasó la valija que ella misma había armado de manera pulcra antes de que el teléfono sonara en su casa.
— Es la maleta que iba a llevar, tiene toda la ropa necesaria, creo que con esto vas a estar bien por un tiempo, voy a girarte dinero para que compres algo que sea más de tu gusto— dijo Lidia intentando tranquilizarla—. Lamento que no hayas tenido tiempo de hacer tu propia maleta.
— Gracias, ¿vas a hablar con Dick?
— Le digo lo que quedamos, quedate tranquila, Johan.
— Tengo miedo, no estoy segura, pero tampoco quiero quedarme acá, necesito huir...
— Hui tranquila, nadie te va a seguir hasta allá— dijo Lidia mientras le extendió el pasaje junto al dinero—. Si cometiste la locura de casarte joven con un galán de novelas, esto te aseguro que va a ser un chiste en tu prontuario.
Читать дальше