Frustrada apagó la luz del velador donde estaba el teléfono, con gran pesar en su alma se dirigió a la habitación para dormir, esa noche la temperatura rozó los cuarenta y un grados, su cuerpo hinchado lo sintió como parte del peso de su alma que cargó la responsabilidad de su trabajo echado a perder.
Mientras en la casa de Lidia ya no había luces encendidas, en la casa de su vecina se encendía una luz, Dick acababa de llegar y despertó a Johanna cuando arrimó la puerta. Alegre como siempre solía ser la joven bajó las escaleras como de costumbre, fue al encuentro de él recibiéndolo con una sonrisa, ambos se besaron de manera cariñosa, pues así era su rutina.
Dick era un hombre deseable para cualquier mujer, alto, con un físico muy cuidado, la cabellera negra brillaba como el de una publicidad, imposible de pasar desapercibido, solía lucir una sonrisa seductora que en muchas ocasiones era un exceso para el gusto de Johanna.
Se dirigieron a la cocina, allí la muchacha calentó la cena para los dos.
— Está muy bien— le dijo Dick cuando probó el primer bocado.
Llegaba de un largo día laboral por lo cual como siempre estaba hambriento, Johanna se sintió feliz con el cumplido. Cuando estaba a punto de entablar una conversación sonó el celular de él interrumpiéndola.
Dick se disculpó atendiendo el teléfono, era un compañero de trabajo que le hablaba sobre unas entregas. Mientras hablaba por teléfono comía, Johanna siguió con su plato para que no se enfriara, mirando el bocado y cada tanto a Dick, lo observaba cómo hablaba deseando en su interior que la llamada terminara. Por un momento se sintió algo hastiada de ese plato de pastas, pues ese era el único lujo de su vida con respecto a la comida, vivía a ensaladas o aire, como su demandante trabajo de modelo y la misma sociedad le exigían para mantener una figura que era mal llamada hermosa. Varios años pasaron del vegetarianismo de Johanna y muchos años también los momentos que extrañó comer un simple trozo de carne. Hacerse llamar vegetariana era una manera simple para salirse de los cuestionamientos cuando se reunía con personas y así evitar la mayor cantidad de comida posible.
— No voy a repetir eso, estuve estupendo— dijo Dick a su compañero, mientras Johanna lo miraba. Finalmente se despidió y le tendió la mano a ella. Le acaricio los dedos y se volvió a disculpar, Johanna suspiró haciendo un gesto para continuar con la comida. Ella no sabía qué le sucedía, pero se sentía algo fastidiosa, como si su vecina por ósmosis le hubiera transmitido la tensión, no tenía ganas de oír nuevamente lo que oía todas las noches y de lo único que podía hablar con Dick, porque así él lo quería, «trabajo».
Esa noche en su interior una fibra muy íntima suya hizo cortocircuito, y cuando levantó la vista a él, se dio cuenta de que ya no brillaba ante sus ojos como antes. Vio frente a ella a un hombre que solo hablaba de él, de su actuación y de cómo los periodistas se atrevieron a preguntarle tal cosa o no preguntarle. Dick le hablaba por supuesto de trabajo, Johanna sonrió y le pidió que le hablase de otra cosa.
— Pero, cariño, no sé...— le respondió Dick perplejo— contame algo vos.
Johanna iba a comenzar a hablar, pero algo la frenó esa noche, no pudo o no quiso hablar, las pocas palabras que dijo, algo raro en ella, no fueron nada habituales—. Estoy cansada de tener que hablar yo, podrías hacer un esfuerzo y hablarme vos de algo diferente, ¿no?— dijo ella desafiante.
Esa, de manera definitiva, no era ella, no era la joven alegre y compañera, sino más bien se asemejaba a una persona bipolar, se tornó como un niño que juega en un subibaja, alguien que se comenzaba a apagar, cansada de sonreír para los demás.
Si esa noche Dick no hubiese cogido su móvil quizá ese cambio no se producía, pero como era algo que sucedía desde los tres años que estaban juntos, fue casi imposible evadir o dilatar el impulso en su interior que la invitó a subir a la tabla del juego para caminar como en una cornisa hacia el otro lado, cambiando la altura y las reglas del juego.
Dick la miró con incógnita, pero luego la ignoró dirigiendo su mirada a otra cosa diciendo algo que volvió a provocar en ella que esa fibra íntima vuelva a hacer ese pequeño contacto dentro de ella.
— Ya se te va a pasar, cariño— dijo Dick mientras se limpió la boca con la servilleta dirigiéndose a encender el televisor.
Johanna se levantó de la mesa, molesta, sin hablar, dirigiéndose a guardar su último book en una mochila, a la mañana siguiente tenía que trabajar y debía llevarlo a unos clientes que se lo pidieron, resignada subió las escaleras y se fue a dormir sabiendo que Dick seguiría inmerso en su propio mundo. Pero antes de dormir esa fibra que en su interior despertó comenzó a molestarla, sin darse cuenta, como si fuera un cerebro haciendo sinapsis comenzó a despertar otras fibras en ella.
Más tarde la última luz en la casa de Johanna se apagó como así en la de Lidia, pero en la casa de Johanna la diferencia radicó en que, sin que Dick tomara dimensión, esa noche ella se quedó recostada con la cabeza en la almohada sin poder dormir, miró a la pared con los ojos como búho hasta que el sol volvió a salir.
Dick se levantó primero como todas las mañanas, ella lo observó tendida desde su cama, de repente algo la paralizó cuando lo vio observarse a él mismo incansablemente en el espejo probándose elegantes ropas.
— ¿Me queda bien? ¿Estoy bien?— preguntó Dick. Johanna sin poder responder se dirigió al lavabo y se aseó de manera sonámbula con la mente perdida.
Cuando bajó a desayunar junto a él, intentó hacer un esfuerzo por salir de ese extraño estado que la envolvía, observó a su marido de manera detenida cómo la ignoraba mientras leía el diario, ella lo miraba y probó conversar, pero más que sonidos como respuesta asintiendo o negando no obtuvo un diálogo, «ni siquiera me mira para responder», pensó la joven.
Al cerrar la última página Dick se puso a chequear el celular como lo hacía todas la mañanas sin percatarse de que frente a él estaba ella esperando alguna atención; «eso es lo que hacen las familias, estar juntas y hablar al levantarse, ¿no?», se preguntó la muchacha de manera interna, al menos eso creía que era lo correcto, que al levantarse deberían desayunar juntos, que la mire a los ojos y le dedique cinco minutos de atención antes de comenzar su día, pero Dick no era así, un beso al despertarse y ninguna palabra, ninguna mirada, ninguna caricia hasta el fin de semana.
Johanna sintió que se ahogaba, algo estaba mal. Notó que ya no podía sonreír; pensó en las sesiones de fotos que tenía ese día y se preocupó porque sabía que no quería o no podía reír. Se detuvo por un instante a pensar lo que sus amigas le recriminaron, que se precipitó al casarse con ese hombre galán de telenovelas.
Dick bajó su celular y la miró.
— Hoy vuelvo tarde, me van a entrevistar en...— dijo él, pero su voz fue desapareciendo en los oídos de Johanna, solo podía ver la imagen frente a ella de un hombre que dejó de brillar y se preguntó por dentro: «¿en qué momento sucedió esto?».
Volteó para mirar la imagen de ambos que se proyectaba en un gran espejo, vio a una joven bella, pero triste e ignorada, y a un hombre que solo pensaba en él y las apariencias.
Se asustó y con disimulo se paró, lo dejó hablando solo, él meneó la cabeza con disgusto y de manera provocadora le habló mientras ella se dirigía a buscar su bolso.
— Ya me voy, cariño, ¿otra vez estás así?, debés ponerte linda, hoy tenemos una cena, quiero que vistas sexy, así ven la hermosa mujer que llevo— dijo él orgulloso.
Johanna se detuvo en la escalera volteando para mirarlo, sin decir nada, ofendida comenzó a subir a la habitación.
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