La final de Europa League en Lyon fue increíble. Ya en la zona habilitada para los fans el ambiente era insuperable, pero el ambiente en el estadio superó todo lo esperado. A pesar de que tres cuartas partes de los hinchas que estaban en el estadio iban con el Marsella, nosotros los superamos en decibelios. Literalmente me pasé el partido con el vello de punta y cuando el árbitro dio el pitido final por primera vez las lágrimas rodaron por mis mejillas por el Atleti.
Estos son los momentos que no olvidaré jamás, por y para eso vivo el sueño atlético.
Otro momento en el que también lloré fue cuando ganamos la final de la Supercopa en Tallin. Solamente fuimos tres de la Peña Atlética Centuria Germana, pero pasamos unos días maravillosos y la victoria sobre el Madrid fue grandiosa, como solo el Atleti sabe hacerlo.
Espero que pueda seguir viendo muchos partidos del Atleti y que pueda acompañarle muchas veces en la victoria. Para ello un enorme «¡vamos, Atleti!» y saludos desde Alemania.
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FUTRE, EL ÚLTIMO HÉROE DEL SIGLO XX Y UN MOMENTO
Paulo Futre (Montijo, Portugal, 28-2-1966), símbolo del Atleti de finales de los ochenta e inicios de los noventa, factótum de la victoria de Jesús Gil y Gil (ver capítulo 83) en las elecciones a la presidencia del club en 1987, el delantero que nos hizo soñar de nuevo con grandes títulos y, entre otras cosas, el autor de uno de los goles más recordados por los atléticos en más de un siglo de historia.
Llegó al club en plena campaña electoral para elegir presidente —la última que se ha celebrado antes de que se convirtiera en sociedad anónima deportiva— tras haber sido una de las estrellas del Oporto que ese mismo año había ganado al Bayern contra todo pronóstico la Copa de Europa.
Seleccionar a los mejores de algún deporte o de alguna faceta en la historia, en la vida, siempre es muy relativo, y, entre otras cosas, depende de la época que le haya tocado vivir a cada cual. Sin embargo, hay que mojarse, y creo que Futre estaría entre los diez más queridos por la afición. También, y a pesar de su irregularidad, entre los mejores.
Claro que a la mayoría de jugadores no la vimos jugar o conocemos de ella solo por la referencia de nuestros abuelos o nuestros padres. Pero qué le vamos a hacer… De momento hablemos del legendario Paulo, desde luego el último gran ídolo colchonero de proyección internacional del siglo XX.
El luso cuando estaba fino y metido en el partido era imparable. Era un jugador que parecía estar enganchado a una torre de alta tensión. Un coche de Scalextric enloquecido sobre su carril, en este caso sobre su banda. Melena al viento con aquella camiseta de Puma y publicidad de Marbella. Máxima verticalidad.
Sucedió en el estadio Santiago Bernabéu una calurosa noche de verano, la del 27 de junio de 1992, en la final de la Copa del Rey de aquella temporada cuando el alemán Bernd Schuster ya había puesto a los de Luis Aragonés por delante en uno de los mejores lanzamientos de falta que hayan visto esas gradas. El portugués recibió un balón de Manolo, un extraordinario pase al hueco a la media hora del partido, y se lanzó derechito hacia la meta defendida por un «viejo amigo» suyo, Paco Buyo, portero de los blancos y con quien había tenido ciertos «problemillas» a lo largo de su carrera deportiva. Tras superar a Chendo, Paulo pegó al balón con toda su alma, con su pierna izquierda y al palo corto para saldar «sus cuentas» con el guardameta gallego del Madrid.
Con Buyo había protagonizado un incidente en la temporada 1988-89 en ese mismo estadio en un derbi en el que el madridista fingió haber sido agredido por el atlético y por un compañero de este, Antonio Orejuela. La jugada, en la que el portero demostró ser mejor actor que guardameta, dio con la expulsión de Orejuela. Más que ser un actorazo contó con un público incondicional, entre los que se hallaba un espectador siempre dado al «aplauso fácil» hacia el equipo local: el colegiado Martín Navarrete. Ni que decir tiene que el encuentro finalizó con la victoria del Madrid.
Recomiendo a todos los atléticos que busquen las imágenes tanto del gol de la final de la Copa de 1992 como del incidente en el derbi de la temporada 1988-89.
Si bien Futre fue el estandarte del primer Atleti de Gil y Gil, su nombre ha quedado también unido para siempre al de Luis Aragonés. El técnico, un motivador nato, de una inteligencia natural increíble, caló desde el primer momento a su pupilo y le pulió, le enseñó y mejoró su juego, sobre todo su remate. Una prueba de ello es el golazo relatado arriba.
Con motivo del fallecimiento de Luis en febrero de 2014, el de Montijo recordaba en el especial del diario Marca una de las mejores anécdotas que definen al genio de Hortaleza. Cuenta que, la mañana de esa final de la Copa, el míster entró en su habitación para exigirle que vengara a su compañero Pizo Gómez, del que al parecer unos días antes varios jugadores blancos se habían reído en un semáforo de una calle de Madrid. Luis le pidió que hiciera que esa noche fuera inolvidable para los Míchel, Hierro y compañía. Y Futre cumplió.
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EL PADRE DANIEL, EL «PATER»
Hubo un tiempo en el que en los clubes de fútbol había un capellán. En algunos todavía existe. Sí, un cura que decía una misa al empezar la temporada, bendecía el estadio, casaba a los jugadores o bautizaba a sus hijos. Incluso, si el entrenador era muy creyente, la mañana del partido decía misa. Así era, aunque hoy parezca increíble.
En nuestro equipo, en su día el «pater» fue Pablo Serrano Villafañe, don Pablo, quien había sido capellán en un tercio de requetés, ¡casi nada!, durante la Guerra Civil y párroco del barrio de Peñagrande Lacoma, según recuerdan Miguel San Román y «Petón» en su obra Blanco ni el orujo (ed. Córner), y que, entre otras ceremonias, oficiaba en las bodas de los jugadores de los años sesenta. El día 7 de diciembre de 1958 se puso la primera piedra del entonces nuevo campo colchonero y allí estaba don Pablo, un leonés de Sahagún, para bendecir el que ocho años después sería el coliseo rojiblanco hasta 2017: el estadio del Manzanares, nombre oficial del Calderón en sus primeros años.
Más tarde, y durante mucho tiempo en el Atlético, el capellán se llamó Daniel, el padre Daniel, tan del Atleti que hasta se parecía a Luis Aragonés, de quien celebró su funeral en febrero de 2014.
Vinculado al club desde su juventud, Daniel Antolín Hernáiz se hizo socio en 1974 y tenía el número de abonado 1.215 hasta que un accidente de tráfico en su pueblo natal, Pineda de la Sierra (Burgos), se lo llevó el 21 de septiembre de 2018. Uno de sus últimos actos públicos, la bendición del Metropolitano en 2017.
Un hombre bondadoso, que reconocía que no rezaba para que los otros equipos perdieran o bajasen de categoría, pero sí para que ganase su Atleti. A veces, Dios escuchaba sus plegarias, otras no, aunque no hay duda de que es atlético.
Me quedo con unas palabras suyas con motivo de los dos añitos en Segunda, entre el año 2000 y el 2002: «el descenso fue un gran sufrimiento para todo el que tenga un sentimiento atlético. Pero, como siempre hemos tenido el lema de que el dolor purifica, nosotros ya estamos purificados». Por cierto, al padre Daniel no le hacía ninguna gracia lo de «un añito en el infierno» (lema publicitario con el que el Atlético afrontó su primer curso en Segunda) porque, según la teología, del infierno no se sale.
«El que va al infierno», recordó, «no sale de ahí». Afortunadamente, salimos.
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JAN OBLAK, EL ESLOVENO INMUTABLE
Y del infierno y el cielo del padre Daniel al Ángel de la guarda de la portería rojiblanca desde 2014, Jan Oblak.
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